En toda historia que se precie hay un héroe y un villano. En la épica de la pandemia de coronavirus, también. Solo que el desconocimiento de la enfermedad y la vertiginosa evolución de los acontecimientos ha complicado en muchas ocasiones saber quién era quién. Podría pensarse en una historia sencilla en la que claramente el médico es el héroe y el coronavirus el villano, pero la realidad ha sido mucho más complicada, desconcertante y confusa.
Aún hoy conviven el eco de los aplausos de las ocho con los gritos de apestado. Pero también, los conspiranoicos del bioterrorismo con los que imaginaron chinos comiendo murciélagos; los que advirtieron y los que callaron; los que robaron mascarillas y los que las tejieron; los que se vistieron con bolsas de basura y los que las llenaron en sus botellones; los que pasearon perros y los que confinaron niños; los que compraron test y los que los devolvieron; los que dieron positivo y los que fueron falso negativo.
En la historia del coronavirus conviven los que sumaron muertos y los que los restaron; los que levantaron Ifema y los que abrazados lo clausuraron; los que dijeron 8-M y los que contestaron Ayuso; los que cerraron colegios y los que abrieron bares; los que se separaron dos metros y los que fotografiaron con teleobjetivo; los que se tatuaron a Simón y los que gritaron asesino; los que recibieron premios Princesa de Asturias y los que no vivieron para ello; los jubilados que trabajaron y los residentes a los que expulsaron; los que repartieron mascarillas defectuosas y los que se protegieron con ellas; los que dimitieron y los que no lo hicieron; los que fueron trasladados a un hospital y los que en la residencia se quedaron.
Entre los héroes y los villanos de esta epidemia están los que dijeron sólo al supermercado y los que prefirieron sólo de paseo; los que se automedicaron con hidroxicloroquina y los que la prohibieron; los que desfinfectaron con lejía y los se que la bebieron; los que se hicieron test privados y los que los prohibieron; los que insistieron en las gotitas y los que respiraron aerosoles; los que despreciaron la utilidad de las mascarillas y los que obligaron a llevarlas; los que desescalaron y los que reescalaron; los que se basaron en los expertos y los que preguntaron quiénes son los expertos; los pidieron consenso en el Interterritorial y los que contestaron mayoría; los que acudieron a los tribunales y los que reescribieron el BOE; los que convocaron ruedas de prensa y los que las contraprogramaron.
Pero también, los que pidieron estado de alarma y los que no lo apoyaron; los que levantaron hospitales para pandemias y los que tuvieron que llenarlos; los que engrosaron las listas de espera y los que tuvieron que ser ya tachados; los que se reinfectaron y los que repositivaron; los que perimetraron y los que viajaron; los que se pincharon voluntarios y los que buscaron chips en ellos; los que dijeron Oxford y los que contestaron Pfizer; los que compraron vacunas y los que vendieron acciones; los que dijeron para mayores de 80 y los que contestaron sólo en residencias; los que confinados engordaron y los que ni para comer tuvieron; los que vivieron y los que no.
La épica del primer año de la pandemia de coronavirus está plagada de héroes y villanos… o tal vez de simples humanos.
Un año de los primeros casos
Todo empezó hace ahora un año. Mientras España preparaba las uvas para despedir un 2019 sólo protagonizado por los ya cansinos fracasos en la formación de Gobierno, la Organización Mundial de la Salud comunicaba la detección de “un clonglomerado de casos de neumonía” en la ciudad china de Wuham, que poco después se confirmaba que habían sido causados por un nuevo tipo de coronavirus. El 10 de enero de 2020 y sin bautizar todavía al nuevo coroanvirus, la OMS trazaba ya recomendaciones a los países para evitar el riesgo tomando como base la experiencia de lo sucedido con el SARS y el MERS años antes.
El 22 de enero, confirmada ya la transmisión entre humanos, él comité de expertos de la OMS no logró alcanzar una acuerdo sobre cómo actuar y no fue hasta diez días después, el 31 de enero, con ya casi 8.000 casos confirmados en el mundo y con casi 20 países afectados (aunque protagonizados por China) cuando declaró la epidemia una emergencia de salud pública de importancia internacional. Era la sexta vez que declaraba una emergencia de este tipo y las alarmas comenzaron a sonar pero no lo suficiente como para que Europa reaccionara a tiempo.
