Antes de seguir adelante, un inciso: tengo por norma no usar jamás, bajo ninguna circunstancia, palabras o expresiones malsonantes, ni en el registro oral ni por escrito. En esta ocasión me veré obligado a hacer una excepción para dar primacía a la claridad y la precisión: puedo escribir, desde luego, «mal f...» o «mal foll...» y fiar a la perspicacia del lector la correcta interpretación de lo que quiero decir sin tenerlo que teclear; pero creo que esta columna y las siguientes se entenderán mejor si llamo a las cosas con todas sus letras.
El lenguaje médico jergal o informal, que emplea a diario el personal facultativo en cualquier hospital para comunicarse entre sí de forma rápida, críptica o cuando se siente entre colegas, recurre con frecuencia a los tacos o las expresiones malsonantes, pero convenientemente disimulados para mantener el carácter subrepticio de toda jerga que se desea velar a los de fuera.
Es paradigmática ―y muy conocida― la locución agua y ajo (por «aguantarse y a joderse») para las enfermedades que no tienen solución fácil o inmediata, como la artrosis y el resfriado común; también en la variante ajo, agua y resina («a joderse, aguantarse y resignarse»).
Ante un diagnóstico difícil, cuando un médico debe indicar a otro su más absoluta ignorancia sobre qué diantres puede tener un paciente, pero no desea dar mala imagen delante de este o de sus familiares, puede recurrir al registro formal hiperespecializado y hablar de ‘idiopático’ o ‘criptogenético’, en griego. O puede recurrir al registro críptico jergal: antaño podría haber escrito NPI (ni puta idea), pero hoy esta sigla es ya de dominio general, por lo que es más seguro echar mano de otras como QMS (¿qué mierda será?), QCS (¿qué coño será?), SDS (solo Dios sabe), SDQT (sepa Dios qué tiene) o SP y SPQT (sepa puta qué tiene). Todas, por supuesto, insertadas con toda naturalidad y seriedad dentro de una frase de aspecto muy profesional: «ingresó anoche por un SDS de libro» o «como puedes ver, esta paciente es un típico caso de QCS».
¿Todo siglas? Las siglas, sí, son un recurso muy usado en la jerga médica; pero también cabe echar mano de la eponimia, recurso asimismo muy médico: en España, por ejemplo, síndrome de Nilamaspu (ni la más puta idea); en América, otros síndromes afines, como el síndrome de Sepalachi (sepa la chingada qué tiene) y el síndrome de Quepin (qué pinga sé yo lo que tiene).
Ante un caso de NPI o SDQT, por cierto, lo habitual es solicitar una analítica Paver (paver: «pa ver qué sale»; a la laparotomía exploradora, en el registro jergal, se la conoce como técnica de Paver).
Campo abonado para el uso críptico de expresiones soeces es la situación ―nada infrecuente― en que un médico debe atender a una persona necia, insistente, pesada y maleducada; que acude a Urgencias, por ejemplo, tal vez por enésima vez, con un padecimiento insignificante, pero exige repetidamente ser atendida de inmediato y con una solución definitiva. En la calle, muchos se sentirían tentados de tildar a ese paciente de gilipollas o tonto del culo; o, también, de idiota, imbécil, retrasado o subnormal. Estos cuatro últimos insultos, por cierto, corresponden a antiguos diagnósticos psiquiátricos formales caídos en desuso cuando se cargaron de connotaciones peyorativas y experimentaron un desplazamiento semántico. En el registro médico jergal, ese mismo desplazamiento explica que, para tildar de ‘gilipollas’ a un paciente especialmente molesto, podamos ver usada cualquiera de las mil y una expresiones jergales de tono seudopsiquiátrico: que padece de encefalopatía fecal o de síndrome craneorrectal; que tiene un fecaloma en la silla turca o metástasis cerebral de un fecaloma; que es mononeuronal u oligo (forma abreviada de oligosináptico: con pocas sinapsis); que padece el síndrome de la maraca (una sola neurona y calcificada) o el síndrome de la neurona intermitente (hace sinapsis un poco y al ratito no); que padece un síndrome cortical, un síndrome supratentorial o una afección de los suprasegmentos; que tiene un «problema de azotea», vamos, o, en sus variantes jergales, un problema azoteítico (o azoteístico), un síndrome azoteico, una terrazopatía, pura azoteítis aguda; que el paciente, en fin, es un gadejo o ganejo («ganas de joder»).
Como puede verse, bajo la mayor parte de estos términos jergales subyace una peligrosa noción de larga tradición en medicina: la de que estos pacientes que tanto incordian presentan, más que padecimientos insignificantes, en realidad padecimientos inexistentes, inventados o fingidos, presuntamente psiquiátricos, hipocondríacos, psicosomáticos o, como se decía hace un par de generaciones, histéricos. Llegados a este punto, debo abrir un capítulo aparte para la histeria.
Fernando A. Navarro
Continúa en: «Mal follada (con perdón) (III)»
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