Marta Andrés, 26 años, de Madrid, quería ser oncóloga pero una pandemia se cruzó en su camino y le cambió la vida, desatando una vocación por Medicina de Familia que no conocía. Su historia, como la de otros jóvenes que se han enfrentado a esta situación incluso antes de elegir especialidad, la recogemos en la serie #Admirables de Diario Médico y Correo Farmacéutico en reconocimiento a todos los sanitarios que han luchado frente a la covid-19. Marta, ahora es R1 en el Hospital de Fuenlabrada (Madrid).
Como muchos opositores que hicieron este año el examen MIR, con la llegada del Sars-Cov-2 y la avalancha de pacientes que se agolpaban a las puertas de los hospitales y centros de salud, quería aportar su granito de arena. "Era muy frustrante ver lo que estaba pasando y no poder hacer nada", asegura. Así que se apuntó a varias listas, entre ellas la del Colegio de Médicos de Madrid, aunque finalmente fue el propio hospital donde hizo las prácticas, el Puerta de Hierro de Madrid, quien la llamó para trabajar.
Entre abril y mayo estuvo en el servicio de Medicina Interna con pacientes covid. "Acompañábamos al adjunto, que era el que entraba en las habitaciones de los pacientes, y recogíamos toda la información que nos daba sobre la situación del enfermo o los cambios en los tratamientos, ya que él no podía tocar nada entre habitación y habitación".
Más tarde, en junio, entró en un centro de salud de Galapagar ayudando en el triaje y posteriormente con el rastreo y fue ahí donde se activó el clic que cambió su vida para siempre. "Familia siempre me ha dado mucho respeto porque creo que es muy difícil ser un buen médico de familia, es muy complicado". Pero allí conoció a grandes profesionales que le hicieron decantarse por esta especialidad. "Me he dado cuenta de que Familia me podía aportar muchas cosas que no me podía dar otra especialidad, como el trato con el paciente, su entorno o su familia. Además, aunque ahora la parte de promoción de la salud está muy parada por la situación, la atención al crónico es algo específico de Familia que me gusta mucho".
¿Y si la elección de plaza hubiese sido en abril cuando estaba prevista? "Lo he pensado muchas veces, no sé si hubiera estado donde estoy ahora".
Más claro lo tenía Paula Marín-Borregón, quien siempre quiso ser Médico de Familia. Antes de comenzar la residencia en el Hospital Severo Ochoa, de Madrid, donde está haciendo la rotación en Medicina Interna, estuvo tres meses en urgencias del Hospital Infanta Cristina, de Madrid, y otros tres en el centro de salud Monterrozas, en Madrid. "Parece que llevo con pacientes covid desde marzo pero no tiene nada que ver cómo ves la covid cuando estás en urgencias, en centro de salud y cuando estás en planta de medicina interna. A pesar de ser lo mismo, para mi la forma de vivirlo es radicalmente distinta". La clave: la relación médico-paciente. "Creo que ser médico es eso, esa relación", asegura.
Su experiencia en este sentido comparando su paso por los tres niveles ha sido muy diferente. En urgencias la toma de decisiones tiene que ser rápida, decidir en minutos qué paciente se queda y cuál no. "No tienes la sensación de que el paciente sea tuyo a largo plazo, le ves de forma fugaz", afirma Paula tras su trabajo en este servicio. Su desempeño en el centro de salud fue principalmente telefónico, con lo que tampoco llegó a crear ese vínculo a pesar de la valoración en consulta cuando era necesaria. Pero cuando llegó a la planta del hospital se dio cuenta de lo que era esa relación. "Son personas a las que ves todos los días, te vas a casa, vuelves y tienes al mismo paciente".
Según Marta, la atención hospitalaria es más puntual, aunque según la patología se alargue el seguimiento. "La atención del médico de familia es más longitudinal, me gusta llegar a conocer al paciente, que te cuente una cosa y sepas por dónde va".
Volver a humanizar la medicina
Tanto para Marta como para Paula, la opción de Familia se basó en la cercanía con el paciente. "Socialmente está más relacionado con Familia, pero debería ser independiente de la especialidad", dice Paula. Al inicio de la residencia reconoce que lo que más le ha costado, además de tener que adaptarse a nuevo centro y nueva gente, es "vivir una medicina deshumanizada por los Epi". Esta barrera imprescindible para la seguridad del sanitario hace que no se reconozcan entre sí. "Cuando pides una prueba no sabes si lo estás haciendo a un médico, una enfermera, un celador o a alguien de limpieza", se queja. De hecho, cuenta que cuando, ya sin Epi, coinciden en el ascensor, a veces ni se reconocen después de haber estado todo el día trabajando codo con codo. Y por su puesto no se olvida de lo que es para los pacientes no saber quién le está tratando. "A mí no identificar al paciente porque lleva mascarilla, entre comillas, me da igual, pero es el paciente el que no ve a nadie a lo largo del día".
