El SARS-CoV-2 ha puesto en jaque los sistemas sanitarios y la economía del mundo entero, sumiéndola en la mayor recesión de la historia moderna. La sociedad tiene ahora la mirada puesta en el sector al que me dedico profesionalmente y cuyo objetivo último es contribuir a su mejora mediante el desarrollo de medicamentos y vacunas. Si bien, para el caso que nos ocupa, ya tenemos algunos de los primeros, como remdesivir o la dexametasona, no será hasta la llegada de los segundos cuando logremos paulatinamente la tan necesaria inmunidad de grupo.
Huelga decir que hacer desaparecer completamente el virus (algo que sólo se ha conseguido con la viruela) es tarea harto complicada y, más aún, cuando el reservorio del virus al que nos enfrentamos no es exclusivamente humano. La realidad, en todo caso, es que estamos avanzando a una velocidad que no tiene precedentes en la industria farmacéutica.
Si bien el plazo habitual para desarrollar una vacuna oscila entre los 10 y 15 años, hay razones suficientes como para ser, citando al Dr. Anthony Fauci, “cautelosamente optimistas”. A esto contribuyen, además del obvio impacto epidemiológico y social de la pandemia, otros muchos factores. Entre ellos destacan la creación de marcos de colaboración y financiación público-privados ambiciosos (CEPI, BARDA, WARP); el uso de ensayos clínicos adaptativos (acortando los tiempos de cada fase clínica); y sobre todo, el auge de una industria, la biotecnológica, en la que convergen diferentes tecnologías disruptivas como son la inteligencia artificial, la secuenciación genómica y las terapias personalizadas.
En dos frentes
Hoy hay más de ciento cincuenta candidatos bajo estudio en el desarrollo de una vacuna contra el SARS-CoV-2. De éstos, doce han entrado ya en ensayos clínicos con humanos y cinco han avanzado a fase II. Desde el punto de vista puramente técnico, y de forma simplificada, las empresas están trabajando en dos frentes bien diferenciados. En el primer frente, se encuentran aquellas que han preferido utilizar métodos convencionales en el desarrollo de vacunas. Estas empresas buscan generar inmunidad a partir de una exposición al virus en su totalidad (atenuado o inactivado), o de forma parcial mediante la administración de subunidades proteicas del virus. Destacan en este último grupo las estadounidenses Novavax (NVX-CoV2373, fase I/II) y Sanofi/GSK (fase preclínica), o la china Clover Pharmaceuticals (fase I). Sus candidatos son subunidades proteicas del virus, concretamente de la proteína S contra la que el huésped genera anticuerpos, y cuentan con un apoyo público-privado importante.
Novavax, en concreto, es la más adelantada de las tres y espera poder ofrecer resultados de inmunogenicidad el mes que viene. Desafortunadamente, Sanofi, una de las empresas con mayor capacidad de producción de vacunas a nivel mundial, no empezará sus ensayos clínicos hasta la segunda mitad de este año, por lo que habría que esperar hasta finales del año 2021 para poder tener acceso a su vacuna.
Por otro lado, la china Sinovac (PicoVacc, fase II) sería el principal competidor en el desarrollo de una vacuna mediante la administración del virus inactivado (tal y como es, por ejemplo, la vacuna de la rabia o la hepatitis A), si bien su capacidad de producción no es superior a los 100 millones de dosis anuales.
Producción larga y costosa
Todas las empresas anteriormente mencionadas se caracterizan por emplear tecnologías y métodos validados en el desarrollo de vacunas y, por tanto, ofrecen ciertas garantías de éxito de aprobación. Sin embargo, adolecen de un largo y costoso proceso de producción, lo que las convierte en candidatas poco idóneas para momentos de crisis donde prima la celeridad.
En el mundo tecnológico las crisis son, a menudo, ventanas de oportunidad para el desarrollo de competidores disruptivos y la aceleración de las llamadas “curvas de adopción tecnológica”. El lector comprenderá a qué me refiero si se para a pensar en cómo finalmente la telemedicina se está implantando a una velocidad superior a la que cabría esperar en otras circunstancias.
