Muchas raíces comunes a idiomas de las distintas familias europeas y del norte de la India demuestran la existencia prehistórica de una lengua indoeuropea común. Es lo que sucede, por ejemplo, con la raíz van o wan, indicativa de deseo y fácilmente reconocible tanto en el inglés to want (querer, desear algo) como en el sánscrito vánati (él desea). Precisamente del sánscrito vanik (comerciante; literalmente, «que desea o busca ganancia») deriva la palabra española baniano, recogida en el diccionario académico con el significado de ‘comerciante indio’. La misma raíz indoeuropea reaparece en el nombre de la diosa romana del deseo carnal, Venus, y su colega Vanadis, esposa de Odín y diosa del amor en la mitología escandinava. En honor a ella, por cierto, los químicos suecos Jöns Berzelius y Nils Sefström bautizaron en 1830 con el nombre de vanadio al elemento químico de número atómico 23, descubierto casi treinta años antes en Méjico por el geólogo y químico español Andrés del Río, quien le dio el nombre de ‘eritronio’, por el color rojo que sus sales adquirían al calentarlas.
Como acabamos de ver con Venus, la raíz indoeuropea que expresa relación con el deseo adoptó en latín la forma ven. Así, los romanos llamaban venenum a los filtros amorosos, que vaya usted a saber de qué porquerías estarían hechos, porque digo yo que muchos ardientes enamorados hubieron de palmarla tras ingerir alguno de estos bebedizos antes de que el latín venenum pasara a significar veneno. ¡Qué romántico y hermoso origen para palabras tan macabras como venenoso, envenenar, envenenador y envenenamiento!
Antes de convertirse en el nombre propio de la seductora diosa romana del amor, el latín venus, veneris era un sustantivo común para designar un objeto deseado u obtenido por favor divino. Directamente emparentado con él, el verbo venerari, que inicialmente significaba «pedir un deseo a los dioses» (semejante, por lo tanto, a nuestros verbos ‘rezar’ u ‘orar’), adoptó pronto el sentido de «dirigirse con respeto a alguien», que es el que conserva venerar. Ello explica que nuestro adjetivo venerable (digno de veneración o respeto) no necesariamente se aplique a Dios o a los santos, y uno pueda usarlo para referirse a una venerable ancianita.
También la venia era inicialmente una gracia concedida por los dioses, pero hoy se aplica indiscriminadamente con el sentido de ‘favor’, ‘gracia’, ‘perdón’ o ‘permiso’. Cuando los abogados defensores o los funcionarios del ministerio fiscal, por ejemplo, desean tomar la palabra en un juicio, comienzan diciendo «con la venia de la Sala», e igualmente emplean la muletilla «con la venia debida» cuando desean contradecir alguna opinión expresada por el juez. El uso de ‘venia’ en el sentido de ‘perdón’ es más conocido por influencia de la Iglesia, que ha dividido tradicionalmente los pecados en mortales y veniales. Así decía el jesuita Gaspar Astete en su archiconocidísimo Catecismo de la doctrina cristiana (publicado en 1599, con infinidad de reediciones posteriores):
¿Por qué se llama venial?
—Porque ligeramente, esto es, con facilidad, cae el hombre en él y ligeramente se le perdona.
¿Por cuántas cosas se le perdona?
—Por nueve: la primera, por oír misa; la segunda, por comulgar; la tercera, por decir la confesión general; la cuarta, por recibir la bendición episcopal; la quinta, por tomar agua bendita; la sexta, por comer pan bendito; la séptima, por decir el padrenuestro; la octava, por oír un sermón; la novena, por darse golpes de pecho pidiendo a Dios perdón.
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Continúa en: «Veneno y venéreo (y II)».
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