La desigualdad -por mucho que se empeñen en hacernos creer que no existe o que no se tiene en cuenta a la hora de acceder a derechos fundamentales- en cualquiera de sus formas, variantes, variedades o interpretaciones, que de todo hay, determina claramente muchos aspectos de la vida de las personas, los grupos o las profesiones.
Negar que la Enfermería y las enfermeras no hemos sido y seguimos siendo objeto de desigualdad es tanto como negar que no existe machismo o violencia de género. Tratar eufemísticamente de ocultarlo, enmascararlo, edulcorarlo o manipularlo (que todo viene a ser lo mismo) no es tan solo faltar a la verdad, sino contribuir a que se perpetúe la diferencia y con ella la desigualdad que dificulta o impide la igualdad de oportunidades para lograr las mismas metas, con idéntica exigencia y mérito evidentemente que cualquier otra disciplina o profesionales, al situarnos siempre por debajo de quienes tienen asignada la supremacía social, política, científica, profesional… alcanzada por méritos propios, no me cabe duda, pero también por la presión del poder que ejercen para no compartir espacio de igualdad de imagen, valor, identidad y reconocimiento, que no de conocimiento o de competencia profesional propios.
Esa desigualdad, gestada a lo largo de la historia y ligada claramente a una cuestión de género y de fuerza del trabajo, ha permitido y logrado que las enfermeras siempre hayan sido identificadas desde una perspectiva subsidiaria, de menor valor, de obediencia, de debilidad, de sumisión… a la sombra y al mando de quienes siempre han sido identificados como poderosos, fuertes, capaces, resolutivos…
De ahí la asimilación que se establece de los ángeles al servicio de Dios. Y como derivación la curación ligada a la sublimación y el milagro y los cuidados a la abnegación, la renuncia y el sacrificio.
Esta diferencia descalificadora, estigmatizante, dolorosa y claramente injusta, sin embargo se ha instalado como una verdad incuestionable en la sociedad como creencia popular y en quienes, como la RAE -al menos en teoría- velan por limpiar, fijar y dar esplendor a aquello que permite identificar, conocer y valorar a través de la lengua y las palabras, recogiendo en su definición exactamente los mismos rasgos de desigualdad que los que se mantienen socialmente y por tanto contribuyendo a que no se modifiquen.
Las personas que deciden dedicarse a la política -teóricamente también como servicio a la sociedad y defensa de los derechos de la ciudadanía que los elige- también contribuyen con sus decisiones a que dicha desigualdad no tan solo sea considerada normal, sino a impedir que se pueda cambiar gracias a las normas que lo impiden o dificultan mucho más allá de lo que supone para otros profesionales.
Los periodistas o quienes se dedican a la información sin serlo, por su parte, contribuyen al estereotipo de desigualdad con informaciones que mimetizan de idéntica manera los planteamientos descritos, haciendo de caja de resonancia que los amplifica, magnifica, contribuyendo al igual que la RAE a fijarlos.
Tal es, por tanto, la creencia de que esa desigualdad no es tan solo una injusticia, sino que es una característica inherente a quienes, como las enfermeras, la soportan que también los jueces la han asumido como verdad.
Recientemente un juzgado de Alicante sentenció a la Conselleria de Sanitat Universal y Salut Pública de la Generalitat Valenciana a indemnizar a algunos médicos que habían presentado demanda por no disponer de medios de protección personal en el inicio de la pandemia que como se concreta en la sentencia puso en riesgo la salud de dichos profesionales[2].
Dos días más tarde, un magistrado de Jaén ha dictaminado en su sentencia que la demanda interpuesta por enfermeras de dicha provincia por idéntica situación de desprotección a la anteriormente mencionada no era objeto de consideración, dado que según reza la sentencia "Las enfermeras tenían la obligación de sacrificar su vida" y "Las enfermeras deben elegir velar por la vida de los pacientes antes que por la suya propia"[3].
Así pues, y sin entrar en consideraciones legales, lo que queda claramente de manifiesto es que la desigualdad en función de ser médico o enfermera ante situaciones idénticas es un determinante a la hora de impartir justicia y, por tanto, a la hora de obtener igual consideración, trato, respeto y protección, hasta el punto de considerar que la vida de unos y otros, médicos y enfermeras, tiene diferente valor.
O bien la norma no está bien elaborada al ofrecer resquicios que permiten interpretaciones tan distantes, desiguales o injustas, o bien las interpretaciones de los jueces están tan claramente impregnadas de creencias, tópicos, estereotipos, ideologías y prejuicios que determinan sus sentencias y con ellas la justificación de la desigualdad.
No se puede generalizar, desde luego, pero tampoco se puede obviar la particularidad dañina que puede conducir a ello. Parafraseando a Albert Einstein, "¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio". Puñetera justicia.
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