En este momento, en España, seguimos en una situación epidemiológica preocupante, a pesar de que parece que la incidencia acumulada (IA) está disminuyendo ligeramente, mientras que los ingresos hospitalarios -en planta y en UCIs- y los fallecimientos siguen aumentando.
Sin embargo, se abren tres situaciones que permiten mirar al futuro con un cierto optimismo: el descenso de la IA, que ha bajado en la última semana de 423 casos por 100.000 habitantes a 300 (30 de noviembre), la perspectiva de una vacuna y el que podamos tener unas navidades, si no como siempre, que al menos permitan reunirnos con nuestros familiares. Estas tres situaciones, que permiten un cierto optimismo, puede que nos lleven a un segundo batacazo o tercera ola en el mes de enero, después de las navidades, lo mismo que ha ocurrido después del verano.
No hay duda de que el optimismo siempre es mejor que el pesimismo, da más esperanzas, y los españoles, en estos momentos de fatiga pandémica, necesitamos algo que nos permita pensar en un futuro más o menos normal. El problema surge cuando ese optimismo está basado en unos hechos inciertos y, a veces, efímeros que conduzcan a una supresión de las medidas de prevención de contagios a nivel político y a una relajación de los mecanismos de protección a nivel individual. Esperemos que las navidades no nos lleven a un entusiasmo exagerado que nos devuelva a una situación de alerta máxima, como ha ocurrido con el verano.
"Esperemos que las navidades no nos lleven a una situación de entusiasmo exagerado"
La disminución de la incidencia es buena noticia, pero todos los expertos coinciden en que hay que tomarla con precaución. Fernando Simón insiste en que "el descenso o la estabilización de casos que se están registrando no son definitivos". En esta línea, ha incidido en que "los meses de frío pueden implicar un nuevo incremento de transmisión". Daniel López Acuña, exdirector de Acción Sanitaria en situaciones de crisis de la OMS, afirma que "el hecho de que veamos una ínfima disminución en la incidencia no debe hacernos pensar que estamos controlando la situación", porque -añade- "estamos con una incidencia diez veces mayor de la que tendríamos que tener para estar tranquilos". En la misma línea, Margarita Valls, del Centro de Biología Molecular Severo Ochoa CSIC-UAM, sostiene que "la disminución nos permite un ligero optimismo, pero no podemos relajarnos", y Antoni Trilla, jefe del Servicio de Medicina Preventiva del Hospital Clínic, de Barcelona, certifica que "son buenas noticias, pero hay que tomarlas con tranquilidad".
En el mes de marzo el pico de contagios detectados alcanzó la cifra de 438 casos por 100.000 habitantes (frente a los 300 de ahora). Aunque los datos de marzo no son equiparables a los actuales, porque entonces solo se hacían PCRs a los sintomáticos, indicaban lo mismo que ahora: una transmisión comunitaria descontrolada, una falta de posibilidades de rastreo de casos y una saturación hospitalaria y de UCIs inasumible.
En marzo se aplicó un confinamiento domiciliario que consiguió doblegar la curva hasta hacerla casi desaparecer, y en octubre, con más del doble de casos en varias comunidades, se han aplicado aislamientos perimetrales que no están dando los resultados esperados con la rapidez deseada. Los confinamientos perimetrales dificultan la propagación del virus a otros territorios, pero no impiden los contagios dentro de la misma zona, que son la causa principal de la situación en la que nos encontramos ahora, debida en gran medida a reuniones familiares y de amigos y a eventos multitudinarios. Lo que en pequeñas zonas puede ser útil, no lo es tanto en las ciudades.
"El confinamiento perimetral no impide los contagios dentro de la misma zona"
El objetivo de los confinamientos y de las restricciones no es tanto evitar el número de contagios per se, puesto que muchos son asintomáticos, como reducir la mortalidad y evitar la saturación del sistema sanitario. Si todos los contagios fueran asintomáticos y no necesitaran asistencia médica, como ocurre con otros patógenos, no habría que tomar medidas especiales.
En el mes de julio la desescalada se hizo de forma demasiado rápida y los mensajes de los responsables políticos, con el objetivo de salvar la temporada de verano, transmitían optimismo: "Volvemos a la nueva normalidad", "de esta salimos mas fuertes"...; la ciudadanía, feliz de poder salir, volvió a sus costumbres de reunirse con familiares y amigos y se olvidaron de las medidas preventivas (mascarillas, distanciamiento social y lavado de manos, básicamente). Había tan pocos contagios entonces que la gente pensó que el virus había desaparecido, una sensación que contribuyeron a alimentar esos mensajes optimistas, la baja IA en esas fechas y la paulatina disminución de ingresos en los hospitales y de fallecimientos por covid.