Durante la primera ola asegura no haber sido consciente de todo esto "porque en urgencias no creas ese vínculo médico-paciente".
A pesar de que la pandemia determinó la especialidad que elegiría Marta, no ha cambiado su visión general de la Medicina: "Siempre ha sido lo mejor a lo que podía dedicar mi vida y mi tiempo, que es ayudar a los demás cuando están enfermos, se sienten mal, tienen miedos". Pero sí cree que ha cambiado la forma de hacer medicina, por ejemplo con la priorización de la atención telefónica a la presencial, que espera que no perdure mucho porque considera muy importante tener al paciente delante siempre que se pueda. "Me da un poco de miedo que eso se quede ahí". Reconoce las ventajas de la tecnología pero teme que con su abuso se pierda la cercanía con el paciente, ya que el teléfono no la hace posible.
Paula coincide: "Haber perdido mucha parte de la humanización de la medicina debido a las circunstancias me ha permitido ser más consciente de lo importante que es esa humanización".
¿Cómo cree que va a evolucionar la epidemia? "Depende de lo optimista que me levante", dice Marta entre risas, aunque cree que se controlará la situación, pero no a corto plazo. Paula también cree que va a llevar tiempo: "Creo que es un problema de sociedad, hasta que no tengamos consciencia de lo que es esto y de lo que supone, no va a acabar. Más allá de todas las medidas, es algo que va a perdurar en el tiempo y tenemos que convivir con ello, encontrar el equilibrio entre respetar y cumplir las normas y tener cuidado y no dejar de vivir".
"Terminará mejorando, no nos queda otra", termina Marta.
Miedos y hábitos de los R1 pandémicos
Se enfrentaron a una pandemia incluso antes de empezar la residencia. El retraso en la elección de especialidad y la urgente necesidad de manos para atender a los cientos de enfermos que cada día entraban en los hospitales con covid-19, hizo que decenas de médicos que habían aprobado el examen MIR a finales de enero entraran en escena.
La principal lección que aprendieron esos meses fue, obviamente, sobre medicina en general y sobre cómo manejar la covid, en particular. "Parece que he tenido 3.000 vidas, pero sólo fueron un par de meses", confiesa Álvaro Rodríguez. Estuvo en el Hospital de San Pau, de Barcelona, tratando enfermos con covid en plena ola y más tarde continuó en urgencias con todo tipo de pacientes. Ahora está de R1 de Psiquiatría en el Hospital 12 de Octubre, de Madrid, donde está rotando en el servicio de Urgencias de Neurología con guardias en Urgencias generales y sigue viendo pacientes con covid. Tras los peores meses de abril y mayo, se compara con sus compañero actuales de residencia que no pasaron aquello y se nota "bastante frío" ante lo que está viviendo ahora. "No es que no lo sienta sino que no me parece tanto, no me sorprende". Sus compañero, en cambio, lo ven todo llamativo. Lo que da la experiencia.
Marta y Paula coinciden con Álvaro en que ese primer contacto con la medicina real les sirvió para estar ahora más seguros y con confianza a la hora de afrontar la residencia. "Tengo más seguridad y soltura para manejar las diferentes situaciones que se te pueden presentar, si tienes un problema no bloquearte, saber reaccionar", dice Marta.
El miedo al contagio sigue presente pero lo afrontan de una forma distinta. Paula, con muchas comillas, dice que contagiarse es lo que menos le importa. Vive el miedo de forma diferente, quizá por el vínculo médico-paciente y la preocupación que le generan sus pacientes y ver que a veces van muy despacio y de ser incapaz de hacer más. "No sé si soy un poco inconsciente en ese sentido, pero no puedes hacer mucho más que tener cuidado".
Álvaro comenta algo similar: "Nuestra seguridad pasa a segundo plano si hay un paciente que esta en una urgencia de vida o muerte", comenta sobre una vez que coincidieron ocho personas en la misma sala donde un paciente estaba en peligro. "En marzo, hubiese sido impensable que estuviéramos tantas personas juntas".
La falta de material de protección de los primeros meses hizo que el miedo fuera mayor. "Ahora ya hay más medios pero nos hemos acostumbrado a vivir con ese miedo, a incorporar a nuestros hábitos una serie de medidas de protección de higiene y a no bajar la guardia porque ves que hay compañero que se contagian".
Y esos hábitos adquiridos entre los jóvenes que se enfrentaban por primera vez a la medicina en plena pandemia les diferencian del resto. Álvaro nota que él hace cosas diferentes a los médicos más mayores que adquirieron sus hábitos antes de la pandemia o los recién llegados. "Voy vigilando que la bata no me roce la camilla, por ejemplo, y eso lo aprendí en aquellos meses. No es que esté asustado, sino que lo he incorporado como un hábito. Son detalles que se notan en los R1 que vivimos aquello".
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