Mientras que la fragilidad es un estado derivado de la pérdida de la reserva fisiológica del organismo asociada al envejecimiento, de origen multifactorial y que antecede a la discapacidad, la sarcopenia es una enfermedad del músculo que implica su reducción tanto en cantidad como en calidad y que origina debilidad y disminución de la función física. Pese a esas diferencias, ambas están muy relacionadas, ya que comparten determinantes genéticos y epigenéticos, vías de señalización y estilos de vida comunes en su aparición, como explica Pedro Abizanda Soler, jefe del Servicio de Geriatría del Complejo Hospitalario Universitario de Albacete.
“Desde el punto de vista etiopatogénico, la sarcopenia se ha considerado tradicionalmente uno de los elementos clave de la fragilidad al participar del ciclo de la fragilidad de L.P. Fried”, afirma. Otros aspectos que comparten ambas condiciones son los eventos adversos y el hecho de que diversos tratamientos son beneficiosos para las dos.
Respecto a los eventos adversos, Javier Gómez Pavón, miembro del equipo de liderazgo de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG) y jefe del Servicio de geriatría del Hospital de la Cruz Roja, señala que la fragilidad y la sarcopenia, unidas a la desnutrición, “dan lugar en la persona mayor a un importante incremento del riesgo de mortalidad, así como de eventos adversos tales como caídas, reacciones a medicamentos, ingreso hospitalario, y sobre todo deterioro funcional con mayor riesgo de dependencia”.
La importancia de la nutrición
La evidencia científica muestra que un mal estado nutricional se asocia tanto con fragilidad como con sarcopenia. “La deficiencia en algunos factores nutricionales como las proteínas, la vitamina D y el calcio, o el equilibrio ácido-base de la dieta, originan un aumento en el catabolismo proteico a nivel muscular, un estado inflamatorio crónico de bajo grado, y una reducción en la síntesis proteica necesaria para la formación y mantenimiento del músculo sano”, argumenta Abizanda.
Por ello, y porque como añade Gómez Pavón, tanto la sarcopenia como la fragilidad “pueden ser reversibles”, la nutrición, junto al ejercicio físico, es uno de los pilares del tratamiento en ambas condiciones. “Los ensayos clínicos y meta-análisis demuestran que el ejercicio físico con un componente importante de fuerza y potencia muscular, así como las intervenciones nutricionales con alto contenido proteico, calcio y vitamina D, son claves. Y se ha demostrado que cuando los programas de entrenamiento se aplican junto con intervenciones nutricionales, los beneficios son mayores por un efecto sinergístico”, añade Abizanda. En cuanto al incremento de la ingesta protéica, este especialista señala que el efecto positivo de las proteínas “es máximo” cuando se asocia con ejercicio físico de fuerza, ya que un en meta-análisis reciente ha demostrado que “aumenta la masa muscular, la fuerza de las piernas y la capacidad para deambular”.
En este sentido, el geriatra del Hospital de Albacete asegura que una ingesta proteica mayor a 1,1 g/kg de peso se ha demostrado beneficiosa para prevenir el inicio de la fragilidad en mujeres mayores. “Las recomendaciones actuales de 0,8 g/kg/día quedan muy por debajo de las necesidades reales de los mayores con malnutrición, fragilidad o sarcopenia, que deberían ser siempre mayores a 1,2 g/kg/día e incluso podrían llegar a 1,5 g/kg/día”, añade.
Gómez Pavón comparte esta opinión, y destaca que una ingesta proteica adecuada (alrededor de 1,2 gr/kg/día) se ha relacionado “con una prevención de distintos componentes de la fragilidad, entre ellos la pérdida de peso, la debilidad muscular y la velocidad de marcha lenta”.
El papel de los preparados nutricionales
Para el portavoz de la SEGG, el tratamiento de la fragilidad, la sarcopenia y la desnutrición “es un tratamiento a largo plazo y mantenido en el tiempo” para garantizar la recuperación o el mantenimiento de las funciones perdidas, así como para prevenir y controlar los estresores intercurrentes, entre los que destacan la hospitalización y la institucionalización. En ese sentido, para este especialista, los suplementos nutricionales “son de gran ayuda en el momento inicial, sobre todo tras eventos marcadores de fragilidad como la fractura por fragilidad de cadera, mejorando la recuperación funcional, o en situaciones en donde al paciente frágil se le incluye en un programa de prehabilitación (ejercicio y nutrición) para afrontar mejor una cirugía, un tratamiento oncológico o cualquier otra intervención”.
Esta valoración la secunda Abizanda, quien añade que, aunque no deben ser sustitutos de la dieta habitual, el empleo de preparados nutricionales asociado al ejercicio “ayuda a recuperar los estados de fragilidad, sarcopenia y riesgo nutricional en mayores”. Señala también otra ventaja de los suplementos nutricionales: que permiten conocer la cantidad de calorías, proteínas y otros micronutrientes que toma el anciano de manera precisa, adaptando la ingesta a las necesidades, características, gustos y comorbilidades del paciente. “Cada vez está más claro que la suplementación debe ir encaminada a minimizar la pérdida muscular y la recuperación funcional, aportando los nutrientes necesarios en cada caso. De ahí la importancia de disponer de fórmulas nutricionales que se adapten a cada tipología de paciente”, concluye Abizanda.
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