Luis Álvarez-Vallina reconoce que quizá estudió Medicina por influencia familiar, pero en realidad siempre ha tenido una clara vocación investigadora. Ya en la facultad, le atrapó la Inmunología. Los avances que entonces se hicieron en el conocimiento del sistema inmunológico han ‘explotado’ hoy en tratamientos contra el cáncer. Y son el principio, asegura.
Por ello, afirma que si tuviera que volver a empezar, elegiría de nuevo este campo de la ciencia. Tras la residencia en el Hospital Puerta de Hierro donde se formó con Fernando Díaz de Espada, un referente en la Inmunología, y terminar su tesis doctoral sobre cómo se diferenciaban las células T en el timo, estuvo investigando en el MRC (Medical Research Council), en Cambridge, en el grupo de Gregory Winter, Premio Nobel de Química en 2018 y artífice de la ingeniería de anticuerpos.
La Inmunología ha pasado de un lugar discreto a copar el protagonismo con la pandemia. Más allá de que se hablaba de anticuerpos en la calle, ¿esa notoriedad ha traído más recursos?
Hubo muchas declaraciones iniciales, pero, al final, no se materializaron; y eso que la ciencia salió al rescate: gracias a las vacunas de ARNm se pudo desarrollar una estrategia para recuperar la vida normal. No sé cuál es el problema, pero realmente no ha habido una mejora sustantiva de la financiación pública.
La inmunoterapia también está acaparando protagonismo por su papel en el cáncer.
Los oncólogos eran escépticos sobre esta estrategia hace años, y ahora están viendo que hay pacientes que responden como nunca. Es un cambio de paradigma absoluto. Pero la inmunoterapia en este momento es un iceberg: vemos solo una parte de lo puede aportar en cáncer, con el tiempo también será útil en otros campos; por ejemplo, las células CAR-T empiezan a usarse en patologías autoinmunes con resultados espectaculares.
¿Cuáles han sido, a su juicio, los avances que han permitido ese paradigma?
El desarrollo de los anticuerpos monoclonales que bloquean los frenos (checkpoint inhibitors) del sistema inmunitario. Los tumores regulan moléculas que en condiciones normales el sistema inmunológico usa para autolimitar la respuesta ante una infección, y de esa forma no destruir tejidos sanos. Sin embargo, cuando el cáncer actúa sobre esas moléculas, el sistema inmune no puede atacarlo. El hallazgo de los checkpoint blockers demuestra la validez de la inmunoterapia como una estrategia contra el cáncer. Otro hallazgo fundamental es la materialización de las estrategias de redirección, con las que se generan sistemas artificiales para que el linfocito T reconozca el tumor. Ahí están, por ejemplo, las CAR-T y los anticuerpos biespecíficos; ambos están revolucionando sobre todo las neoplasias hematológicas. Y otro gran avance han sido las vacunas de ARNm, que se investigan con éxito en cáncer de páncreas, de pulmón y en melanoma.
¿Dónde estaría el techo?
Más que científico, creo que será logístico. El escenario que se plantea es de personalización del tratamiento y de combinaciones terapéuticas. Eso conlleva el riesgo de comprometer la equidad, algo que escapa a nuestra competencia. No sé si esas estrategias van a incidir de forma transversal en toda la sociedad, por sus altos costes. Sin embargo, en el terreno médico, el techo es difícil de imaginar, porque se abre la posibilidad de múltiples combinaciones; la inmunoterapia no excluye a otras estrategias terapéuticas convencionales.
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