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miércoles, 28 de agosto de 2024

Neofobia y neofilia

Fernando Navarro
Fernando Navarro
Mar, 27/08/2024 - 19:31
Firma invitada: José Ramón Alonso

Los seres humanos nos movemos entre dos extremos opuestos: neofobia y neofilia. La neofobia consiste en una aversión a los cambios y las novedades, un impulso a aferrarse a lo conocido, a los lugares y las costumbres habituales. Al parecer, la neofobia aumenta cuando tenemos hijos; sentimos que les protegemos mejor en un ambiente estable y previsible.

La otra opción es la neofilia. Nos encanta explorar; de niños abrimos los juguetes para ver cómo son por dentro y de mayores queremos saber qué hay detrás de aquella colina. Los neófilos se mueven con especial comodidad en el ámbito de la informática y hay quien piensa que su abundancia en estas profesiones explica, al menos parcialmente, los avances vertiginosos en esta área. La búsqueda de novedades se asocia a comportamientos impulsivos, agresivos y exploratorios. Los neófilos suelen tener intereses variables, ser muy leídos e interesarles lo que se ha llamado las subculturas en el límite, como la ciencia-ficción, el transhumanismo o el neopaganismo. Parece que fue en la Ilustración y en la Revolución Industrial donde los neófilos se convirtieron por primera vez en el grupo dominante de la sociedad. Ello aceleró el cambio porque a esta nueva casta dirigente le encantaba esa montaña rusa de revoluciones, cambios profundos y nuevos horizontes. La tranquilidad, en el cementerio.

Esta pugna entre neófobos y neófilos la estamos viviendo en la actualidad. Un ejemplo claro han sido siempre las máquinas. Vemos a los neófilos hacer cola para comprar la última versión de teléfono inteligente, aunque el que tienen funciona perfectamente. Los neófobos, en cambio, ven al diablo asomando la patita en cada nueva tecnología y piensan que esas pantallas son la ventana por la que entran todos los males. Nadie piensa que un teléfono fijo sea culpable de que unos atracadores lo usen para organizar el asalto a un banco; sin embargo, internet es declarado culpable o al menos cómplice de facilitar la vida no solo a policías o investigadores, también a pederastas, pornógrafos, acosadores y chantajistas.

Un nuevo jugador acaba de aparecer con fuerza, y neófilos y neófobos están expresando sus esperanzas y sus miedos: la inteligencia artificial (IA). Los neófilos sienten que ha llegado un nuevo aliado que nos librará de las tareas mecánicas y aburridas, de las cosas peligrosas, que alejará eso de ganar el pan con el sudor de la frente no solo para las tareas manuales, sino también para las mentales, y que nos regalará tiempo para las cosas que nos fascinan: la creatividad, el interés por la belleza, la empatía, la búsqueda del placer, la lucha por el poder. Los neófobos creen, en cambio, que, en el mejor de los casos, la IA nos exterminará con rapidez; pero quizá haya opciones aún peores, como esclavizarnos o hacernos irrelevantes. Para ellos, ya estamos en manos de los ordenadores y los algoritmos, y el mundo que conocemos —aquel en el que los seres humanos éramos la especie dominante— desaparecerá para siempre sustituido por algo distinto y peor.

La imprenta o la radio cambiaron el curso de la evolución cultural, impulsaron el conocimiento y el progreso, generaron una auténtica revolución en los saberes y las relaciones interpersonales e internacionales; pero ni una ni otra producían ideas propias, tan solo eran vehículos que facilitaban y potenciaban la difusión de las ideas de los humanos. No es así con la IA. Es evidente que, a partir de la información disponible, que es ingente, muy superior a lo que puede asimilar un ser humano atento y comprometido a lo largo de mil vidas, combina partes en asociaciones novedosas que nos dejan con la boca abierta. Ya hay relatos, poemas, melodías o cuadros donde somos incapaces de saber si el creador es un artista talentoso o una IA.

