«Pleitos tengas, y los ganes», reza la popular maldición gitana. A lo largo de los artículos previos he hablado de los muchos daños de las pseudoterapias, a saber: los evidentes daños a la salud física y mental por la propuesta en sí, los provocados por la pérdida de oportunidad terapéutica, los daños económicos de los afectados, los daños morales cuando se les exprime incluso en sus últimos momentos de vida, el daño contra la autodeterminación terapéutica y la libertad de elección al inocular engaños al paciente, el daño familiar y social que provoca el desnortamiento progresivo de quien cae en el lodazal de las pseudoterapias…
Si este último, del que hablaba en el artículo previo, es sutil y prácticamente invisible a ojos de la ciudadanía, todavía existe otro daño adicional, menos evidente aún si cabe: el daño a quienes señalan el problema de las pseudoterapias. Un daño que atañe a muy poca gente, pero un daño de difícil subsanación.
Levantar la voz contra las pseudoterapias
Hasta hace apenas unos años, por no decir meses, la lista de la gente que levantaba la voz contra los desmanes pseudoterapéuticos eran un puñado escaso. Quizá no les suenen nombres como Luis Alfonso Gámez (del que recomiendo encarecidamente ver su brillante programa Escépticos dedicado a la homeopatía), Mauricio Schwartz, o incluso otros más mediáticos como el científico y locutor de RNE José Antonio López Guerrero, entre otros pocos medios y periodistas que comenzaron a señalar el problema con nombre y apellidos.
Hoy en día somos unos pocos más, pero seguimos siendo muy pocos. Algunos de tal envergadura como el Observatorio de la OMC, pero no dejamos de ser aún un par de puñados poco nutridos. La escasez de voces críticas provoca que estas sean un objetivo claro y asequible para la potente industria de la charlatanería pseudoterapéutica. Cerrarle el pico, judicialmente hablando, a cualquiera de sus críticos, disminuiría enormemente la información veraz contra ellos, proporcionándoles un mar de tranquilidad en el que poder seguir pirateando carteras. A veces, ni siquiera necesitan emprender acciones judiciales para conseguirlo, sino solo amenazar con ellas. En un contexto en el que la gente ya tiene demasiados problemas para llegar a fin de mes como para cargar con las repercusiones de defender causas desagradecidas con las que no hay nada que ganar y mucho que perder, es fácil que claudiquen y apaguen el altavoz, retiren contenidos, y miren para otro lado.
Antes de seguir, haré un pequeño inciso: es cierto que los recovecos del lenguaje jurídico son los que son, que el término “estafador” que usamos en la calle no concuerda siempre con el tecnicismo legal, que algunas veces las bocas pueden calentarse y exponer afirmaciones difícilmente defendibles. No es de estos casos de los que hablo, sino de individuos y grupos que llevan a cabo una documentación rigurosa para exponer un problema grave, a los que para la industria afectada es conveniente acallar.
Por concretar un poco más, quizá pocos sepan que a pocas semanas de la creación del Observatorio de la OMC, ya se estaban recibiendo los primeros burofaxes de varias compañías instigando en este sentido, que continúan llegando hasta nuestros días. O que en Apetp nos han dicho literalmente (en uno de los varios actos de conciliación ante las querellas con las que nos están bombardeando): «Tenemos recursos y representamos a mucha gente. Vosotros no sois nadie. Os vamos a freír a denuncias». A nivel individual, aparte de haber perdido la cuenta de dichos actos de conciliación, me han interpuesto tres causas –de momento, hay presumiblemente más en camino–. Y no soy ni mucho menos el único de esta o de otras asociaciones que están en esta situación.
Pero esto no pretende ser un lloro quejicoso: desde que comencé una lucha activa contra las pseudoterapias sabía a qué me exponía, y precisamente por ello intento hacer muy bien «los deberes» antes de señalar a nadie; personalmente no temo por ninguno de los procesos actuales o futuros que vayan a llegarme (dentro de la prudencia que cabe en el a veces veleidoso ámbito judicial). Aquí los espero sentado, como un peaje que pago gustosamente para intentar legar un futuro mejor a los míos y a mí mismo, y van listos quienes piensen que me voy a arredrar.
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Lo que quiero que quede claro de todo esto es que es muy fácil, y ya ha pasado antes, que cuando se lanzan tantos misiles, por buena que sea la contradefensa, alguno de ellos dé en el blanco. En el pasado, vía burofax, ya se han retirado bloques críticos con algunos negocios pseudoterapéuticos en programas televisivos de alta difusión que nunca vieron la luz (y lo sé porque formaba parte de varios de esos bloques como entrevistado). Algunos sitios web se han bajado los pantalones para retirar contenidos críticos (insisto: de forma completamente comprensible). Se han reblandecido algunos textos. Se ha censurado y autocensurado información. Desde fuera nadie se ha enterado de nada; solo los que estamos en estrecho contacto con estos generadores de contenidos tenemos alguna noción de todo aquello que los embaucadores han conseguido que no se cuente. Por no hablar del «aviso a navegantes» que estas acciones judiciales causan desincentivando a otros posibles divulgadores.
Este daño personal que los críticos reciben mediante un hostigamiento judicial está íntimamente ligado con el daño social que causa la pérdida informativa de su pluralidad de voces. La ironía: los juzgados por fin se están llenando de estos charlatanes, pero de momento aún con una disposición incorrecta en la sala.
Dar la cara contra el poderoso tiene como posible consecuencia que te la intenten partir, y es algo que no queda más que asumir. Pero si somos muchos quienes la damos, como ocurre con las vacunas, quizá la inmunidad de grupo haga replantearse la estrategia a quienes nos quieren calladitos y quietecitos. Las formas de ayudar pueden ser varias: desde redifundir en redes los contenidos críticos hasta respaldar económicamente la defensa judicial de quien necesite ayuda para ello –o si vienes del mundo de la abogacía, echar un cable pro bono–, pero ante todo no mirar para otro lado como si fuera un problema de otro: una crítica silenciada nos repercute a todos.
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