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viernes, 11 de diciembre de 2020

Las vacunas para covid-19 serán seguras o no serán aprobadas

Opinión
Josezarate
Sáb, 12/12/2020 - 07:00
Dos siglos de experiencia han ido reforzando los controles y la eficacia
Vacuna y jeringuilla.
Los resultados con las vacunas que están a punto de ser aprobadas son muy esperanzadores.

En esta pandemia la vacuna es la mayor esperanza para la vuelta a un modo de vida parecido al anterior a la covid-19, y por eso las empresas farmacéuticas e instituciones de investigación (como el CSIC) se han volcado en producirlas. Sin embargo, ahora que por fin parecen estar muy próximas, muchos españoles no saben si vacunarse o no.

Los resultados de las vacunas, acumulados ya 200 años, son brillantes. La viruela, azote de la humanidad durante miles de años, ha desaparecido gracias a la vacuna (la primera utilizada en 1798). La poliomielitis dejaría hoy un millón de tullidos por año (2.000 en España) si no fuera por sus vacunas, sin las que esta enfermedad no estaría ahora al borde de la erradicación.

Seguramente los lectores jóvenes no son conscientes de que mi generación sufrió la tosferina, el sarampión, la rubeola, las paperas, la varicela e incluso la difteria (yo tuve todas menos la difteria; mi hermana no tuvo paperas pero sí difteria), mientras que hoy todas esas enfermedades son prácticamente inexistentes o muy minoritarias en España, gracias a la vacunación.

Inmunidad de grupo

¿Por qué entonces las dudas sobre las vacunas? Quizá porque las vacunas, como cualquier medicamento, pueden tener efecto secundarios, y porque se aplican a una gran cantidad de personas sanas, idealmente a toda la población, para crear la inmunidad de grupo que interrumpe la cadena de contagio.

Sin embargo, las agencias del medicamento nacionales o internacionales, como la FDA americana o la EMA europea, comparan la gravedad y frecuencia de efectos secundarios con las consecuencias de la enfermedad que previenen, y solo dan autorización para la aplicación de la vacuna si esta es lo bastante segura y si ofrece beneficios sustanciales.

Imagen eliminada.
Vicente Rubio.

En el caso de la covid-19, si toda la población de España (47.000.000 de habitantes) se contagiara fallecerían unas 380.000 personas (mortalidad del 0,8%), y además bastantes supervivientes sufrirían graves secuelas. Una vacuna que protegiera al 95% de los vacunados previsiblemente reduciría veinte veces los fallecimientos (a unos 16.500) y secuelas. En ese caso los efectos secundarios graves por la eventual vacuna deberían ser mucho menos frecuentes que los fallecimientos evitados, quizá cien veces menos frecuentes.

Así, podría tolerarse un incidente grave por cada 10.000 vacunados (menos de 5.000 incidentes graves si se vacunara a toda la población española). Si hubiera que repetir la vacunación cada año, como es el caso para la gripe, la tolerancia a incidentes graves habría de ser unas cien veces menor, es decir, podría tolerarse hasta un efecto secundario grave por cada millón de vacunados (47 incidentes graves por campaña de vacunación para toda la población española).

Ensayos y vigilancia

La autorización de una vacuna necesariamente se basa en estudios piloto, que se realizan en una muestra representativa de toda la población, para covid-19 en general del orden de unas 40.000 personas en la fase del estudio en que se determina la eficacia (fase 3) antes de someter la vacuna al proceso de aprobación. Estas cifras son adecuadas para detectar los efectos secundarios graves a la frecuencia exigida de no más de 1 por cada 10.000 vacunados.

Claro que, tras la autorización de la vacuna, es esencial continuar con la vigilancia de posibles efectos negativos en la población que se va vacunando (fase 4 del estudio), pues así se recogen números lo bastante grandes de individuos vacunados para poder detectar eventos negativos muy infrecuentes.

En resumen, es muy improbable que las vacunas para la covid-19 que están solicitando autorización de uso puedan producir más daño que beneficio, por lo que hay que insistir en un mensaje de confianza así como en la necesidad de que cada vacunado autorice su seguimiento tras la vacunación.

Es cierto que en la primera vacunación antipolio, realizada en 1955 con virus inactivado, es decir, virus de la polio tratado para que estuviera muerto y no produjera la enfermedad (vacuna Salk), aparentemente un laboratorio no inactivó adecuadamente la vacuna, lo que hizo que cuarenta mil niños contrajeran polio activa por inoculación de la vacuna, de los que unos 200 quedaron tullidos y alrededor de 10 fallecieron.

Además, entre 1955 y 1963, cuando para producir el virus de la polio usado para la vacuna viva se utilizaron cultivos de células de riñón de mono, hasta el 30% de la vacuna producida contenía un virus de simio, el SV40, al que luego se le reconoció potencial para causar cáncer, aunque, afortunadamente, no se ha observado un aumento de tumores en los vacunados en ese periodo.

Precisamente esos incidentes hicieron que, desde hace largo tiempo, las vacunas sean mucho más seguras, con controles de calidad muy exigentes para cada lote de vacuna, y usando células humanas bien caracterizadas y libres de virus en la producción de la vacuna.

Escasas complicaciones

Los movimientos antivacunas airean como efectos negativos de las vacunas el síndrome de Guillain-Barré (una forma de parálisis generalmente transitoria) o la narcolepsia (el paciente queda dormido súbitamente cuando no toca dormir), descritas con la vacunación para la la gripe porcina en 1976 . Sin embargo, los análisis posteriores de lo ocurrido no han podido establecer con seguridad la asociación de ambas manifestaciones con el uso de la vacuna.

Incluso si estas complicaciones fueran reales, su baja frecuencia no influiría en la recomendación para vacunar contra la covid-19, al menos en la población de más de 20 años de edad (por debajo de esa edad el virus SARS-2 raramente causa enfermedad grave).

También se ha dicho que el fuerte aumento en los casos diagnosticados de autismo es paralelo a la generalización de la vacunación infantil, pero las pruebas estadísticas niegan una asociación entre autismo y vacunas, y atribuyen el aumento en los casos de autismo a un mejor diagnóstico del mismo por el mayor conocimiento por los profesionales sanitarios de esa enfermedad, cuya descripción es relativamente reciente.

En conclusión, puede asegurarse que las vacunas para la covid-19 no serán aprobadas si no son efectivas y seguras. La información disponible para las que ya han anunciado la conclusión de la fase 3 de sus estudios (de Pfizer-BioNTech, Moderna y Astra-Zeneca, así como la rusa Sputnik-5, seguidas de cerca por las chinas de Sinovac y de Cansino) son muy esperanzadoras. Al menos para las dos primeras la autorización por parte de FDA y EMA parece próxima, una acontecimiento que deberíamos celebrar en lugar de temerlo.

(Puede encontrarse una versión más amplia en la sección Píldoras de la Newsletter del CSIC de noviembre de 2020, https://ift.tt/37QPbt6)

Off Vicente Rubio. Instituto de Biomedicina de Valencia del CSIC. Miembro del CIBER de Enfermedades Raras del Instituto de Salud Carlos III. Medicina Preventiva y Salud Pública Inmunología Off

via Noticias de diariomedico.... https://ift.tt/37U0VLm

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