Se relajaron todas las medidas y los contagios empezaron a aumentar, primero lentamente. El confinamiento domiciliario había doblegado la curva de incidencia acumulada, hasta que casi desapareció, y era posible identificar los contactos de las personas que daban positivo. Pero la alegría no duró mucho y los contagios empezaron a aumentar. El 18 de mayo, la media del país rondaba los 24 casos por cada 100.000 habitantes; el 30 de julio esa cifra se había situado en 54,05 (por encima ya de los 52,6 casos que marcaba el baremo oficial que activaba todas las señales de alerta en términos epidémicos). "El hecho de sobrepasar esa cifra de IA viene a ser sinónimo oficioso de descontrol de la epidemia; en este caso, con cifras de propagación de contagios similares a las de finales de abril". (El Economista, 30 de julio de 2020).
El 17 de agosto, la IA era 65/100.00; el 14 de septiembre de 247/100.000, el 16 de octubre de 312/100.000 y el 5 de noviembre de 528/100.000, fecha en que la IA empezó a descender. Hay que tener en cuenta que estas cifras representan la media nacional, pero hay localidades que llegaron a alcanzar los 1.800 contagios por 100.000 habitantes y comunidades que se mantuvieron durante días alrededor de los 800/100.000, y que actualmente están entre los 300-360 casos.
La vuelta a la rutina, a los amigos, al trabajo y al colegio, después de las vacaciones de verano; la bajada de las temperaturas y la posibilidad de que el virus se haya vuelto mas contagioso, unido a una creciente dificultad de identificación de contactos -por el rápido aumento de los casos detectados y la falta de rastreadores que pudieran identificarlos-, explican la alta incidencia del mes de noviembre. Ni los políticos hicieron su trabajo de preparación para una segunda ola -que estaba claro que llegaría-, ni los ciudadanos mantuvieron las medidas de protección.
"Ni el político hizo su trabajo ni el ciudadano mantuvo las medidas de protección"
El optimismo nos llevó, a partir de julio, a una situación ilusoria, fomentada por los responsables políticos, con el objetivo de "salvar la economía" a través de la temporada de verano, pero la temporada de verano no se salvó y corremos el riesgo de que tampoco se salve la temporada navideña, o que, más o menos, se salve esta última, pero a un alto coste personal y sanitario. La desescalada de junio, hecha demasiado deprisa, nos llevó a la situación de octubre, y nos puede pasar lo mismo con la relajación de las medidas, sin que la IA haya disminuido a los niveles adecuados en enero. Parece que volveremos a repetir el mismo error otra vez.
Cuatro semanas después de la implantación del toque de queda las cifras siguen siendo muy preocupantes: todas las comunidades tienen más de 250 casos por cada 100.000 habitantes; en 20 provincias, la IA está por encima de los 300 casos por 100.000 habitantes, una incidencia todavía muy alta, con la consiguiente presión hospitalaria (del 20% y de casi el 30% de la UCIs).
Si la IA empezó a disminuir 14 días después del estado de alarma (la semana del 4 de abril), tardó más de un mes en alcanzar los 52 casos por 100.000 habitantes, y 3 meses en llegar a 8/100.000. Hoy, con una incidencia mayor y sin haber recurrido de nuevo al confinamiento domiciliario, podemos asumir que no vamos a alcanzar la tasa fijada por el gobierno (60 casos por 100.000 habitantes) antes de navidad y, por lo tanto, es una temeridad levantar las medidas preventivas.
Si continua el descenso progresivo que se ve desde el periodo comprendido entre el 4 y el 20 de noviembre, en que se ha pasado de 527/100.000 (día 4) a 452/100.00 (19 de noviembre) y 300 (30 de noviembre), con una media de alrededor de 9 casos diarios, podríamos llegar a mediados de diciembre a ese objetivo de 60 casos por 100.000 habitantes y al nivel 1, de riego bajo, de los 4 niveles fijados por el Gobierno (25-50 casos/100.000 habitantes ) a finales de diciembre. Eso suponiendo que la evolución siga en descenso y no haya picos de aumento debido a las celebraciones y aglomeraciones propias del periodo navideño o a la bajada de las temperaturas.
"Cuatro semanas después de implantarse el toque de queda, la IA es muy preocupante"
Además, hay que tener en cuenta que los datos de la IA están condicionados por el número de pruebas que se realizan: cuantas más PCRs se hacen mayor es el número de detectados, pero, por el contrario, la disminución de PCRs puede dar lugar a una falsa idea de disminución del número de contagios, lo mismo que la sustitución de las PCRs por pruebas rápidas de anticuerpos, menos sensibles en la detección de infectados asintomáticos.
Esto ha sido lo que ha ocurrido en la Comunidad de Madrid en el mes de octubre, que reportó una IA de 1.000 casos menos del 1 al 2 de octubre, cuando la realidad es que habían dejado de hacer unas 50.000 PCRs la semana anterior (El Confidencial, 11 de octubre) y, por lo tanto, el número de infectados reales tenía que ser mucho menor. No habían bajado la curva, se habían desfigurado los números, y ahora lo han vuelto a hacer sustituyendo las PCRs focalizadas en los contactos por cribados inespecíficos a la población con test rápidos. Estos test no están enfocados a grupos concretos, son menos sensibles y dan tasas bajas de positividad en asintomáticos.
Todo ello hace que la disminución de las cifras de incidencia acumulada en Madrid sean cuestionables y no den mucho margen al optimismo, al menos en este momento.
