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martes, 16 de junio de 2020

Prodigiosina (y II)

Fernando Navarro
Fernando Navarro
16/ 06 / 2020
El fabuloso circo de los nombres científicos
prodigiosina Serratia marcescens
Cultivo de 'Serratia marcescens', con su característico pigmento de color rojo intenso.

En el verano de 1819, más cálido y húmero de lo normal, la provincia italiana de Padua se vio sacudida por una serie de hechos prodigiosos o inexplicables: más de un centenar de familias campesinas aseguraban haber encontrado macchie di sangue (manchas de sangre) en la polenta de maíz (o, en otros casos, en la masa para el pan que habían dejado la noche anterior reposando sobre la mesa de la cocina). Ante la alarma generada por este enigmático fenómeno, que algunos atribuían a espíritus malignos o a una intervención demoníaca, las autoridades nombraron una comisión de catedráticos de la Universidad de Padua, encabezada por el inspector de sanidad Vincenzo Sette da Saonara (1785-1827), con el encargo de investigar el misterio de esta diabolica polenta porporina di natura infernale o polenta rossa satanica y poner fin a las murmuraciones desencadenadas por la superstición y el fanatismo populares. La comisión sopesó diversas hipótesis, pero no consiguió aportar una explicación científica demostrable.

De forma independiente, un joven estudiante de farmacia, Bartolomeo Bizio (1791‑1863), indagó por su cuenta el misterioso fenómeno y determinó que el responsable de la pigmentación era un ser vivo microscópico al que llamó Serratia marcescens (ya sabemos por qué). Dado que en 1819 no se conocían aún las bacterias, creyó que se trataba de un hongo microscópico («un essere vegetale e organico solubile in alcool»), pero eso no invalida la importancia de su hallazgo como hito precursor de la moderna microbiología.

En 1848, el naturalista alemán Christian Gottfried Ehrenberg, investigando unas manchas rojas que aparecían en las patatas cocidas, halló unas células que creyó infusorios (animales microscópicos), bautizó Monas prodigiosa, y a las que atribuyó la mayoría de las noticias históricas de alimentos ensangrentados, incluidas la hostia sangrante de Bolsena y la polenta purpurina de Bizio. Más tarde se demostró que en realidad era una bacteria, y fue recibiendo diversos nombres: Palmella  prodigiosa (Montagne, 1853); Protococcus prodigiosus (Meneghini, 1858); Micraloa  prodigiosa (Zanardina,  1866); Bacteridium prodigiosum (Schroeter, 1872); Micrococcus prodigiosus (Cohn, 1872); Bacillus  prodigiosus (Flügge, 1886); Bacterium  prodigiosum (Lehmann y Neumann, 1896); Cocobacterium prodigiosum (Schmidt y Weis, 1901); Liquidobacterium  prodigiosum (Orla-Jensen, 1909); Erythrobacillus prodigiosus (Winslow, 1920); Dicrobacterium prodigiosum (Enderlein, 1925). Este maremágnum onomástico obedece a que se trata de un microbio sumamente polimorfo, de modo que lo que unos veían como un bastoncillo prodigioso (Bacillus prodigiosus) era para otros una microesfera prodigiosa (Micrococcus prodigiosus). En 1980, por fin, se reconoció internacionalmente la prioridad de Bizio en la descripción de esta enterobacteria y Serratia marcescens es hoy el único nombre oficial admitido, el más antiguo de los términos binomiales actualmente aceptados por el comité internacional de taxonomía bacteriológica.

El propio Ehrenberg demostró que su Monas prodigiosa (o sea, Serratia marcescens) era propensa a crecer en abundancia sobre alimentos que contienen almidón —como la polenta, la patata cocida o el pan sin fermentar—, donde producía un intenso pigmento rojizo que podía confundirse con sangre fresca. En 1902, Kroft consiguió aislar dicho pigmento rojizo y lo llamó prodigiosina. Hoy sabemos que pertenece a la misma familia química que las porfirinas (responsables del color rojo de la hemoglobina y, por tanto, también de la sangre).

¿Cabe explicarse el milagro de Bolsena por acción de la prodigiosina? Bien podría ser. En 1994, de hecho, una investigadora de la Universidad George Mason de Virginia, Johanna Cullen, consiguió reproducir experimentalmente el milagro en placas de Petri con una hostia de pan ácimo sobre la que sembró Serratia marcescens (American Society of Microbiology News, 1994; 60 (4), 187). Por otro lado, es bien sabido que los caminos del Señor son inescrutables; y siendo Dios creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible, ¿por qué no habría de valerse de la prodigiosina para obrar sus prodigios?

Fernando A. Navarro

En 1819, un joven estudiante de farmacia, Bartolomeo Bizio, se propuso investigar el misterio de la diabólica polenta purpurina de Padua, de naturaleza tenida por infernal o satánica. Off Fernando A. Navarro Off

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