El cáncer de tiroides remite en la gran mayoría de pacientes con el abordaje quirúrgico y la administración de yodo radiactivo, pero una pequeña parte de los enfermos no responden a esa radioterapia. Determinar con ayuda de biomarcadores qué pacientes presentan un tumor tiroideo refractario al yodo es una de las líneas de investigación que el endocrinólogo Garcilaso Riesco-Eizaguirre, del Hospital Universitario de Móstoles y miembro del CiberONC, tiene en marcha en colaboración con otros grupos científicos.
Desde hace unos años, el cáncer de tiroides refractario al yodo radiactivo puede tratarse con los inhibidores de la tirosina-cinasa, que actúan contra la vascularización del tumor. Son fármacos -están aprobados sorafenib y lenvatinib- que ofrecen un contrastado beneficio clínico, pero no están exentos de toxicidad, por lo que, recuerda el especialista, “es importante acotar con precisión sus indicaciones”.
En paralelo a esta vía de acción antiangiogénica, científicos como Riesco-Eizaguirre buscan otras dianas moleculares que permitan inducir la captación del elemento químico o “entender mejor los mecanismos por los cuales la célula tumoral pierde la expresión del transportador de yodo y deja de captarlo, y una vez identificados, diseñar estrategias para contrarrestar esa pérdida”.
Uno de sus hallazgos, publicado en Cancer Research, ha sido el descubrimiento de que ciertos microARN participan en el proceso que reprime la expresión de la proteína transportadora del yodo (NIS). Riesco-Eizaguirre reconoce que, si bien de forma preliminar, es posible diseñar estrategias para inhibir los microARN. No obstante, esas potenciales moléculas antagonistas tardarán todavía en llegar a la clínica. En cambio, otra vertiente derivada de ese hallazgo podría trasladarse antes a los pacientes: “Los microARN pueden funcionar muy bien como biomarcadores, porque se detectan en sangre. Investigamos si son útiles en el diagnóstico prequirúrgico del cáncer, como seguimiento tras una operación, y como marcador pronóstico y de respuesta al tratamiento. La validación de estos microARN como marcadores en cáncer de tiroides para determinar qué pacientes serán refractarios puede resultar de gran ayuda a la hora de establecer el tratamiento”. En esta línea de investigación cuenta con la colaboración, además del Servicio de Endocrinología, de los servicios de Anatomía Patológica y Cirugía del Hospital de Móstoles, así como del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO) y del Instituto de Investigaciones Biomédicas Alberto Sols, en Madrid.
Precisamente junto al grupo de Pilar Santisteban, en el Albert Sols, integra un estudio multicéntrico internacional del que recientemente se han publicado dos trabajos en The Journal of Clinical Oncology. En uno se demuestra que la edad se asocia a más mortalidad solo en los pacientes con cáncer tiroideo que tienen la mutación BRAF; otra conclusión es que también en presencia de esa mutación, ser hombre es un factor de mal pronóstico. Estos nuevos datos podrían suponer una revisión de las guías de tratamiento de este tipo de cáncer.
Al igual que otros médicos con vocación científica, Riesco-Eizaguirre no ha dejado de investigar desde que terminó la especialidad; durante tres años ha trabajado con el grupo de Santisteban en el Albert Sols, y también en el Instituto Albert Einstein de Nueva York, en el laboratorio de Nancy Carrasco, la científica mexicana que descubrió el transportador de yodo. A su vuelta, primero en el Hospital La Paz y ahora en Móstoles, compagina su labor asistencial con la ciencia básica gracias a las ayudas a la intensificación ganadas con una beca FIS y de la Fundación de la Sociedad Española de Endocrinología (SEEN).
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