La vacuna, no tan rápida
La siguiente causa del optimismo es la disponibilidad de la vacuna. El Gobierno presentaba a mediados de noviembre un plan de vacunación. El ministro de Sanidad, Salvador Illa, anunció en ese momento que "a finales de este año estaremos preparados para iniciar los programas de vacunación", pero lo que la ciudadanía interpretó es que ya se podrá empezar a vacunar. Mientras tanto, el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, insiste en que "una parte sustancial de la población española estará vacunada en el primer semestre de 2021".
A pesar de la carrera desatada entre las compañías farmacéuticas para ver quién fabrica la primera vacuna, la de Pfizer, que parece que será la primera, no estará disponible hasta el primer trimestre de 2021, y los 10 millones de dosis se utilizarán para los sanitarios y los grupos de riesgo. Es razonable que primero se vacune a los más vulnerables, pero eso implica que el resto de los ciudadanos tendremos que esperar, y los planes de que se acabe la pesadilla se alejan del futuro inmediato. Una vez más, los mensajes públicos han transmitido una esperanza que genera unas expectativas, más que probablemente, irreales.
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Desafortunadamente, las perspectivas no son muy halagüeñas para llegar a una navidad más o menos normal, ni tampoco a un primer trimestre de 2021. Parece que los políticos tienen que transmitir certezas, incluso cuando éstas no existen. Vivimos en un mundo de incertidumbres cada vez mayores, y nuestro día a día depende cada vez más de factores externos, desconocidos e incontrolables. Todo eso, a lo que no estamos en absoluto acostumbrados, es lo que el coronavirus ha puesto de manifiesto. Nos ocurrió en verano y son muchas las posibilidades de que nos vuelva a ocurrir. De haber actuado de otra manera, las expectativas de los ciudadanos hubieran sido mas realistas y las decepciones menores. Veremos qué ocurre ahora si las expectativas creadas para las fiestas navideñas no se cumplen.
"Ni las navidades... ni el primer trimestre de 2021 parece que vayan a ser muy normales"
¿Cual es el objetivo de todos los esfuerzos realizados? Disminuir los contagios, los ingresos hospitalarios y las defunciones, remontar la economía y volver a una vida, que aunque no sea igual, nos permita satisfacer nuestras necesidades económicas, personales y emocionales. Sabemos cómo hacerlo y, hasta que no esté disponible la vacuna, tenemos que cumplir a rajatabla con lo que sabemos que funciona y con lo que debemos hacer.
Besos y abrazos, en primavera
La relajación prematura de las medidas, ya de por sí tibias, puede que nos permita celebrar unas navidades, llamémoslas familiares, pero no hay más que ver las imágenes de las calles del último fin de semana y el número de fiestas que ha disuelto la policía en todo el territorio nacional para ver que vamos a pagar un alto precio a posteriori. Todos somos conscientes del impacto personal y económico del confinamiento domiciliario, pero, como en medicina, es mejor arrancar un cáncer de raíz, si es posible, que aplicar medidas paliativas.
Si se hubiera aplicado un confinamiento domiciliario selectivo corto en las zonas con mayor incidencia, en este momento la situación actual sería muy diferente, e incluso podríamos pensar en salvar la parte económica de la temporada de navidad y las reuniones familiares, en el mejor de los casos, sin tener que afrontar una tercera ola a continuación.
Está claro que esta navidad no puede, y no debe, ser una navidad normal; hay que mantener las medidas preventivas mínimas de grupos pequeños, uso de mascarilla y distancia, difíciles todas ellas de mantener en unas fiestas que se caracterizan por todo los contrario: reuniones de grandes grupos, de familiares, de amigos o de colegas del trabajo; sitios cerrados, largas horas de convivencia, y besos y abrazos.
"Las medidas básicas de prevención son difíciles de mantener en fiestas como éstas"
Pero seamos optimistas, pensemos que si estas navidades van a ser muy especiales -y digamos que hasta tristes en algunos casos-, vendrán otras, y conviene mirar un poco más allá. Olvidémonos del "frenesí navideño", como lo denominaría López Acuña, y démonos un plazo más largo. Aceptemos que la lucha contra la covid es dura y larga, y que la victoria depende de nosotros. Seamos conscientes de que tanto nuestra salud como la de las personas que nos rodean -o con las que querríamos estar- depende de nosotros, y a ninguno nos gustaría ser el responsable de las consecuencias de contagiar a las personas que queremos.
Sabemos que si perseveramos en las medidas necesarias y confiamos en las vacunas podremos tener una primavera y un verano más o menos dentro de la normalidad. Seamos responsables y dejemos las celebraciones para entonces. De esta forma, ahorraremos vidas y mucho sufrimiento a muchas familias, gastaremos mucho menos en asistencia sanitaria y podremos decir que lo hemos conseguido. Planifiquemos los besos y abrazos para primavera y verano, y así disminuiremos la frustración presente y crearemos un futuro optimista en el que apoyarnos.
Si somos responsables, conseguiremos evitar una tercera ola.
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