"Éramos pocos y parió la abuela". Por si no estamos todos bastante saturados del monotema estos días, a los que dedicamos nuestro tiempo a la lucha contra la desinformación en salud nos ha caído la tormenta perfecta encima.
Absolutamente todos los payasos del circo de las pseudoterapias han salido a sus pistas a hacer su show, algunos con más fortuna que otros: desde quienes proclaman que el virus no existe hasta quienes dicen curarlo con cualquier tontería por un módico precio (a veces, ambos eran el mismo actor y eran capaces de decirlo en la misma promoción).
Absolutamente todos los temas que hemos tocado en las columnas de opinión previas han tenido y están teniendo su expresión en estos tiempos: explotar la incertidumbre, miedo y dudas para generar recelo hacia el sistema y atraer el agua del incauto al molino propio; el aprovechamiento de toda falta de medidas previas de contención de la charlatanería para lanzar bravuconadas varias (incluso a nivel jurídico) y enervar a sus hordas de seguidores (cada vez mayores y más radicalizados).
En ámbitos aledaños, como sectas de todo pelaje, todas claman por entender la situación como una señal del fin de los tiempos, o de tiempos de cambio, o de intentos de represión de un “Nuevo Orden Mundial”, o de que llegan los reptilianos, o de mil otras excusas para atraer y atar en sus tinieblas a tanto adepto como sea posible. Varios de estos grupos se han entremezclado con otros grupos de corte conspiranoico, intercambiando horizontalmente los “genes” de sus doctrinas y desnortamientos varios. Los antivacunas, como ejemplo práctico, están haciendo su agosto mezclándose con los antiWiFi y –falsos– afectados por el "síndrome de hipersensibilidad electromagnética" y los del "síndrome químico múltiple", hasta el punto de movilizar a grupos para quemar en varios países algunas torres de telefonía de 5G (que según sus delirios ayudan a dispersar el coronavirus). Torres que en realidad ni eran de 5G ni causan problema alguno en cualquier caso.
La proliferación de los peligros de la desinformación en salud en estos días ha sido tal que algunos países han contado, en los inicios de la pandemia, con más muertos por gente que ha aplicado falsos remedios preventivos contra el coronavirus que por el coronavirus en sí. El volumen de desinformación y su peligrosidad ha motivado (creo que por primera vez en la historia) a efectuar varias declaraciones oficiales expresas para desmentir algunos bulos al respecto.
Entre toda la cacofonía de charlatanes, el éxito indiscutible de público ha ido para los más osados, los promotores del tipo de lejía conocido como MMS. Su entramado internacional con gurús a los que siguen cientos de miles de incautos acólitos, su amplio bagaje con la mentira, la desvergüenza y aun la psicopatía de no importarles quien caiga mientras el dinero de la víctima acabe en la cartera propia, ha provocado un aluvión de casos de gente reportando, en esos mismos grupos, si “es normal” que estén sufriendo problemas como vómitos, náuseas, diarreas y todo tipo de otros malestares producto de… en fin, beber lejía. Y, como contaba en el anterior artículo, la respuesta siempre es que "eso es que va todo bien", instando a continuar en con las autolesiones involuntarias al pobre desnortado.
Los cachivaches de ozono y los experimentos de todo pelaje (y ningún código deontológico) con pacientes probablemente estén en un meritorio segundo lugar. No hay vendedor de máquinas de ozono que no estén prodigando sus beneficios, pese a las muchas alertas sanitarias sobre los enormes peligros de su aplicación por parte de gente no formada, en especial si se aplica en entornos donde residan o transiten seres vivos. Tampoco faltan las noticias de su aplicación directa a humanos.
Por supuesto, todas estas aplicaciones, todos estos brebajes, todas las propuestas (entre las que tampoco falta la sempiterna homeopatía, incluso a título oficial como ha ocurrido con el gobierno de la India) salen bien paradas por la ciencia según sus promotores. Da igual lo mal diseñado que sea el supuesto estudio en el que se basa, caso de existir. Evidentemente, si se basaran en pruebas sólidas, poco negocio habría por hacer.
Por el lado positivo, sin ánimo de hacer un chiste con el término tan manido últimamente, vemos que por fin algunos actores de peso como YouTube han dejado de mirar para otro lado y empiezan a ser conscientes de su importantísimo papel como vector de difusión de desinformación. Y, para evitarlo, han empezado a desincentivar e incluso eliminar contenidos altamente peligrosos. No solo de propuestas pseudoterapéuticas en sí, sino incluso de tipo conspiranoico que busquen reducir la confianza en las autoridades sanitarias o gubernamentales.
Por el lado negativo, incluso esta alentadora medida se puede volver en contra de todos (desde esos grupos radicales ya están enarbolando el victimismo y la bandera de la censura para radicalizar aún más a sus adeptos), consiguiendo las simpatías de aún más parte de la población. Sin un conjunto de medidas complementarias que empiecen a atajar el problema tomándolo tan en serio como se merece (y hablo de penas de altísimas multas e incluso de prisión por delitos contra la salud pública reiterados y flagrantes), y sobre todo de muchísima más divulgación de información de calidad y continuar cerrando los sumideros de desinformación a la sociedad, este pequeño “Apocalipsis Idiota” que estamos viendo en varios lugares por todo el mundo va a ser irrisorio comparado con el que veremos durante la próxima crisis.
Ojalá todo este caos sirva para entender que si la información veraz está recogida como un derecho básico para el ciudadano, es por una muy buena razón. Atontados por los coronabulos y guiados por los que los crean y difunden somos más vulnerables que nunca y una importante amenaza para la seguridad física y mental de todos.
* Emilio Molina. Vicepresidente de la Asociación para Proteger al Enfermo de Terapias Pseudocientíficas (Apetp) y colaborador del Observatorio contra las Pseudociencias, Pseudoterapias, Intrusismo y Sectas Sanitarias de la Organización Médica Colegial (OMC).
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