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sábado, 9 de febrero de 2019

Sapos y gusanos contra las demencias

En el libro Los remedios contra la peste negra (2013), el catedrático de Historia de la Farmacia Francisco Javier Puerto, recoge, entre otras muchas, una receta de Jean Favre, uno de los médicos de Luis XIV, publicada en 1652: “Hace falta coger a un grueso sapo, el más gordo es el mejor, atarle por los pies de detrás con un hilo y penderle delante de un fuego, poniendo bajo su boca una escudilla honda de cera y tenerle suspendido hasta que muera. Antes de morir, vomita pequeños gusanos y moscas verdes y de tierra. Es preciso recogerlo e incorporarlo en la cera fundida. El cuerpo del sapo es necesario secarlo en el horno, a poco fuego, de tal manera que se haga polvo. Una vez realizado se junta con lo vomitado. Se hacen pastillitas con cera amarilla, las cuales, llevadas sobre el corazón, preservan de la peste y la curan”. Cualquier cosa valía ante una enfermedad tan mortífera y desconocida.

Salvando las distancias, con el Alzheimer y otras demencias ocurre hoy algo parecido: miles de afectados, numerosas hipótesis sobre su origen, desde la infección a la inflamación, y ningún remedio que las frene. Consecuencia: un aumento preocupante de pseudomedicinas para las demencias, según denunciaba hace dos semanas en la revista JAMA el equipo de Joanna Hellmuth, de la Universidad de California en San Francisco. Suplementos e intervenciones médicas que con frecuencia se promueven como tratamientos con apoyo científico, pero que carecen de eficacia. “Los profesionales de la pseudomedicina esgrimen el testimonio individual como un hecho establecido, abogan por terapias no probadas y logran ganancias económicas”.

En las neurodegeneraciones, el ejemplo más común de pseudomedicina es la promoción de suplementos dietéticos. “Ningún suplemento dietético conocido previene el deterioro cognitivo o la demencia”, avisan. “Los consumidores a menudo ignoran que los suplementos dietéticos no se someten a pruebas de seguridad por parte de la Administración de Medicamentos y Alimentos de los Estados Unidos (FDA), ni a una revisión de su eficacia”. De hecho, algunos son dañinos, como se ha observado con la vitamina E, que puede aumentar el riesgo de ictus. Además del despilfarro que suponen, malgastan el valioso tiempo necesario para que clínicos y pacientes sondeen otras intervenciones.

Otras categorías de pseudomedicina

Una categoría similar de pseudomedicina implica intervenciones que abordan etiologías no confirmadas: toxicidad por metales, exposición al moho o causas infecciosas. Y al igual que con la peste, se recurre a recetas sin fundamento como la nutrición intravenosa, la desintoxicación personalizada, la terapia de quelación, los antibióticos o la inyección de células madre. “Carecen de un mecanismo conocido para tratar la demencia, no están reguladas y son costosas y potencialmente dañinas”, insisten los autores. Otra vía engañosa son los protocolos detallados para revertir los cambios cognitivos que reenvasan fórmulas conocidas, como el entrenamiento cognitivo, el ejercicio o una dieta cardiosaludable, y les añaden suplementos y otros cambios en el estilo de vida. Vendidos incluso por profesionales acreditados, “ofrecen un enfoque holístico y personal basado en datos rigurosos publicados en revistas acreditadas”. Sin embargo, enseguida aparecen patrones perturbadores: bajo una superficie de rigor y seriedad, los artículos científicos esconden un diseño chapucero y una ejecución torpe. Son presa fácil de las revistas depredadoras.

“Se puede argumentar -razonan los autores- que, aunque éticamente cuestionables, estas cataplasmas son relativamente benignas y ofrecen esperanza a pacientes enfrentados a una enfermedad incurable”. Nada más lejos de la realidad: tienen un coste evitable, distraen de otras acciones y refuerzan la pseudomedicina. “Si bien apelar a un sentido de la esperanza puede ser un factor motivador para los ensayos clínicos o las prácticas complementarias, la diferencia está en cómo se enmarcan estas circunstancias… En los ensayos clínicos, hay conversaciones estructuradas entre investigadores y participantes (consentimiento informado) en las que se explica que la intervención es experimental, puede no hacer nada y hasta causar daños. En contraste, la pseudomedicina beneficia a sus vendedores gracias a un beneficio ilusorio para los pacientes”.

Ante un paciente o familiar interesado en alguna pseudoterapia, el equipo de Hellmuth ofrece algunas orientaciones:

  1. Entender que a pacientes y familiares les motiva el deseo de obtener la mejor atención médica.
  2. Proporcionar una interpretación científica honesta de tal o cual intervención, junto con los riesgos y costes asociados. Este enfoque crea un diálogo productivo, en lugar de descartar despreciativamente cualquier consulta.
  3. Etiquetar adecuadamente las intervenciones pseudomédicas.
  4. Diferenciar entre opiniones y datos.
  5. Sugerir la posible explotación económica del enfermo a través de suplementos inútiles o libros de pacotilla.
  6. Remitir a las legislaciones oficiales y a fuentes fiables de información.
  7. Apuntar que cualquier remedio efectivo para esa enfermedad ya estaría siendo ampliamente utilizado.
  8. Expresar la voluntad de seguir atendiendo al paciente, incluso cuando se difiera en las interpretaciones sobre esa pseudomedicina.

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