"No más allá de algún caso"
En España ese mismo día de hecho ese mismo día se confirmaba el primer caso de coronavirus, un caso importado en La Gomera, y la cara visible de la epidemia, el director del Centro de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón, calmaba ánimos con su controvertida frase “España no va a tener más allá de algún caso diagnosticado”.
El 25 de febrero y con la epidemia ya desbordándose en Italia, que registraba ya 300 casos confirmados, España elevaba el riesgo de bajo a moderado y anunciaba que comenzaría a hacer pruebas a los pacientes con neumonía de origen desconocido. La noticia llevaba apenas unos minutos en los grandes titulares de la prensa cuando se confirmaban los primero casos en la península: Valencia y Madrid.
El mediático salto al primer profesor el 3 de marzo y los primeros fallecidos el 4 y 5 de ese mismo mes provocó otra de las frases más polémicas y que políticamente han generado mayor controversia en la gestión de esta crisis, cuando Simón preguntado por la manifestación del 8-M que seguía convocada y permitida, el director de CAESS dijo que si su hijo le preguntara si podía ir le diría que hiciese lo que quisiera.
De la pandemia mundial al estado de alarma
A partir de ese momento, los acontecimientos comenzaron a precipitarse. El 11 de marzo la OMS declaró pandemia mundial de coronavirus, con ya 118.000 casos confirmados y contagios en más de 100 países de todo el mundo. El 14 de marzo entró en vigor el estado de alarma en España, con ya más de 4.000 casos diagnosticados en el país y más de 100 fallecidos.
“Nos esperan semanas muy duras, no podemos esperar que alcancemos los 10.000 afectados” decía el presidente Pedro Sánchez por aquel entonces explicando el porqué del duro confinamiento, que comenzó en paralelo a los aplausos de las ocho a los sanitarios, el despliegue militar, las comparecencias diarias de Simón, el mando único ministerial, el goteo de positivos en el Gobierno, la crudeza de las cifras de fallecidos, el cierre de colegios, los ERTE, la fiebre del papel higiénico, la harina y la tecnología.
La falta de EPI y los sanitarios contagiados
No había terminado todavía marzo cuando Francesc Collado, médico de familia, se convirtió en el primer sanitario fallecido por covid. Y tras él las dramáticas imágenes de sanitarios vestidos con bolsas de basura como toda protección, las promesas incumplidas de test rápidos “en pocos días” que no terminaba de llegar y que, cuando lo hicieron, hubo que devolver.
Apenas diez días después de haberse decretado el estado de alarma el sistema sanitario estaba ya totalmente colapsado, la constancia de falta no sólo de equipos de protección y test de diagnóstico llegaba con el anuncio anuncio de la incorporación de estudiantes, jubilados y profesionales sin título MIR y, sobre todo, con la sobrecogedora imagen del hospital de campaña de Ifema en Madrid, la morgue instalada en el Palacio de Hielo y el Ejército desalojando cadáveres abandonados desde hacía días a su suerte en las residencias de ancianos.
El colpaso de los hospitales y el caos en las cifras
La esperanza de los test recién llegados se desvanecía al constatar que eran defectuosos y, mientras el Congreso anunciaba la prórroga del Estado de alarma y del confinamiento, Simón anunciaba su propio positivo por coronavirus, engrosando las listas de los ya más de 10.000 contagios confirmados y los casi mil fallecidos diarios tras sólo 15 días de estado de alarma.
Abril comenzó con la insinuación obligar a la mascarilla tras semanas negando su necesidad y con un caos imposible en las cifras de contagios y fallecidos, tras empezar a aflorar en Cataluña y Madrid 3.000 fallecidos más de los contabilizados oficialmente por el Ministerio. Críticas, dimes y diretes y cambios continuos en el sistema de contabilización que aún hoy no han terminado.
Los primeros recursos judiciales ya estaban a finales de abril sobre la mesa, al calor de la retirada de miles de mascarillas repartidas por el Gobierno a profesionales sanitarios que posteriormente se mostraron defectuosas. España superaba para entonces ya los 20.000 fallecidos y tras un mes de confinamiento en los domicilios empezaba a hacerse urgente un respiro a la población. Todavía habría que esperar, con todo, hasta el 9 de mayo para ver salir a los niños a las calles apenas una hora al día y entre críticas y miedos.
