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domingo, 21 de octubre de 2018

No adelantar ni retrasar la muerte

La proliferación de leyes, la incontinencia legislativa, además de devaluar por asfixia el Estado de Derecho, suele ser proporcional a la merma de libertades. Con la intención de ofrecer seguridad y orientación, genera incertidumbre, desincentiva la eficiencia y encarece el sistema. En nuestro país, a las leyes, decretos y directrices nacionales, hay que sumar las autonómicas y las europeas.

Tal profusión y confusión se está observando en las llamadas leyes de muerte digna o de derechos y garantías de la dignidad de las personas ante el proceso final de la vida. Ya hay nueve autonomías que han aprobado estas normas, con apenas diferencias en su formulación.

Como informamos, en el Congreso confluyen ahora los proyectos de cuidados paliativos y de eutanasia. Motivos más ideológicos que profesionales o asistenciales han vuelto a plantear la necesidad de la eutanasia, el suicidio asistido, como derecho, olvidando que el suicidio no es ni ha sido nunca un derecho; más bien se enmarcaría en la libertad de dar la vida o de abandonarse a la muerte que tiene todo ser humano y que se entrelaza con el deber de prestar ayuda al prójimo, de no omitir el socorro.

Una vez más, los médicos, a través de la OMC, han recordado que lo prioritario es la ley nacional de cuidados paliativos que garantice la atención al final de la vida a todos por igual. En tal caso sí se podría hablar más propiamente de derecho a una adecuada atención médica al final de la vida, porque los cuidados paliativos, prestación sanitaria que debería estar por delante de muchas otras, dan respuesta al sufrimiento de las personas con enfermedades incurables y en fase terminal.

En la pugna dialéctica entre ensañamiento, futilidad, desproporción, dolor insoportable, autonomía del paciente y muerte digna e indigna, se va perfilando un enfoque prudencial abanderado desde hace años por los hospices británicos: no adelantar ni retrasar la muerte. Es decir, evitar tanto el defecto como el exceso de lo que sería una buena praxis médica, tanto el abandono -la eutanasia sería abandono físico y psíquico en su sentido más radical- como la obstinación terapéutica. En ocasiones, los contornos de las posibles actuaciones no aparecen de forma nítida, y la inercia médica, por su formación y vocación curativa, tiende al exceso. La medicina actual cuenta con las herramientas y los conocimientos para afrontar esos finales de vidas. Sólo falta extenderlas y aplicarlos.

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