Todos recordamos algún profesor de nuestra etapa estudiantil, bien por sus conocimientos o por forma de enseñar (bien o mal) que marcaron la manera que tenemos de entender el mundo. Pero cuando ese aprendizaje va más allá de las aulas y se mantiene a lo largo de los años en las consultas con profesionales ya formados que buscan una especialización, se requiere algo más que transmitir conocimientos. Así que, ¿cómo debe ser el tutor de residentes?
"Ha de ser una persona competente en su especialidad, un buen especialista en sí mismo", reconoce María Josep Cerqueira, presidenta de la Sociedad Española de Formación Sanitaria Especializada SEFSE-AReDA. En este primer aspecto básico coinciden también Jesús Millan, profesor emérito de la Universidad Complutense de Madrid y director de la Cátedra de Educación Médica Fundación Lilly-UCM, y Montserrat Esquerda, pediatra y directora del Instituto Borja de Bioética-Universidad Ramon Llull.
"Un buen tutor debe ser un buen profesional porque sino no va a enseñar bien, pero hay características más allá de ser un buen profesional", añade Esquerda. "A veces asumimos que los médicos sabemos hacer de todo, que por el hecho de ser un buen médico se es un buen profesor". Y no es así. Por eso, Millán considera que "es importante que esté capacitado en aspectos pedagógicos o en determinadas técnicas educativas".
El interés por la docencia es fundamental. "El buen tutor ha de tener una buena disposición para ayudar a otros, teniendo en cuenta que los otros son de una generación distinta a la suya porque esto significa un plus de esfuerzo de entenderse", mantiene Cerqueira, quien detalla que las diferencias generacionales en el enfoque de la profesión y las prioridades es algo a tener en cuenta por parte de los tutores. "Las nuevas generaciones buscan más un equilibrio entre la vida personal y profesional que antes y esto puede provocar dificultades de entendimiento a las que el tutor se debe adaptar porque el residente no va a dejar de ser quien es". Y aquí entra en juego la empatía del tutor. "Debe de ser una persona muy empática, capaz de ponerse en la piel del otro, porque sino no va a haber manera de entenderse. Pretender que alguien que tiene 20 o 30 años menos que tú entienda la vida como la entiendes tú está condenado al fracaso", afirma Cerqueira.
Pero los residentes, además de adquirir conocimientos, como cualquier estudiante aprende por imitación. En este sentido, aunque el residente aprende de todo aquel que le rodea, el tutor, en opinión de Cerqueira "debe ser una persona susceptible de convertirse en modelo a seguir".
Acompañar en el apredizaje
Los residentes son ya profesionales titulados en busca de una especialización. Un recorrido a lo largo de los años en los que adquieren competencias en un ámbito determinado. El desarrollo de la figura del tutor en los últimos años ha hecho que se haga un acompañamiento real a la formación. "Hace 20 años que un tutor hiciera todo lo que le tocaba hacer le convertía en un tutor muy bueno. Hoy es un tutor normal porque todos los tutores cumplen su función, así que ser muy buen tutor es más complicado por temas de exigencia", dice Cerqueira.
Y es que, como comentaban los expertos, hay características del buen tutor que van más allá de los conocimientos. "Esas características van ligadas a la capacidad de mentorizar, de acompañar el proceso de formación", dice Esquerda. Si el profesor de aula debe saber transmitir, el tutor ve más a largo plazo, tiene la capacidad de tener claros unos objetivos que perseguir durante la formación y acompañar para lograrlos, sabiendo que esos objetivos no los va a impartir todos él, sino que debe acompañar en ese proceso para que el residente los consiga.
En este acompañamiento, Cerqueira vuelve a la capacidad empática del tutor para llegar a los valores del residente, hacer una planificación muy ordenada del proceso formativo y acompañar en el proceso. Esto implica hacer reuniones individuales con el residente para evaluarle de manera constructiva, que vea los puntos mejorables, qué hacer para conseguirlo y que lo asuma como un reto propio, no como una crítica sino como una ayuda para crecer. "Ese es el gran reto del tutor, ser un excelente comunicador con el residente porque el aprendizaje es responsabilidad del residente, no del tutor. El papel del tutor es conseguir que la persona que tiene que aprender aprenda todo lo que es vital de su especialidad, lo aprenda bien y se convierta en un profesional bueno desde el punto de visa no solo técnico sino desde el punto de vista de la ciudadanía que tiene que atender".
Enseñar a enseñar
El primer requisito para ser tutor es querer serlo. "Si no es covacional, no funciona", asegura Cerqueiro. La motivación para querer enseñar a otros es fundamental para hacer ese acompañamiento pero también requiere tener ciertos conocimientos que el tutor debe aprender, a ser posible, antes de acreditarse como tal. "Empezamos a tener claro que alguien para ser profesor de medicina debería tener una formación en educación médica, no solo ser un buen profesional sino saber ser un buen profesor en educación médica", señala Esquerda. En su opinión, hay ciertas facultades relacionadas con la motivación, la comunicación o la escucha que no necesariamente posee un médico por sí mismo, y que si las tiene, en ocasiones las ejerce con los pacientes pero que les cuesta aplicarlas a los compañeros. "Aunque uno tenga esas habilidades en el ámbito profesional, aplicarlas en la mentorización requiere un aprendizaje ad-hoc", señala. Reconocer las habilidades propias y las debilidades ayudará al tutor a formarse específicamente en aquello que más le cueste.
Sin embargo, aún no está establecida una formación previa a la acreditación como tutor. "Es como si a un señor le pongo a conducir y después de varios kilómetros recorridos le explico cómo se conduce", explica Cerqueiro. "El gran reto es darle la vuelta y conseguir que las actividades formativas estén organizadas previamente y que sea esto lo que permita acceder a la acreditación de tutor, que ahora mismo no es así", afirma como ya lo hizo en el Encuentro Anual que la Cátedra de Educación Médica Fundación Lilly-Universidad Complutense de Madrid (UCM) organizó hace unas semanas en San Lorenzo de El Escorial.
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