«Tres jueves hay en el año —proclama nuestro refranero— que relucen más que el Sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el Día de la Ascensión». Hoy es uno de ellos. Celebramos algo asombroso, literalmente prodigioso, pues prodigio, según el diccionario académico, es «suceso extraño que excede los límites regulares de la naturaleza» o también «milagro, hecho de origen divino». ¿Cabe imaginar prodigio mayor que encontrar un alimento de origen vegetal espontáneamente cubierto de sangre?
Uno de los dogmas centrales de la doctrina de la Iglesia católica, el de la transustanciación, sostiene que, en el momento de la eucaristía, el pan ácimo se transforma en el cuerpo real de Cristo, en su auténtico cuerpo humano nacido de María y crucificado. Durante siglos, muchos cristianos no fueron capaces de creerlo así; pese a lo aprobado por el Concilio de Roma en 1079, consideraban que en la eucaristía no se daba tal transustanciación del pan; que el cuerpo de Cristo estaba en verdad presente, sí, pero de manera tan solo espiritual y no física.
El 19 de junio de 1623, un suceso prodigioso vino a cambiar esta situación para siempre. Cuentan que un sacerdote bohemio, Pedro de Praga, con serias dudas sobre la transustanciación del cuerpo y la sangre de Cristo en la eucaristía, acudió en peregrinación a Roma para rezar sobre la tumba de san Pedro y pedir a Dios la gracia de una fe que acabara con sus reparos. De regreso a su país, mientras celebraba la santa misa en Bolsena, y en el momento justo de bendecir las especies de la comunión, la sagrada hostia manó sangre ante sus propios ojos. La noticia del milagro llegó rápidamente a la cercana localidad costera de Civitavecchia, donde veraneaban el Papa y su corte, y fue decisiva para que un año después, el 11 de agosto de 1264, el papa Urbano IV firmase en Orvieto la bula papal Transiturus de hoc mundo, en la que instituía la solemnidad del Corpus Christi (Cuerpo de Cristo) como fiesta de precepto para el patriarcado de Jerusalén; unas semanas después, el 8 de septiembre, la hizo extensiva a toda la Iglesia universal y generadora de indulgencia plenaria.
Cuando, en 1508, el joven Rafael reciba del papa Julio II el encargo de decorar los aposentos del Vaticano, su primer trabajo será pintar los frescos del despacho papal, la stanza della signatura; el motivo elegido: «La misa de Bolsena» (v. imagen).
No era la primera vez, en cualquier caso, que algo así sucedía. En el seno de la Iglesia, los relatos milagrosos de panes ensangrentados fueron especialmente profusos a partir del siglo IX, con la aparición de las herejías antieucarísticas. En la puerta de la iglesia de la comuna borgoñona de Paray-Le-Monial, en Francia, puede verse una lista de 132 hostias sangrantes, en distintos puntos de la cristiandad, datadas entre el siglo VIII y finales del XVII.
El prodigio no se hado solo con sagradas formas: ya desde la antigua Grecia, tenemos noticia de muchas otras ocasiones en que diversos alimentos aparecieron prodigiosamente cubiertos de sangre. Una de estas ocasiones, a principios del siglo XIX, constituyó un momento crucial para la historia de la microbiología. Se lo cuento aquí mismo el martes que viene.
Fernando A. Navarro
¿Cabe imaginar prodigio mayor que encontrar un alimento de origen vegetal espontáneamente cubierto de sangre? Off Fernando A. Navarro Offvia Noticias de diariomedico.... https://ift.tt/2Yo7eSH
No hay comentarios:
Publicar un comentario