«Dios perdona siempre, los hombres a veces y la naturaleza nunca». Si hay una falacia campeona en el mundo de las pseudoterapias, es la denominada falacia naturalista. Su formulación es muy simple: si algo es natural, es bueno.
Da igual que el veneno del alacrán o la cicuta sean perfectamente naturales. O que no haya nada más natural que un rayo. O que, ya puestos, una supernova desintegre todo a su alrededor a un radio de 40 años luz. Si algo es natural, por alguna razón nuestros cerebros tienden a asociarlo con un ideal utópico de tipo ‘Arcadia feliz’.
Hay toda una rama de las pseudoterapias que se nutre de esta falacia desde el puro nombre, la naturopatía. Este cuerpo doctrinal se puede resumir en que la Naturaleza nos nutre de todos los elementos que necesitamos para restablecer nuestra salud en periodos de enfermedad. Amalgama mucha pseudociencia, pero su práctica estrella es la fitoterapia.
El uso de los remedios naturales para tratar (con menor o mayor fortuna) las enfermedades nos ha acompañado desde los albores de la humanidad, o incluso con anterioridad a ello, a tenor de algunos comportamientos que observamos en animales en ese sentido. Durante gran parte de nuestra historia (y aquí entra también la falacia ad antiquitatem) nuestros antepasados fueron acumulando, por ensayo y error, los remedios que terminarían siendo acaparados en figuras como el chamán de la tribu o el curandero del pueblo. No era raro que, a pesar del error constatado, se siguieran usando, y de ello puede dar fe la llamada ‘medicina heroica’ de hace apenas unos siglos, donde el uso y abuso de sangrías o metales pesados como tratamientos para todo causaba más mal que bien.
Si algo es natural, por alguna razón nuestros cerebros tienden a asociarlo con un ideal utópico de tipo ‘Arcadia feliz’
Pero donde la medicina se separó del matasanismo al enfocarla con la luz del método científico, los remedios “de la abuela” han seguido inamovibles, acaso empeorados por la capacidad de inventiva humana, hasta nuestros días.
De propuestas como sangrías, ayunos estrictos, metales pesados, venenos, trepanaciones, mejunjes más cercanos a lo que en el ideario hay en el caldero de una bruja que de una botica farmacéutica, masajes, saunas, ventosas, purgas y otro sinfín de prácticas que nos darían escalofríos por contenido y forma de aplicación, hemos pasado a prácticamente lo mismo (por fortuna, al menos en entornos más asépticos… a veces) pero cambiando ese velo de matasanismo por una hermosa pátina de comunión con la Naturaleza, en consonancia con lo comentado en el anterior artículo sobre el papel de la New Age en el resurgir de todo tipo de charlatanerías pseudocientíficas.
De alguna forma, se ha conseguido hacer olvidar que, antaño, lo natural era morirse. Lo natural era perder a la mayoría de los hijos al poco de nacer. Lo natural era perder a la propia madre en un mal parto. Lo natural era tener una esperanza de vida media de unos 40 años al nacer. Hacerse un rasguño era una invitación a una muerte por infección y, si te ponías en manos de los matasanos, prácticamente una certeza (que surgiera la homeopatía en esa época y medrara al obtener a menudo mejores resultados por, precisamente, dejar estar al enfermo sin hacerle nada, no fue por casualidad).
¿Diabetes? Muerto. ¿Apendicitis? Muerto ¿Caries? Muerto. ¿Cáncer? Bueno, al menos en este área pocos llegaban a una edad suficiente como para sufrirlo. Y por esto último, a algunos les da la sensación de que hoy en día algo estamos haciendo muy mal cuando tanta gente lo sufre. Aunque ahora vivamos de media el doble, y la enfermedad suela aparecer media vida después de lo que duraría uno en aquella época.
No se me entienda mal: entre todos esos supuestos remedios, los había reales. De hecho, la base farmacológica actual se debe en su mayor medida al análisis de dichos remedios para detectar cuáles tenían efectividad, averiguar por qué mecanismo químico, y depurar el proceso. Se extraen los principios activo de interés, se eliminan los que fueran inservibles o aun contraproducentes, se dosifica para conocer exactamente qué cantidad recibirá el paciente según su peso u otros parámetros, y también, fundamental, se detecta qué efectos secundarios aparecen por su uso. A veces, incluso se modifica o sintetiza artificialmente la molécula de interés para mejorar su efectividad y/o reducir dichos efectos secundarios.
Es decir: la fitoterapia, más que una pseudociencia, sería mejor considerarla como una protociencia. Algo así como la versión primitiva de remedios ampliamente superados con el conocimiento actual. Algo de lo que echar mano si no se tiene nada mejor a nuestra disposición, como ocurre en países desfavorecidos. Siempre, por supuesto, teniendo en cuenta el subconjunto que ha mostrado tener un efecto real, y no las propuestas que el primer payés calvo de turno venda como milagros para hacernos crecer el pelo. Y no, ‘naturales’ no implica ‘buenos’: pueden ser perfectamente inapropiados, con efectos secundarios graves o directamente tóxicos. Recientemente, conocimos la muerte de un niño por un fallo hepático debido a su consumo. No es anecdótico: con la moda de lo ‘detox’ aumentan este tipo de afectados. Lo ‘natural’ puede provocar interacciones indeseadas entre varios remedios. Incluso propuestos como “terapias complementarias”, pueden provocar interacciones farmacológicas con medicamentos normativos, causando que estos dejen de funcionar o muestren efectos adversos inesperados. Tenemos constancia que muchos médicos han visto sufrirlos a sus pacientes sin entender el resultado tan distinto de lo esperado al administrar la medicación, hasta que se les ha ocurrido preguntar si estaban tomando algo más. Es entonces cuando, a menudo, les han confesado el consumo de “remedios naturales”, pero que al ser naturales, no se les había ocurrido comentarlo por considerarlos inocuos. No deja de ser irónico que muchos huyan de unos ‘químicos’ muy bien controlados pero no duden en zamparse cualquier cosa que les vendan como natural sin tener ni idea de qué está compuesto.
La fitoterapia, más que una pseudociencia, sería mejor considerarla como una protociencia
Por cierto que, a día de hoy, muchos confunden la homeopatía con fitoterapia. Ojalá llegue el día que expliquen a ciertos pacientes que lo que están tomando no tiene nada que ver con remedios herbales, y que pasa por un proceso que nada tiene nada de natural. Y, ya puestos, que el que algo sea natural o artificial es irrelevante mientras se haya comprobado su eficacia. Que, en medicina, algo “tradicional” es sinónimo de desfasado, de primitivo, no de mejor. Que lo natural también es química, indistinguible de un compuesto artificial constituido con la misma fórmula. Que también tiene efectos secundarios. Que también puede ser venenoso o tóxico. Que “lo natural”, hoy en día, es un reclamo de ficción publicitaria, no una realidad. Que, pese a estar regulada para impedir su uso como reclamo, la norma se vulnera sistemáticamente, sin que se tomen medidas de control. Que aprovecharse de los vulnerables con palabras bonitas, beneficiándose de esa falta de control, también está en nuestra naturaleza humana.
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