En febrero del año pasado, con Dolors Montserrat al frente del Ministerio de Sanidad, se aprobó la primera Estrategia Nacional de Adicciones 2017-2024. Una de sus principales novedades fue la introducción de actuaciones frente a las llamadas “adicciones sin sustancia” como el abuso de las nuevas tecnologías, el juego cibernético y los videojuegos.
Desde una perspectiva clínica, se considera juego patológico cuando la persona pierde la libertad de jugar y el juego pasa a ser una necesidad prioritaria. Lo expresó muy bien el personaje Alexei, de la novela El jugador de Dostoievski: “En aquel instante debí haberme retirado, pero una sensación extraña se apoderó de mí: un deseo de provocar al Destino, de gastarle una broma, de sacarle la lengua. Arriesgué la mayor cantidad autorizada, cuatro mil florines, y perdí…”.
Aunque se puede iniciar a cualquier edad, la etapa más común es en la adolescencia, con un promedio de cinco años desde el inicio de la conducta hasta la pérdida de control. Si en la población general la ludopatía afectaría al 1-2% de la población, entre los jóvenes parece que se duplica. Su inmadurez cerebral les hace más vulnerables.
A diferencia del juego presencial (máquinas recreativas, bingos, etc.), el digital, las apuestas online, se benefician del aislamiento en el que se desarrollan, de su fácil acceso y de los atractivos reclamos con que se adornan; también de sus engañosas promesas de dinero fácil y rápido. Son condimentos muy tentadores para unos cerebros en desarrollo, predispuestos a estímulos excitantes que recalientan los receptores de la recompensa. Las sociedades científicas psiquiátricas llevan advirtiendo por eso desde hace algunos años del mayor riesgo de adicción que puede entrañar el juego en línea: estimulación visual, cuantía baja de apuestas iniciales, disponibilidad y accesibilidad 24 horas y privacidad.
Como ocurre con otras adicciones, lo que empieza como una diversión o una mera curiosidad, puede terminar en una compulsión enfermiza que se combina muchas veces con personalidades proclives a otros trastornos psiquiátricos.
En una sociedad adicta a las redes sociales y a los videojuegos, esta ludopatía digitalizada tiene un nutritivo caldo de cultivo en el que crecer. Educar en la familia y en el colegio, muchas veces a contracorriente, sobre el uso moderado y constructivo de las nuevas tecnologías, es la mejor forma de prevenir conductas cuya corrección futura puede ser compleja y de evitar dramas personales y familiares.
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