La semana pasada, la Fundación Princesa de Girona concedió, en Las Palmas de Gran Canaria y bajo la presidencia del Rey Felipe VI, su premio 2019 en la categoría de Empresa al neurólogo Ignacio Hernández Medrano, colaborador habitual en la web de Diario Médico, por el proyecto Savana, que ofrece a los hospitales el acceso a miles de historiales clínicos anonimizados como referencia diagnóstica: inteligencia artificial aplicada a la historia clínica electrónica que ya usan medio centenar de hospitales españoles. “Es un proyecto empresarial -destacó el fallo del jurado- que utiliza la tecnología para mejorar la investigación médica y la calidad de la asistencia a los pacientes”. Ignacio Hernández es también fundador de Mendelian, una plataforma que busca hacer más fácil el uso de la información genómica para el diagnóstico.
En este número de DM se explican los programas de calidad de la Sociedad Española de Anatomía Patológica destinados a promover y difundir las mejores prácticas ayudando a los laboratorios a afinar la calidad de las técnicas en las que basan su diagnóstico diario y que repercuten en las decisiones de pronóstico y tratamiento de los pacientes.
Si en cualquier empresa humana el control de calidad es un requisito imprescindible de solvencia profesional, en Medicina es muchas veces una responsabilidad vital en el sentido literal del adjetivo: no es lo mismo una camiseta barata que encoge al primer lavado que una prótesis que se afloja o degrada.
La calidad sanitaria es sinónimo de seguridad, eficacia, rapidez y eficiencia. Junto a un coste económico más o menos cuantificable, los errores médicos debidos a las prisas, al desconocimiento o por pura negligencia, tienen sobre todo un coste humano. La conjunción actual de macrodatos, algoritmos y otras muchas herramientas tecnológicas debería pulir mucho más tanto los diagnósticos como los tratamientos, aumentar la calidad de las intervenciones sanitarias y disminuir los errores e incertidumbres.
Iniciativas privadas, como la del proyecto Savana, o asociativas, como la de Anatomía Patológica, aúnan fuerzas dispersas con más agilidad muchas veces que los programas de titularidad pública, frenados en ocasiones por disputas políticas o burocracias paralizantes. Respaldarlas con incentivos y ayudas estatales no significa, siempre que se haga con las debidas garantías, desviar fondos, sino contribuir al bien común, a la salud de todos.
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