Los estudios realizados hasta la fecha sitúan la prevalencia del trastorno de la conducta en adolescentes (TCA) en una horquilla que oscila entre el 3% y el 10% de la población. El trastorno de la conducta se caracteriza por un patrón sostenido de dificultades en diferentes niveles que generan graves conflictos de convivencia. A nivel interpersonal, por ejemplo, destacan las dificultades en la gestión de los límites, la aceptación de las normas y el respeto a la autoridad. A nivel emocional, por otra parte, se manifiesta en una baja tolerancia a la frustración, una baja empatía y una tendencia a la activación desde la rabia.
“Este funcionamiento se manifiesta de forma diferente según la etapa vital. En la infancia, las dificultades pueden aparecer bajo forma de agresividad y conflictos que se pueden dar solo en casa, en casa y en colegio, o en todos los contextos. Cuando entramos en la adolescencia, las cosas se complican, y puede aparecer absentismo escolar, consumo de sustancias, fugas de casa y problemas con la justicia”, explica Daniele Cipriano, coordinador científico especialista en Trastornos de Conducta en Ita Salud Mental.
Danielle Cipriano: “Hay que liberar a la familia de los sentimientos de culpa y de las acusaciones recíprocas”
La historia que se esconde tras cada uno de los diagnósticos del TCA es muy diferente. No obstante, como reconoce Marc Ferreira, director del Centro de Hospitalización Ita de Alcalá de Henares (Madrid), sí que se pueden encontrar factores comunes en el historial de muchos de los jóvenes, como “situaciones difíciles o vivencias traumáticas en el contexto familiar o social más inmediato, fracaso escolar o inicio temprano de consumo de tóxicos”.
También otros trastornos como el TDAH, el trastorno del espectro autista o los trastornos por consumo de sustancias pueden ser predictores de la aparición del TCA. Lo mismo sucede con los problemas de aprendizaje, que pueden repercutir mucho en el rendimiento académico y que si no son tratados a tiempo “pueden favorecer la aparición de los trastornos de conducta”.
Doble filo
Pese a que, como reconocen los expertos, la familia puede ser uno de los desencadenantes del desarrollo del TCA, Daniele Cipriano considera fundamental ver al núcleo familiar “como un recurso para el cambio y no como origen de los problemas”, aunque haya sido así.
Como explica el psicólogo clínico, por tratarse de un trastorno donde el conflicto y la violencia están al orden del día, el TCA lleva a las familias “muy al límite”. “El miedo y el cansancio se apoderan de la cotidianidad de todos los miembros de la familia. Es muy común que al trastorno de conducta del adolescente se vayan sumando otros problemas de salud mental en otros miembros de la familia, como ansiedad y/o depresión”.
En ese sentido, para Marc Ferreira, el papel de la familia es “tremendamente importante”. Por ello, al tratarse de problemas graves y de difícil manejo, el experto de Ita anima en primera instancia a las familias a “buscar ayuda y ponerse en manos de profesionales”; y en segunda, a colaborar con los expertos siguiendo las indicaciones que éstos les den. “Una parte fundamental será, sin duda, que sean consistentes con la atención a normas y con el respeto. Tienen que ser coherentes y cuidadosos con la parte normativa. Pero además de eso, la familia también tiene que ser un soporte importante a nivel emocional”, añade.
Círculo vicioso
Para que la familia pueda realmente ejercer su papel y ayudar al adolescente a salir del círculo vicioso en el que todos se hayan instalados, el primer paso, según Cipriano, sería “liberar la familia” de dos errores comunes: los sentimientos de culpa y las acusaciones recíprocas. “Esto ayuda a la familia a pasar a la idea de corresponsabilidad en el cambio”, explica, y añade que el paso siguiente consistiría en conseguir “una reducción de la conflictividad entre los miembros de la familia”.
Marc Ferreira: “El pronóstico del TCA es bueno si se trata a tiempo desde una perspectiva integral”.
En algunos casos, un TCA no tratado puede acabar desembocando en la edad adulta en un trastorno antisocial, en trastornos de la personalidad, en problemas legales y laborales, y en problemas por consumo de tóxicos y adicciones. Por eso el tratamiento a tiempo del trastorno de la conducta en adolescentes es fundamental para mejorar su pronóstico.
Dependiendo de la gravedad del caso, el tratamiento tendrá dos focos de acción para buscar un cambio significativo. Por una parte, se trabajaría el establecimiento de un entorno de límites, normas y rutinas. Por otro, se buscaría reconstruir una conexión emocional entre padres e hijos.
Entender los motivos
Ferreira apunta también la importancia de hacer un trabajo que trate de afrontar los motivos que hacen sufrir al adolescente, algo que a veces incluye profundizar en aspectos de la vida más íntima del paciente y la revisión de situaciones traumáticas. “La atención tiene que ser lo más integral posible, incluir los diferentes ámbitos de la vida del adolescente y ofrecerle un apoyo para su desarrollo, para la construcción de redes sociales seguras y sanas con espacios de ocio que no incluyan situaciones de riesgo”, argumenta.
Para el director del Centro de Hospitalización Ita de Alcalá de Henares, el pronóstico del tratamiento “es bueno” si el TCA se detecta y trata a tiempo y se aborda desde una perspectiva integral.
Cipriano, por su parte, considera que el pronóstico en salud mental “siempre” es reservado, ya que en su opinión es “muy complicado” poder valorar la complejidad de los cursos de recuperación. “Cuando hablamos del futuro de una persona con un problema de salud mental, y más si es un adolescente, tenemos que tener la valentía de dejar abiertas todas las posibilidades”, concluye.
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