El sobrecrecimiento bacteriano intestinal (SIBO) se define como la presencia de un excesivo número de bacterias en el intestino delgado (ID). Ello produce un conjunto de síntomas gastrointestinales inespecíficos (distensión, dolor abdominal, meteorismo, borborigmos, flatulencia, diarrea o estreñimiento), que suelen ser producto de la fermentación bacteriana de los nutrientes.
En los últimos años se ha producido un creciente interés por el SIBO tanto a nivel profesional como social que, entre otras aspectos, ha provocado un sobrediagnóstico, pues esa identificación no se corresponde con la auténtica realidad clínica de la patología.
Además, especialistas presentes en el 83º Congreso de la Sociedad Española de Patología Digestiva (SEPD), que se está celebrando en Valencia, han hecho hincapié en que el diagnóstico diferencial y atacar la “causa subyacente” que genera el SIBO son dos aspectos fundamentales para su correcto abordaje.
¿Quiénes son los principales “candidatos” a padecer SIBO? Según los especialistas, los pacientes con factores de riesgo para desarrollarlo son aquellos que han sido sometidos a cirugías intestinales o que padecen alguna enfermedad que altera la motilidad intestinal, como enfermedades metabólicas (diabetes), de la tiroides (hipotiroidismo) o neuromusculares (Parkinson).
También se han descubierto muchas enfermedades que actúan como “condiciones asociadas” al SIBO, aunque en la mayoría de las ocasiones se desconoce si son causa o efecto del mismo, según ha señalado a DM Verónica Martín, experta de la SEPD, médico especialista del Servicio del Aparato Digestivo del Hospital Universitario de La Princesa (Madrid) y coautora del documento de posicionamiento sobre el SIBO de ASENEM (Asociación Española de Neurogastroenterología y Motilidad) y la SEPD.
Fármacos y cirugía
Entre estas enfermedades, un buen ejemplo es la hipoclorhidria o disminución de la producción del ácido clorhídrico en el estómago. “Dicho ácido es un factor protector para que no exista el sobrecrecimiento bacteriano y cuando disminuye la producción, bien sea por cirugía o por uso crónico de omeoprazol o inhibidores de la bomba de protones, ello puede facilitar el desarrollo del SIBO”, ha comentado Martín.
La toma de fármacos que enlentecen la motilidad, como los opiáceos, los derivados mórficos y los fármacos antiespamódicos de uso crónico y prolongado, también “favorecen el crecimiento bacteriano”.
En el ámbito de la cirugía, ha comentado Martín, “se ha visto que hay una asociación muy fuerte con los pacientes que tienen resecciones intestinales, sobre todo cuando incluyen la válvula ileocecal, ya que esta actúa como una barrera de protege la migración de las bacterias desde el colon al intestino delgado. Y si se pierde esa barrera, se favorece”.
Diagnóstico diferencial
Los expertos también han alertado que los síntomas del SIBO se comparten con un elevado número de otras enfermedades digestivas, sobre todo “enfermedades funcionales digestivas, como el Síndrome del Intestino Irritable (SII) o la dispepsia funcional” y la Enfermedad Inflamatoria Intestinal (EII), ha señalado Cecilio Santander, experto de la SEPD, jefe del Servicio de Aparato Digestivo del Hospital Universitario de La Princesa (Madrid) y coautor del documento ASENEM-SEPD.
Por ello, se antoja fundamental un diagnóstico diferencial. La prueba de referencia es el cultivo de aspirado yeyunal, pero “es una prueba invasiva y costosa”, ha comentado Santander. De forma alternativa, se emplean métodos indirectos, como el test de aire espirado (TAE), que “presenta una especificidad más baja, en torno al 83%” -de hecho, hasta un 20% de personas sanas pueden llegar a resultar positivas en esos test indirectos-. Además, se recomienda utilizar la glucosa por encima de la lactulosa como sustrato del TAE, dada su mayor especificidad y sensibilidad.
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