Quizá néofilos y neófobos pueden alcanzar un consenso en una IA que se desarrolle con controles y prudencia, pero no es fácil. En marzo de 2023 una ONG llamada Future of Life Institute publicó una carta abierta, firmada por grandes nombres de la tecnología, incluido Elon Musk, donde pedían una moratoria de seis meses en el desarrollo de las formas más avanzadas de inteligencia artificial. No parece que nadie haya hecho mucho caso.

El desarrollo de la IA nos afecta también en la organización de nuestra sociedad. A menudo decimos que el eje de la democracia son las elecciones, pero ya hemos perdido la inocencia. Vemos cómo los medios de comunicación manipulan la información y, a través de ella, nuestros valores, nuestras preferencias y nuestras opciones. Irá mucho más allá. No es difícil imaginar una IA que fabrique noticias falsas o genere candidatos de perfiles artificiales o programas electorales fabricados por ingeniería inversa: a partir del perfil del votante se desarrollarán propuestas ajustadas a sus necesidades y deseos. Es aquello que dijo Groucho Marx: «Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros».  En la actualidad la IA solo puede vencer a los seres humanos en algunas habilidades, pero se cree que, en el futuro —un futuro cercano—, podrá superarnos en todas las tareas cognitivas.

Si yo digo «Tú eres tu cerebro», surge la duda de si los cerebros de neófilos y neófobos son diferentes. La neofilia muestra una fuerte correlación con el rasgo «apertura a nuevas experiencias», una de las cinco dimensiones principales de la personalidad según el modelo de cinco factores (Big Five). En 2006, un grupo de investigación japonés analizó las variantes génicas relacionadas con la expresión de monoamino oxidasa A (MAO-A), una enzima implicada en el desarrollo de la personalidad. Por un lado, pasaron un cuestionario (Inventario de temperamento y carácter) a 324 voluntarios japoneses sin trastornos psiquiátricos, y, por otro, determinaron las características de la región promotora del gen de la MAO-A. La escala atiende a cuatro dimensiones de temperamento (búsqueda de novedades, evitación del daño, dependencia de la recompensa y persistencia) y tres dimensiones del carácter (autodirección, cooperación y autotrascendencia) para evaluar la personalidad.

Las personas que tenían la variante génica de alta actividad buscaban las novedades y mostraban una dependencia por las recompensas, mientras que los que tenían la variante de baja actividad eran justo lo contrario: aborrecían las novedades. Los genes actuarían a través de los neurotransmisores. La búsqueda de novedades y la alta dependencia por la recompensa están relacionadas con niveles sinápticos bajos de dopamina y norepinefrina, respectivamente, y una mayor sensibilidad compensatoria de los receptores postsinápticos. Con respecto a la búsqueda de novedades, se ha observado que los polimorfismos de los genes de los receptores de la dopamina D2 y D4 se asocian a este rasgo de la personalidad.

Evidentemente, no solo está la biología y se calcula, mediante estudios de gemelos y niños adoptados, que la genética es responsable de entre un 30 % y un 60 % de la heredabilidad de los rasgos de la personalidad, además de la clara influencia de factores como la edad y el sexo; pero también parece claro que el análisis genético discrimina entre personas muy interesadas en la búsqueda de novedades y los que no, entre neófilos y neófobos; es decir, en gran manera nacemos así. A lo largo de la vida, vamos cambiando: la apertura hacia lo nuevo tiende a aumentar hasta la edad adulta temprana, pero a partir de la segunda década —de los 20 años— va disminuyendo lentamente. Es posible que hoy seas lo más neófilo que vas a ser nunca.

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José Ramón Alonso es catedrático de biología celular (Universidad de Salamanca e Instituto de Neurociencias de Castilla y León). Columna publicada originalmente en el blog «Neurociencia con el Dr. José Ramón Alonso». Reproducida con autorización del autor.

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