En efecto, esta crisis está posibilitando que haya un segundo frente de empresas con tecnología más innovadora, y por ende más arriesgada, con la que apuestan llegar a ser los primeros en la carrera. Estas empresas administran directamente material genético del virus al interior del cuerpo. La principal ventaja de este enfoque radica en su capacidad de, a priori, posibilitar una producción a escala más coste-eficiente, así como mayor facilidad en el mantenimiento del suministro de la vacuna.
Desafortunadamente, hasta la fecha no existe ninguna vacuna aprobada para uso humano basada en esta tecnología. En este segundo frente, las empresas difieren, fundamentalmente, en dos aspectos: cómo hacen llegar esa secuencia genética de interés (mediante qué vehículo) y en qué formato (ADN o ARN). Entre aquellas que lo hacen empleando un vector de ADN como vehículo se encuentran la china CanSino Biologics (Ad5-nCoV, fase II) y la inglesa AstraZeneca (AZD1222, fase II/III). Ésta última, concretamente, utiliza un adenovirus (causante del resfriado común) como vector, al que se le inserta la secuencia genética que codifica para la proteína S del virus y frente a la que desarrollamos anticuerpos.
El problema potencial que acarrea el empleo de adenovirus como vectores es la posible presencia previa de anticuerpos frente a los mismos (o su desarrollo posterior), reduciendo así la eficacia de la vacuna. Para evitar esto, otras empresas emplean directamente el ARN mensajero que codifica para la región de interés, vehiculizando el material por ejemplo mediante estructuras liposomales (Moderna, mRNA-1273, fase II).
¿ARN o ADN?
A priori, cabría pensar que las empresas que utilizan ARN mensajero tendrían cierta ventaja competitiva frente a aquellas que usan ADN (CanSino Biologics e Inovio, fase II y fase I, respectivamente). Así como las primeras sólo han de atravesar la membrana celular y no conllevan el riesgo de integrarse con el ADN huésped, las segundas deben atravesar la membrana celular y nuclear e integrarse, con los posibles riesgos que ello conlleva.
En todo caso, está por determinar si los anticuerpos generados frente al SARS-CoV-2, ya sea de una u otra forma, son efectivamente suficientes (en tiempo y forma) como para ofrecer una protección duradera frente al virus. Esto es algo que no sabremos hasta la publicación de los resultados de los estudios de fase III, y cuyo inicio está previsto que se produzca a finales de este verano por varias empresas (Moderna, BioNTech/Pfizer, AstraZeneca).
Así las cosas, es posible que veamos uno o varios candidatos aprobados para su uso y comercialización antes de finales de este año, si bien nos enfrentaremos a desafíos tanto de índole técnico como social. En lo técnico, no parece previsible que se vayan a producir mutaciones relevantes del virus, dada su estructura y modo de replicación, por lo que sería de esperar que las vacunas tengan cobertura universal, al menos en el futuro cercano.
Desafortunadamente, estamos viendo cómo la infección natural genera títulos de anticuerpos que parecen decrecer a los pocos meses, por lo que es probable que la inmunidad conferida por la vacuna ofrezca protección sólo de forma transitoria. Es por ello previsible que la vacuna se combine con otras de carácter estacional, como la influenza, y se ofrezca su administración periódica a poblaciones vulnerables.
Sea como fuere, el problema más importante será de índole social, y en particular, el relacionado con el acceso equitativo a la vacuna. Parece indudable que habrá un importante déficit en el número de dosis disponibles durante el 2021 para proteger a toda la población vulnerable. Es, por tanto, urgente que ésta sea una conversación que, liderada por organismos internacionales imparciales, sea iniciada sin dilación. Lo contrario nos llevará al famoso dilema del prisionero del que luego nos será difícil escapar.
Off Armando Cuesta Offvia Noticias de diariomedico.... https://ift.tt/3ga308j
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