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martes, 26 de noviembre de 2019

El superhombre está lejos, el científico-filósofo, no tanto

“El conocimiento está completamente abocado a la interdisciplinariedad, entre Ciencia y Humanidades”, María Cerezo, profesora de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Murcia, lo ve claro y así lo expresó en el Centro de Investigaciones Oncológicas (CNIO), durante el encuentro entre científicos y filósofos que se celebró el pasado 19 de noviembre.
Debatieron sobre cómo los avances científicos pueden cambiar la actual concepción de hombre y, por tanto, del mundo en el que vivimos. Ha sido la primera vez que las puertas del CNIO se abren a este tipo de debates, pero según su directora, María Blasco, no va a ser la última. La única conclusión clara del encuentro, que ha contado con el apoyo de la Fundación Banc Sabadell, es que debe repetirse.

“En el transhumanismo hay ideas muy aprovechables, que permiten plantear el concepto de identidad, de mente”, dice Diéguez

Ninguna otra respuesta concluyente, en una jornada llena de preguntas: ¿Hay alguna fecha sobre cuándo alcanzaremos superpoderes? ¿Cuándo se espera la inmortalidad? ¿Qué sociedad generaría? El avance en la cura de enfermedades mediante las últimas técnicas de manipulación genética, ¿cuánto va a costar? ¿va a ser accesible a todo el mundo?

Estos debates sobre un futuro que no existe, ni se sabe con certeza si llegará, son necesarios. “La Ética puede empezar a discutir las cosas mucho antes de que pasen en la práctica, aunque el momento decisivo es cuando empezamos a legislar. El problema es que las cosas no entran en el discurso político hasta que no se ve que existe una posibilidad de aplicación práctica y, entonces, a veces, ese momento es demasiado tarde, porque la ciencia va muy rápido”. Íñigo de Miguel Beriain, experto en Filosofía del Derecho, Bioética y Bioderecho, de la Universidad del País Vasco, hace esta reflexión en defensa de una mayor interacción entre Filosofía y Ciencia, porque, “vemos el mismo objeto desde perspectivas diferentes, así que los que no somos científicos necesitamos que nos expliquen bien qué están haciendo”.

“Solo tenemos 20.000 genes y muchas cosas que hacer”, apunta Lluís Montoliú como objeción a la inactivación de genes para crear superhombres

Pero si hay un movimiento visionario en este campo es el transhumanismo. Al encuentro en el CNIO asistió el máximo exponente en España de esta corriente de pensamiento, Antonio Diéguez, doctor en Filosofía y profesor en la Universidad de Málaga, que, además, ha sido uno de los impulsores de la cita, con María Blasco y Arantxa Etxeberría, filósofa de la Universidad del País Vasco. Diéguez no es un fundamentalista del transhumanismo, explica que “los avances científicos no permiten justificar las promesas más atrevidas de los transhumanistas, como, por ejemplo, conseguir la inmortalidad. Por ahora podemos hablar de extensión de la vida, como ha dicho María Blasco, y de manera modesta, no definitiva”. Sin embargo, Diéguez pone en valor esta corriente porque “en el transhumanismo hay ideas muy aprovechables y, desde el punto de vista filosófico, es muy interesante porque permite plantear viejas disputas filosóficas, como el concepto de identidad, el de mente o el de naturaleza humana. Pero una cosa es que sea interesante y que haya que tomarse en serio la discusión y otra cosa muy distinta es que se dé por bueno todo lo que se dice. Hay que ser muy prudentes y los científicos lo son”.

Como muestra de esa prudencia, Lluís Montoliú, del Centro Nacional de Biotecnología, pionero en España en el uso de la técnica de edición genética CRISPR-Cas9 con ratones, recordó “que hay investigadores que mantienen una lista de 50 genes cuya inactivación puede dar superpoderes”. Por ejemplo, desactivar el gen que nos dice cuándo tenemos que levantar el dedo de las brasas para no quemarnos o sacar la cabeza de debajo del agua para poder respirar. El descubrimiento al que se refiere Montoliú está liderado por George Church, genetista de la Universidad de Harvard, y salió a la luz hace un par de años. A este planteamiento se han presentado muchas objeciones que llaman justo a eso: la prudencia.

El investigador del Centro Nacional de Biotecnología razona: “Inactivamos un gen y dejamos de percibir dolor, ¿es bueno eso? Pues, no lo sé. Mi crítica es que nos olvidamos de la pleiotropia [fenómeno por el cual un solo gen es responsable de efectos fenotípicos o caracteres distintos y no relacionados], sólo tenemos 20.000 genes y tenemos muchas cosas que hacer. Así que es ingenuo pensar que un gen solo hace una cosa”.

La filósofa Cerezo valora esa actitud al reconocer tras la jornada estar “muy impresionada” por “la prudencia que advierto en los científicos, que consideran la importancia de no cometer errores que pueden traer consecuencias”.

En esta relación entre disciplinas hay un tópico más o menos aceptado, que explicaría la impresión de Cerezo, y es que la Filosofía, la Ética y el Derecho, por un lado, ponen cierto freno a las investigaciones en el laboratorio. ¿Está todo el mundo de acuerdo?
De Miguel admite ese planteamiento y reconoce que “hay veces que todo lo que suena a Ética y Derecho se mira con desconfianza desde la Ciencia”.

Sin embargo, Blasco, directora del CNIO, no tiene esa percepción. “La Ética y el Derecho no suponen un límite. Creo que la Ciencia va por delante muchas veces, pero no he sentido mi carrera científica con límites y a las cosas a las que se ponen límites son de sentido común. Pero es importante reflexionar sobre ellas y entenderlas”. Admite que, tras el debate, le parece que “la Ética es muy permisiva con lo que estamos haciendo. Aunque vayamos en mundos paralelos nos movemos en la misma dirección. Hay un entendimiento”.

Y más entendimiento que debe haber, de acuerdo con Diéguez. “Los científicos y los filósofos podemos colaborar de una forma muy productiva, porque necesitamos retroalimentarnos. Los filósofos para conocer cuál es la realidad de la Ciencia y los científicos quizás para ver en qué medida pensamos sobre las posibilidades que ellos no han visto o que reconocen muy remotas y que, puede, que no lo sean tanto”.

Por ejemplo, ¿está cerca el superhombre? Diéguez responde: “Si dentro de mil años será posible que el hombre llegue a vivir cientos de años, habrá que verlo. Pero lo que sabemos, con la ciencia actual, es que solo es un deseo, no una realidad. Cuando se habla del hombre cibor, como una realidad que ya está aquí, no es verdad, pues lo que tenemos son conexiones del cuerpo humano, especialmente del sistema nervioso con organismos microelectrónicos o con prótesis mecánicas.”

La definición de superhombre que sobrevoló en el debate tenía que ver, de alguna manera, con una vida larga, saludable y hasta con superpoderes, con el horizonte en una posible inmortabilidad. La otra concepción de superhombre, que también estaba en el encuentro, ocupaba las butacas del auditorio del CNIO, y era la del científico-filósofo o viceversa, capaz de aprehender los avances de las distintas disciplinas para entender lo que está por venir.

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