Es sabido que el cometido más importante del lenguaje médico es transmitir conocimientos de la manera más precisa y neutra posible. Por ello, los términos médicos aspiran a una univocidad que permanezca inalterable ante las distintas variables que influyen en la situación comunicativa; es decir, las diferencias diacrónicas (tiempo), diafásicas (registro), diatópicas (espacio) o diastráticas (nivel sociocultural) que afectan a los participantes del acto comunicativo.
Lo ideal sería que cada término contase con una definición única y consensuada por la comunidad médica, pero la realidad es que la polisemia, la sinonimia, la homonimia, la paronimia o la epónima son consabidas fuentes de ambigüedad en el lenguaje biosanitario.
El origen de la imprecisión semántica puede residir en varios factores:
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La construcción de vocablos en distintas lenguas; sobre todo en aquellas que más han contribuido a la terminología médica (griego, 60 %; latín, 25 %; híbridos grecolatinos, 8 %; inglés, 1,5 %; árabe 0,5 %, y francés, 0,5 %);
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Los extranjerismos innecesarios (p. ej., bypass [derivación vascular] o buffer [disolución amortiguadora]);
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Los distintos registros comunicativos (p. ej., meteorismo [gases], heloma [ojo de gallo]);
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Diferentes mecanismos de terminogénesis (palabro que acabo de formar yo mismo) que no se adhieren a las mismas convenciones (p. ej., la onomatopeya, la acronimia, la eponimia, etc.).
Entre los distintos mecanismos de formación de términos médicos, la neología es, sin duda, el más habitual y prolífico: consiste en la creación de un nuevo vocablo (neología de forma) o en la atribución de una nueva acepción (neología de sentido) o de una nueva categoría gramatical (neología de función) a un vocablo ya existente.
En esta columna, intento hacer un análisis somero sobre la neología de forma, que es el proceso de elaboración de tecnicismos médicos más eficaz en cuanto a la precisión se refiere. Pese a ello, como veremos, dista mucho de ser infalible.
Puesto que el griego y el latín han sido las lenguas más influyentes a lo largo de la historia de la medicina, la mayoría de los tecnicismos de este ámbito se han formado mediante la combinación de los llamados formantes cultos o clásicos, que no son más que prefijos, sufijos y raíces de origen grecolatino.
Teniendo en cuenta la preponderancia de los términos médicos de origen grecolatino y, sobre todo, que las lenguas muertas ya no están sometidas a cambios morfosemánticos, lo más lógico y práctico sería homogeneizar los procesos de terminologización a partir de los formantes cultos, con el fin de que todos los profesionales del lenguaje médico del mundo comprendiesen y utilizasen un vocabulario técnico similar; algo así como lo que sucede con la denominación común internacional (DCI) de la OMS. Pues bien, lamento informarte de que no es el caso.
Aunque en la actualidad se sigue recurriendo predominantemente a los formantes grecolatinos para crear nuevos términos biosanitarios, su utilización no es igualmente frecuente en todos los idiomas. En inglés médico, por ejemplo, aunque los términos puericulture y hepatopathy tienen el mismo significado que nuestros puericultura y hepatopatía, se prefieren las expresiones equivalentes child care y liver disease, formadas a partir de elementos léxicos de origen anglosajón. Y no seas malpensada, los anglosajones no se expresan deliberadamente de esta manera para fastidiarte a ti.
Mediante la neología de forma también es posible formar términos médicos a partir de voces del léxico común (p. ej., uña de tenista, piel de naranja, etc.) o, incluso, a partir de nombres propios, como sucede con los epónimos (p. ej., síndrome de Parkinson o placa de Petri), pero estos no son ni los mecanismos más frecuentes ni los más fiables, ya que, entre otros motivos, se alejan de la anhelada sistematización terminológica.
El procedimiento de composición de términos médicos más habitual es la variante de la neología de forma que consiste en combinar los distintos formantes grecolatinos. Aunque las convenciones que rigen este mecanismo no son, ni mucho menos, una ciencia exacta, a ojo de buen cubero, se puede afirmar que, en una buena parte de los casos, aplican las siguientes:
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Las raíces corresponden a adjetivos, sustantivos o verbos de origen grecolatino y se utilizan para designar el órgano, el tejido o la estructura concernidos (p. ej., hepato-, cardio-, espleno-, etc.).
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Los prefijos suelen proceder de preposiciones o adverbios e indican ubicación o posición; tiempo o secuencia, o cantidad o grado (p. ej., exo-, micro-, para-, ab-, etc.).
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Los sufijos son modificadores de la categoría gramatical de una raíz (p. ej., de verbo a sustantivo, de sustantivo a adjetivo, etc.) y suelen indicar el tipo de afección (p. ej., -iasis, -itis, -oma, -ismo, etc.).
¿A que parece relativamente sencillo? Pues tu gozo en un pozo. Como ya hemos mencionado anteriormente, los formantes clásicos tampoco están al abrigo de problemas de ambigüedad terminológica, como ejemplifico a continuación.
Tanto el prefijo griego antí como el latino contrā son sinónimos que significan 'frente a' o 'contra'. Lo mismo sucede con pró (gr.) y prae (lat.) que quieren decir 'antes de' o 'delante de'. Sin embargo, no hablamos de un fármaco contrálgico, sino de un fármaco antiálgico, y no decimos prenóstico, sino pronóstico.
Venga, ya termino. Sobre los formantes grecolatinos se han escrito, y se seguirán escribiendo, tesis doctorales enteras, pero en este foro he preferido transmitir únicamente algunas reflexiones. Si te apetece indagar más —y te aseguro que hay mucho más—, puedes buscar publicaciones que expliquen, por ejemplo, las posibles combinaciones y el orden de los prefijos, sufijos y raíces o porqué estos se suelen articular mediante la vocal i o mediante la o, en función de si la raíz proviene del latín o del griego (p. ej., cardi-o-logía y nutr-i-ción).
Asimismo, si deseas resolver dudas etimológicas o semánticas sobre los formantes clásicos, te aconsejo consultar Dicciomed: diccionario médico-biológico, histórico y etimológico, un recurso de gran valor para los profesionales de la terminología biosanitaria que seguramente ya conocías.
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Jorge Esteban Casas es editor de la plataforma Cosnautas.
Columna publicada originalmente en la Bitácora del cosnauta.
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