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miércoles, 22 de diciembre de 2021

Doble bicentenario científico-literario: Dostoyevski y Flaubert (y II)

Fernando Navarro
Fernando Navarro
Mié, 22/12/2021 - 09:11
Firma invitada
Bicentenario natal de Gustave Flaubert.
Bicentenario natal de Gustave Flaubert.

2. Gustave Flaubert (1821-1880)

Aunque era hijo y hermano de médicos, Flaubert no era muy comprensivo con estos profesionales. Pensamos en el señor Bovary, que no es médico, sino oficial de salud. En casa tiene libros médicos sin estrenar y un busto frenológico. Empujado por el boticario Homais, decide probar una nueva técnica que solo conoce por referencias para curar a un hombre con un pie estrecho. El hombre vivía relativamente conformado con su problema, pero la operación de Bovary termina en gangrena y en amputación. Tampoco Homais tiene una imagen nada positiva. Ejercía la medicina sin título, pero si se sale con la suya y, dejando de lado cualquier escrúpulo, su poder va creciendo y acaba obteniendo la Cruz de Honor.

También aparece en Madame Bovary (1856) el doctor Larivière, que «pertenecía a la gran escuela quirúrgica salida de la ciencia de Bichat», uno de los máximos representantes en Francia de la corriente vitalista, pero considerado fundador de la histología. Larivière llega para visitar a Emma Bovary, que ha tomado arsénico para suicidarse, rodeado de admiración, por lo que «la aparición de un dios no habría causado tanta emoción». El envenenamiento y la agonía de Emma Bovary están narrados por Flaubert de forma precisa. Porque Flaubert se documentaba mucho y las ciencias entraban en su amplio campo de interés.

Bouvard et Pécuchet es una novela que dejaría inacabada y que se publicaría en 1881, un año después de su muerte. Narra las peripecias de dos amigos contables, uno viudo y otro soltero, que aburridos de su trabajo y de la vida de París deciden comprar una casa en el campo y dedicarse a la agricultura. Fracasan y después ensayan todo tipo de oficios, pero siempre se estrellan. Flaubert leyó probablemente cientos de libros sobre los diversos campos en los que los dos protagonistas prueban suerte. Y esto le permite hacer una crítica del conocimiento.

A menudo se ha dicho que Bouvard et Pécuchet es una crítica de la ciencia. Pero, siendo en parte cierto, parece más bien una crítica de la falta de método. Ambos hombres son espíritus simples, con poca formación y casi sin método, que se lanzan a prepararse con muy buena fe y muchas ganas, pero sin capacidad ni orden. Acaban abandonando la química porque les parece demasiado complicada. Toman el tratado de Régnault y se sorprenden de leer que «los cuerpos simples pueden ser compuestos». En realidad, Régnault afirmaba que quizás algún día se vea que ciertos cuerpos considerados simples son, en realidad, compuestos que no se habían podido separar antes por limitaciones de los medios de la época. ¿Quién lo había entendido mal: Flaubert o sus personajes?

Aparece un médico, Vaucorbeil, que debate con gran autoridad el vitalismo que defiende Pécuchet. Y aquí Flaubert también muestra la profundidad de su documentación.

A Flaubert no le gustaba la divulgación para el público: «Se hacen libros para todos, arte para todos, ciencia para todos, cómo se construyen ferrocarriles y salas públicas con calefacción (chauffoirs publics)». No está de más decir que Homais, el farmacéutico de Madame Bovary, de quien Flaubert hace un retrato tan negativo, se dedica con pasión a divulgar en varios medios.

Flaubert clama contra la imagen del progreso en su época: «¡Qué alboroto causa la industria en el mundo! ¡Qué escandalosa es la máquina!», dice en una de las cartas a su amante, la poetisa Louise Colet. En L'éducation sentimentale (La educación sentimental, 1869), describe un cuadro que representa el progreso: Jesús conduciendo una locomotora y atravesando un campo virgen. «¡Qué infamia!», exclama uno de los personajes, Frédéric.

Pero ama la ciencia. En una carta a la escritora Marie-Sophie Leroyer de Chantepie, dice que lamenta mucho «no ser un científico» y tiene envidia de estas «existencias calmadas dedicadas a estudiar patas de mosca, estrellas o flores».

Y a pesar de ciertos retratos de médicos, en algunos momentos alaba la medicina. En Les funérailles du docteur Mathurin (Los funerales del doctor Mathurin, 1839) compara el ojo del médico a «una sonda magnética [que] entraba en su alma». Le atraía, como decía en otra carta a Louise Colet, «la mirada médica de la vida, esa visión de lo verdadero que es el único medio de alcanzar los grandes efectos de la emoción».

Conocía y admiraba a Claude Bernard, con quien coincidía en algunas cenas. Hasta tal punto lo valoraba que, en una carta a la actriz Edma Roger des Genettes, decía: «¡La desaparición de un hombre como Claude Bernard es más grave que la de un viejo señor como Pío IX!».

A pesar de sus críticas, Flaubert reconocía los méritos y la capacidad de la ciencia: «Cuanto más potentes sean los telescopios, más numerosas serán las estrellas». Una ciencia de la que le molestaba la creencia en respuestas definitivas, pero que quería unir al arte: «Cuanto más avance, más científico será el arte, al igual que la ciencia será artística».

Arte, literatura, ciencia... La interacción que da tanto juego y que nos ofrece una forma diferente de recordar y homenajear a Flaubert y a Dostoyevski.

Xavier Duran
Hilo en Twitter del químico y periodista científico Xavier Duran (@xduran_e), autor de La ciencia en la literatura

En el bicentenario natal de Gustave Flaubert (1821-1880), Xavier Duran repasa la visión de la medicina y la ciencia en la obra literaria del gran escritor francés, hijo y hermano de médicos. Off Xavier Duran Off

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