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martes, 5 de octubre de 2021

Cinco casos clínicos del doctor inverosímil (IV)

Fernando Navarro
Fernando Navarro
Mar, 05/10/2021 - 09:18
Citas literarias
doctor inverosímil
'El doctor inverosímil' (1921), de Ramón Gómez de la Serna

El cuarto caso que he seleccionado de entre la variopinta pacientela de El doctor inverosímil, de Ramón Gómez de la Serna, se titula «Mi termómetro» y dice así:

Mi termómetro es un termómetro falso que no puede señalar más que treinta y siete y cuatro, porque hasta ahí tiene camino el mercurio, y en el resto el cristal es sólido y no deja pasar a la plateada sierpe.

Para mis enfermos también tengo termómetros de esa clase que sustituyo en lugar de los suyos.

No hay nada más nocivo que un termómetro, pero que menos se le pueda quitar al enfermo. Solo se le puede sustituir. Yo he intentado a veces despojarles del termómetro, rompérselo, tirárselo, y no ha sido posible; siempre ha vuelto el termómetro clandestino con sus brillos de barrita de hielo.

El termómetro, con sus borrosidades en que se pierde la línea del mercurio como en los limbos de la nada entre los limbos del cristal, es aciago, como si fuese una espina que se tragase el enfermo y que se le clavase en el alma.

Contiene el termómetro una inyección de fatalidad irreparable, que se vuelve más irreparable aún después de inyectarse. Ese mercurio inquieto de los termómetros penetra en la vida y pone su columna de frío, que como un fenómeno reflejo o como se quiera se inmiscuye en la columna vertebral.

Se mueve, circula en el torrente circulatorio el termómetro entero, y con sus números, con sus brillos de fría locura, con su metro de la vida, medida exacta, breve ―tan breve, que parece mentira―, que separa lo que va de la vida a la muerte.

El cuarenta es una obsesión en la frente de los enfermos, que cuando me llaman, y antes de usar mis falsos termómetros, veo como escrito en sus frentes, con ese cuarenta acentuado, de 4 muy pronunciado y redicho.

La enfermedad del termómetro, que complica la enfermedad del paciente, puede acompañarle a la sepultura.

Yo he visto el caso de un enfermo sin fiebre que, porque el termómetro descompuesto había señalado el cuarenta y uno y medio, había entrado en el período agónico y se había despedido de la vida definitivamente.

[…] Yo sé con la mirada la fiebre que tiene el enfermo, y me obligo así a hallar el grado preciso con su décima o su media décima. Me obliga el no tener termómetros a no abandonarme a la cifra que arroja con su pinta final esa brújula de la enfermedad que anuncia la dirección, pero ni los bajos ni nada de lo que dentro de la fiebre puede ser un obstáculo.

En esa ansiedad de buscar y de hallar la calentura con que se coge el termómetro hay una quiebra segura para el enfermo, cuyo brazo pelikanea fuera del embozo, pues él quiere ver la fiebre que tiene antes de que le engañen.

Esa discusión de:

―Son treinta y siete.

―No. Treinta y siete y medio, cerca de treinta y ocho…

Es una discusión que hace subir a treinta y ocho la fiebre del enfermo.

Hasta los golpes en el aire para bajar el termómetro son golpes en vago, latigazos que también parecen haber agravado la cosa.

Fernando A. Navarro

«Mi termómetro» es otro de los extraños casos clínicos que Ramón Gómez de la Serna presenta en su novela 'El doctor inverosímil' (1921). Off Fernando A. Navarro Off

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