Adiós a la esperanza de la inmunidad de rebaño
Con la promesa del primer estudio de seroprevalencia ya en marcha para dilucidar si la inmunidad de rebaño era una opción ya cercana, mayo se inauguraría con el el plan de desescalada aprobado por el Gobierno para las 6-8 semanas siguientes, entre dudas sobre qué expertos lo habían trazado y críticas por la arbitrariedad y falta de transparencia de los criterios para permitir pasar de fase a unas y otras autonomías.
El tira y afloja de la desescalada
Seguir el caos de medidas cambiantes y contradictorias que a partir de ahí se fue trazando para permitir salir a la población por franjas horarias primero y hasta viajar después resulta una tarea tan compleja como averiguar las actuales restricciones para la Navidad en cada territorio. De lo que no cabe duda es de las discrepancias internas sobre cómo y cuándo ir acomentiendo esa desescalada que en ocasiones, como la de la directora de Salud Pública de Madrid, acabaron con una carta de dimisión sobre la mesa.
Con la tensión creciente entre Madrid y el Ministerio de Sanidad, el cambio constante en la forma de contabilizar los datos, la esperanza de haber alcanzado inmunidad de rebaño tras el azote de la primera ola se desvaneció a mediados de mayo al conocerse los resultados del primero estudio de seroprevalencia, que sólo detectaron anticuerpos en el 5% de la población.
Lo que un mes antes Simón llamaba “aprender a relacionarse a la japonesa” se convertiría para entonces en el BOE en mascarilla obligatoria “si no es posible garantizar la [cambiante] distancia de seguridad”.
El caos en las cifras de fallecidos
Mayo terminaría con la constancia del caos en las cifras de fallecidos, que recogían 43.000 muertos más de lo esperado desde el estado de alarma según el sistema MoMo pero tan sólo 28.000 según las cifras ministeriales y camino ya de la fase 3 de desescalada en buena parte del país.
El premio Príncipe de Asturias reconocía a principios de junio la labor de los sanitarios mientras los tribunales por primera vez condenaban a la administración por la falta de equipos de protección que había sufrido el personal en las primeras semanas de la epidemia.
La nueva normalidad
El 21 de junio y con las palabras “nueva normalidad” ya en boca de todos terminaba el estado de alarma tras desmarcarse del apoyo a su mantenimiento tanto PP como VOX y ERC.
Un verano salpicado de polémica por playas abarrotadas y con Baleares y Aragón en situación crítica dio paso a la promesa de apertura de los colegios entre miedos, mascarillas, geles y distancias de seguridad. Lo que se prometía un caos de cierre de aulas y una espiral de casos se tornó, sin embargo, en apenas unas semanas en efectivamente nueva normalidad entre los más pequeños.
La segunda ola
El otoño recrudeció sin embargo el tira y afloja entre la Comunidad de Madrid y el Ministerio de Sanidad enzarzadas en una discusión más ideológica que técnica sobre los límites del confinamiento perimetral, por zonas básicas de salud o por municipios completos y a golpe de ruedas de prensa contraprogramadas.
La razón dada por los tribunales a Madrid se enmendó en el BOE con un decreto de alarma temporal de tan sólo 15 días ante los imposibles apoyos a su prórroga en el Congreso. La disputa, ora por los cierres perimetrales, ora por los test en las farmacias continúa, ora por el toque de queda parece haber llegado para quedarse tras la fugaz y mediática escenificación de un acuerdo entre Pedro Sánchez e Isabel Ayuso.
El apoyo in extremis de Ciudadanos en noviembre a un estado de alarma descafeinado que no permite confinamientos domiciliarios pero que garantiza su continuidad hasta el 9 mayo trató de lanzar un mensaje de prudencia sobre la situación para evitar una tercera ola, que finalmente no ha podido esquivarse.
La tercera ola y la esperanza de las vacunas
El repunte de casos y fallecidos ha llegado de la mano del blackfriday, mientras la población decidía entre la variopinta oferta de test cuál hacerse para acudir a casa por Navidad, pero entremezclada por las buenas noticias de las vacunas de Pfizer, Moderna y AstraZeneca. Y acompañada, por fin, de la foto de los primeros españoles vacunados contra la covid que a mediados de junio esperan ser ya el 60% de la población. Pero esa historia será ya la de 2021.
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