«Dos ladrones tienes en casa tú: el teléfono y la luz». Nuestra especie necesita entender (o creer que entiende) el mundo que le rodea para estar tranquila. Establece patrones incluso allá donde no los hay, con vistas a conseguir predecir la evolución de lo que le rodea y, de esa forma, de alguna manera sentir que lo puede controlar.
A menudo, lo hace, a tenor de lo que ha avanzado nuestra tecnología. La transmisión de información ha sido durante la mayor parte de nuestra historia algo que requería de medios rupestres para la misma, hasta la domesticación de la transmisión de información mediante la luz. Esto nos permite, a día de hoy, hablar en tiempo real con personas al otro lado del globo, y hasta recibir datos de las sondas más lejanas que alguna vez hayamos mandado. Incluso nos permite descubrir secretos del Cosmos vedados a nuestros limitados sentidos.
Pero como auguraba Sagan, un avance tecnológico tan grande como para volvernos dependientes del mismo, que no lleve como contrapartida una comprensión social de dicho avance, es una receta para el desastre y antes o después nos estallará en la cara. Y esto es, exactamente, lo que está empezando a pasar con las 'malvadas ondas electromagnéticas'. Bueno, 'empezando a pasar es un decir'. Llevamos arrastrando la tecnofobia desde los primeros avances tecnológicos.
Hago un pequeño paréntesis para hablar de cosas como los rayos gamma, que muchos asociarán a películas de ciencia ficción para transformar a científicos en moles verdes, o a producto de desintegraciones radiactivas. Son rayos de intensa energía, muy dañinos. Otros rayos, más de uso común, son los rayos X. Los que desvelan nuestra osamenta (o neumonías bilaterales) en las placas del hospital. Como no dejan de advertirnos sus carteles en las cámaras donde se llevan a cabo, también son peligrosos, dado que su energía también es capaz de interactuar con moléculas y arrancar electrones de su sitio, causando mutaciones que pueden derivar en tumores.
Siguiendo con los rayos, tenemos los famosos ultravioleta, de los que nos avisan a menudo que debemos protegernos con cremas solares apropiadas, para evitar que igualmente nos deterioren las células y nos causen cánceres como el temido melanoma. Mucho más amables son los rayos de luz visible. Esos no necesitan mucha presentación. Les seguirán de cerca quizá los rayos infrarrojos, que conocemos sobretodo por los mandos a distancia, pero que también son los rayos que emite cualquier cuerpo por el mero hecho de tener una temperatura superior al cero absoluto.
Luego empiezan a llegar rayos que solo nos suenan desde hace unas pocas décadas, y ni siquiera reciben ya el nombre de 'rayos', sino que usualmente se les llama 'ondas', como las de microondas. El nombre lo reciben por su longitud de onda, que es de un tamaño de pocos centímetros, y que probablemente asociamos a algo nocivo a causa de los hornos de microondas. Estos hornos son en realidad unos artilugios asombrosos que consiguen calentar la comida más uniformemente (bien usados, claro) que los hornos usuales (que serían, por cierto, de rayos infrarrojos). La longitud entre crestas de estas ondas no solo determina de qué tamaño son los objetos con los que es capaz de interactuar (que son los de ese tamaño, aproximadamente), sino también la energía que transmiten esas ondas: a menor longitud de onda, mayor energía (más ondas por segundo contiene; esto es, mayor frecuencia). Los hornos microondas calientan mejor la comida porque son capaces de penetrar más en ella, a diferencia de un horno de infrarrojos, cuya penetración será más superficial, cocinando en menor medida el interior. Pero el horno microondas, al usar rayos de mucha menor energía, para conseguir calentar algo (que es todo el efecto que estas ondas consiguen al no ser capaces de lanzar electrones volando), requiere inyectarles cantidades masivas de ellas (los famosos vatios), para que su suma,rebotada además por las paredes del horno para que no escapen y se sumen una y otra vez, consiga calentar en un minuto un vaso de agua a 800W. Fuera de esa estructura, las ondas de disiparían por el aire, autointerferirían con ellas mismas, y su efecto no conseguiría calentar nada (hay muchos vídeos virales por internet que pretenden que sí pueden hacerlo, ojo con los bulos).
De este rango son las ondas que se utilizan en telefonía o por el WIFI, dado que por su tamaño son capaces de traspasar paredes y ciertos obstáculos de la casa, y a la vez tener tasas de transmisión de información elevadas: a menor tamaño de onda, más información se puede transmitir modificando algunos parámetros de dicha onda; podemos imaginarnos cómo usaríamos una comba como mecanismo de transmisión de información.
Luego están las ondas de radiofrecuencia, que por su tamaño penetran mejor en las casas; las de onda más larga pueden atravesar hasta montañas sin verse demasiado interferidas, aunque al aire libre siempre se van disipando más y más, por eso necesitan de repetidores para transmitirnos la señal de televisión o radio tradicionales. Y luego estaría ya el radar, de muchísimo más largo alcance por motivos ya explicados y necesidades obvias.
Por algún motivo, alguien se ha molestado mucho en pretender que las ondas de microondas son nocivas. Aunque transmitan menos energía que los rayos infrarrojos que desprenden nuestros propios cuerpos y, físicamente, sea imposible que generen ningún cambio fisiológico relevante (ni eléctrico ni magnético). Aunque estemos bañados a menudo por bombillas que irradian en potencias extremadamente mayores y con energías millones de veces por encima. Por no hablar del propio sol, que quizá por ser 'natural' no sería catalogable como pernicioso en su fuero interno.
Ese motivo se llama miedo, infundado para alarmar a gente que desconoce todo lo anterior y busca, en su necesidad de controlar el mundo, los (caros e inútiles) dispositivos de medición (que pitan mucho y alarman más) y los (caros e inútiles) dispositivos de (innecesaria) protección, tales como cortinas anti-wifi a mil euros el metro cuadrado (poca broma, la gente realmente asustada está dispuesto a pagarlo) o calzoncillos anti-wifi.
El 5G no es más que el uso de un conjunto de frecuencias de este rango (varias de ellas ya usadas previamente por la televisión digital terrestre) para elevar las tasas de transmisión. Las potencias, a diferencia de las de un horno, no superan nominalmente los 0’25 W, y se disipan por el aire. Pretender que nos dañen es pretender dañar a alguien a base de soplarle pompas de jabón, por muchas que sean. Quizá empezar a llamarlas 'rayos de luz de energía ultradébil' consiguiera hacer entender mejor a la gente que no es a esas ondas a quien hay que temer.
*Emilio Molina. Vicepresidente de la Asociación para Proteger al Enfermo de Terapias Pseudocientíficas (Apetp) y colaborador del Observatorio contra las Pseudociencias, Pseudoterapias, Intrusismo y Sectas Sanitarias de la Organización Médica Colegial (OMC)
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