Hasta ahora, los estudios sobre los beneficios del deporte o la actividad física para pacientes con cáncer de mama se habían realizado una vez superada la enfermedad. Sin embargo, un proyecto enmarcado en el programa Ujisabio (una colaboración entre la Universidad Jaume I, de Castellón, y la Fundación para el Fomento de la Investigación Sanitaria y Biomédica de la Comunidad Valenciana -Fisabio-), está analizando los resultados con la incorporación del ejercicio físico en las etapas iniciales de la enfermedad y, en concreto, el impacto sobre los efectos secundarios de los tratamientos en mujeres recién sometidas a cirugía y en fase de quimioterapia, hormonoterapia, radioterapia o inmunoterapia.
La investigación, dirigida por Eladio Collado, profesor del Departamento de Enfermería; Carlos Hernando, director del Servicio de Deportes, y Elena García, especialista en Actividad Física y Oncología y alumna de doctorado, ha demostrado que la incorporación en un programa de ejercicio físico, adaptado a las características de cada paciente, dirigido y supervisado por especialistas en Actividad Física y Deporte, mejora la condición física, la calidad de vida y el bienestar psicológico y reduce los efectos secundarios de los tratamientos oncológicos. Además, “disminuye la toxicidad y mejora la tolerancia a los tratamientos antineoplásicos l,o que permite completar el plan prestablecido por los oncólogos”, señala García.
El origen de la investigación está en el proyecto de tesis doctoral de Elena García, codirigida por Collado y Hernández, cuyo objetivo final es demostrar científicamente que el ejercicio físico es la primera medida no farmacológica por efectividad y que es un recurso que, como un tratamiento más, tendría que ofrecer personal especializado desde la sanidad pública.
El programa se puso en marcha hace dos años, pero como el inicio con el primer grupo de mujeres coincidió con la primera ola de covid-19, se tuvo que anular todo. Nueve meses más tarde, se retomó a través de sesiones de videoconferencia en streaming (las valoraciones de los resultados son presenciales). Los pacientes son remitidas desde la consulta de Oncología y con el visto bueno de la misma. Tras informarles del proyecto y sus requisitos y firmar el consentimiento informado, son incorporadas en el proyecto. “Los criterios de exclusión vienen determinados por la no posibilidad de las pacientes de seguir el programa y la presencia de problemas físicos que a juicio de su oncólogo desaconseje su inclusión en la actividad”, matiza García.
Las 60 pacientes (repartidas en grupos de 8-10) reciben la propuesta de incorporarse al proyecto al superar la cirugía de su tumor y, cuando la aceptan, se valora su estado físico y psicológico. “En las valoraciones físicas, realizadas en las instalaciones deportivas de la universidad, se analizan parámetros de condición física (bioimpedancia, fuerza de miembros superiores e inferiores, capacidad cardiovascular y flexibilidad), el estilo de vida a través de monitorización continua por acelerometría y variables psicológicas, como la calidad de vida, resiliencia, estrés y ansiedad. Las variables clínicas relacionadas con el tumor y el tratamiento se extraen de la historia clínica”, apunta García. Una vez incluidas, se monitoriza su estilo de vida durante una semana mediante un acelerómetro. “Lo único que se pretende con la monitorización continua por acelerometría durante 7 días es valorar su estilo de vida, el tipo de actividad que realiza regularmente, las horas de descanso y sueño, etc., con el objetivo de contrastar cambios tras la instauración del programa”, expone García.
Programa de ejercicio personalizado
Teniendo en cuenta las variables clínicas, físicas, psicológicas y del entrenamiento se desarrolla el programa personalizado a cada paciente. A continuación, reciben todo el material que necesitan para las sesiones (esterilla, mancuernas, gomas, pelota, picas…) y empiezan a conectarse a las sesiones de ejercicio físico dirigidas por Elena García, un mínimo de dos veces a la semana y un máximo de tres. “Las sesiones tienen una duración de 60 minutos y se realizan regularmente los lunes, miércoles y viernes. Se realizan en grupos homogéneos (teniendo en cuenta las variables anteriores) y con objetivos de entrenamiento personalizados a cada una de las pacientes”, apunta García. La profesional especializada supervisa, personaliza y guía las sesiones teniendo en cuenta las variables clínicas, físicas y del entrenamiento (frecuencia, intensidad, volumen y tipo de ejercicio) siempre adaptando los ejercicios y la dosis a cada paciente, seleccionando los más adecuados o que estén al nivel de la paciente, corrigiendo posturas e individualizando el entrenamiento según las necesidades.
Los ejercicios que se realizan tienen como objetivo mejorar la movilidad articular (sobretodo las primeras semanas tras la cirugía) la fuerza, la capacidad cardiovascular y la flexibilidad. “En las sesiones en streaming se realizan ejercicios de fuerza del tren inferior, tren superior, ejercicios de core y estiramientos a través de rutinas que les permite progresar en el tiempo. No hay unos ejercicios generalizados, sino que hay que elegir los más adecuados según la necesidad de cada paciente para que pueda mejorar y progresar”, enfatiza García. También se les recomienda completar el trabajo de fuerza semanal con ejercicio aeróbico (caminar, bici…) para mantenerse activas y evitar al máximo la inactividad.
Las participantes se vuelven a evaluar después de tres y seis meses, incorporando parámetros de información clínica (variables hematológicas, pruebas de radiodiágnostico, cardiovasculares,… ) y tratamientos proporcionados por el hospital (por ejemplo, incorporación de nuevos tratamientos). Se trata, en definitiva, de analizar cómo mejora su condición física (fuerza, resistencia y flexibilidad), además de su bienestar físico y psicológico, y a la vez, “estudiamos cómo esta mejora repercute en que los efectos secundarios del tratamiento se vean mitigados», afirma Collado.
Resultados
Por el momento, con datos pendientes de publicar, la valoración cualitativa a los seis meses es que “su condición física se incrementa exponencialmente, muchas se encuentran físicamente mejor que nunca, incluso mejor que antes de sufrir la enfermedad”, señalan los autores. Además, tres meses después de la finalización de las sesiones, se vuelve a citar a las mujeres para evaluar si los hábitos incorporados se han mantenido o se han perdido con el tiempo (este proceso está en fase de recogida de datos).
Respecto a la posibilidad de que este enfoque tenga éxito en otros escenarios, García señala que, “según la evidencia disponible hasta el momento, el mayor beneficio del ejercicio físico es para pacientes diagnosticadas de cáncer de mama, y en segundo lugar, para pacientes diagnosticados de cáncer de colón y de próstata”. Además, en otros tipos de cáncer, ya hay numerosos estudios que han demostrado que el ejercicio físico mejora sustancialmente la calidad de vida, la salud física y psicológica de los pacientes oncológicos “y ha demostrado ser seguro siempre que sea específico, individualizado y supervisado según la condición física de cada persona”.
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