Una química, impulsora de la cátedra de Tecnología de los Alimentos de la Universidad de Castilla La Mancha, es una de la científicas más veteranas del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Desde su jubilación, Dolores Cabezudo, vislumbra que las cosas no son aún perfectas para las mujeres científicas, pero, desde luego, “la situación, en comparación, a la que imperaba cuando empezábamos las de nuestra generación es diferente. Hay un abismo. De todas formas, se avanza porque, en definitiva, las mujeres competimos; no vinimos a formarnos y estar sólo un rato: estábamos y están para quedarse”.
A sus 85 años, Dolores Cabezudo, que goza de la Medalla de Oro al mérito en la Investigación y en la Educación Universitaria, sigue al pie del cañón y nada le es ajeno: la industria alimentaria vive uno de sus mejores momentos en cuanto a técnicos, investigadores y equipos, “pero siempre habrá desalmados que especulen con la salud, alude refiriéndose al brote de listerioris que apareció el pasado año en Andalucía, y noticias falsas que alarman. Los investigadores tienen luego que deshacer el entuerto”.
Esta científica es una de las mujeres que han marcado la historia de la ciencia en España. Profesionales cuya labor durante décadas no siempre se ha reconocido con justicia y que a menudo han asumido tareas poco prestigiosas, pero imprescindibles para el avance de la investigación, como la puesta en marcha de un laboratorio o la formación de los científicos más jóvenes. Así lo destaca a DM Pilar López Sancho, presidenta de la Comisión de Mujer y Ciencia del CSIC. “Si queremos incentivar vocaciones científicas en las niñas, estas tienen que tener modelos exitosos, donde se reconozca que su trabajo ha sido válido y que sus capacidades son suficientes”, continúa, al referirse a las investigadoras pioneras del Consejo. En la actualidad, en el CSIC, el 36% en plantilla son mujeres, y si se tiene en cuenta al personal en formación, la cifra asciende al 49%. “Somos el 50% de las tesis doctorales, pero esta cifra empieza a disminuir a partir del contrato postdoctoral, llegando a un 26% del profesoras de investigación”, advierte López Sancho.
En el ámbito de las ciencias biomédicas, nombres como las añoradas Gabriela Morreale y Margarita Salas se suman a compañeras de otros campos científicos. Independientemente del área de investigación, todas tienen en común el haber trabajado con equipos de reputación internacional, incluso fuera de nuestras fronteras.
Espectometría de la litiasis
Es el caso de Juana Bellanato, investigadora química que, con unos esplendorosos 95 años, repasa para DM su carrera, primero en el Instituto de Óptica, donde comenzó en 1949 en el departamento de Espectroscopía recién inaugurado por su director de tesis, Miguel Ángel Catalán, y años después, en la Universidad de Friburgo, y en la de Oxford. Allí cuenta que le dieron una llave del edificio para que pudiera ir a trabajar cuando quisiera, “previa entrega de unas monedas, por si la perdía”, matiza, no sin cierta ironía.
Se especializó en espectroscopía infrarroja y Raman, que aplicó a diversos campos de la ciencia, entre ellos, el de la medicina: “Colaboré con el doctor Luis Cifuentes Delatte, urólogo de la Clínica de la Concepción. Con él trabajé en el análisis mediante espectroscopía de los cálculos urinarios, investigaciones que continué con su sobrino, José Luis Rodríguez-Miñón Cifuentes”.
Considera que tuvo suerte de trabajar en el Instituto de Óptica, que en aquellos años era un centro “amable” para las mujeres. El apoyo de tres mentores, en diferentes momentos de su incipiente carrera, le brindaron la oportunidad de trabajar como científica: José Barceló, Miguel Ángel Catalán y José María Otero Navascués, enumera con agradecimiento.
La profesora Bellanato, que siempre fue una “niña aprovechada en los estudios”, se matriculó en la universidad alentada por su padre. “En casa, no había ambiente científico, pero éramos tres hermanas y a todas nos apoyaron a la hora de estudiar”. Premio Extraordinario en el Examen de Estado, se decantó por Ciencias Químicas porque se le daba muy bien y era una carrera que no estaba del todo cerrada a las mujeres. Contrariamente a lo que pudiéramos creer al pensar en la Universidad Complutense de Madrid en 1939, un tercio de los alumnos de primer curso eran mujeres, sobre todo porque había pocas facultades y estas concentraban muchas matrículas.“La mayoría que elegían estudiar ciencias optaban por Químicas o Farmacia. El resto de carreras científicas casi estaban prohibidas para nosotras; por ejemplo, era muy difícil plantearse hacer Física o Medicina”.
El panorama ha cambiado, pero no demasiado. De hecho, según expone Pilar López Sancho, “donde más mujeres trabajan es en el área de Alimentos: un 48% son profesoras de investigación”. Más difícil lo tienen en los centros relacionados con la Física o en el campo de los Recursos Naturales, detalla.
Experta internacional en leche
Del campo de la Alimentación procede otro testimonio de éxito de estas pioneras de la ciencia española. Manuela Juárez, química que desarrolla su área investigadora en la tecnología de alimentos, es una experta de referencia internacional en el análisis de la calidad de la grasa de leche, “muy saturada”, según sus palabras, pero de la que se muestra firme defensora. Durante muchos años, se ha relacionado “la grasa saturada, de forma indiscriminada e independientemente de su composición, con enfermedad cardiovascular. A pesar de que la grasa que procede de la leche no se asemeja a otro tipo de grasas saturadas, se limita en muchas situaciones. Incluso se recomienda a los niños productos lácteos semidesnatados o desnatados”.
Sin embargo, las evidencias científicas contrastadas, derivadas de metaanálisis, señalan que los productos lácteos completos, con grasa, no tienen asociación negativa con riesgo cardiovascular o con riesgo de cáncer, de colon, por ejemplo. Incluso hay datos de determinados productos que indican lo contrario: menor riesgo, lo que supone beneficio para enfermedad cardiovascular, según estudios realizados en productos fermentados –leches y quesos-, así como un menor riesgo de diabetes tipo 2”, señala la experta, coautora de un suplemento sobre Lácteos y Salud, publicado en Advances in Nutrition.
Para Juárez, que siempre ha sentido que el CSIC ha acogido y potenciado a la mujer investigadora, “es una pena porque la grasa de leche, independientemente de que es muy saturada, también se compone de ciertos ácidos grasos de cadena corta y media, que son fuente rápida de energía, no tienden a acumularse en tejido adiposo y se recomiendan en dietas para control de peso corporal. Otra paradoja, pero está demostrado que disminuye la grasa corporal y aumenta la masa muscular”. De esta forma, la correlación que se ha establecido entre grasa saturada –al menos en el caso de la grasa de leche-, es un mito que se desvanece porque, según la también miembro del Consejo Científico de la Agencia Española de Seguridad de Alimentos y Nutrición, “no existen evidencias científicas que lo apoyen. En estos momentos se baraja o no asociación o incluso disminución de riesgo”.
Los ácidos grasos de cadena corta y media tienen, además, propiedades antimicrobianas. En niños, sobre todo antes de los cinco años, se ha observado, que los que consumen leche entera tienen menos trastornos gastrointestinales que aquellos que toman leche semidesnatada o desnatada. El equilibrio, para Juárez, es intentar no ingerir excesivas grasas, pero en cualquier caso, la grasa de la leche, que en la UE tiene un 3,5% de grasa, “no debe ser demonizada en absoluto. Debe dejar ser el ‘patito feo’. La leche es uno de los alimentos más completos y equilibrados”.
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