Todos pensábamos que ante una situación realmente crítica, como la pandemia, estaríamos a la altura. Nos imaginábamos heroicos y triunfantes, de película. Y la realidad es que los civiles lidiamos con el fin del mundo en pantuflas, con calefacción central y Netflix, explicando a nuestros hijos la propiedad conmutativa mientras nos agobiábamos porque teníamos muchos Teams en la agenda.
Han pasado 4 años, pero sigue habiendo dos tipos de personas en España: a los que la FFP2 se nos hacía un poco bola y los que estaban más preocupados por tener que reutilizar la misma mascarilla quirúrgica día tras día en una planta Covid. A los que nos dio tiempo a estar un poco hartos de nuestros hijos y aquellos que no vieron a los suyos en cuatro meses. Los que competíamos por el papel higiénico en el súper y los que estaban más preocupados por tunear una máscara de buceo o unas gafas de esquí antes de volver a las salas Covid de las urgencias y las UCI improvisadas en bibliotecas.
España entera teletrabajó y como se nos hacía muy pesado, hicimos memes. Otros no tuvieron tiempo para el humor porque estaban muy ocupados frotándose las manos con lejía en el garaje y corriendo en pelotas a meter la ropa en la lavadora a 60º, aterrados ante la idea de que el coronavirus se les hubiera pegado a las prendas.
No hubo épica ni discursos motivadores mientras se vestían con bolsas de basura antes de empezar el turno en el hospital. Había un silencio cansado y un deber cumplido. Había un “nos han dejado solos” que los aplausos de las ocho de la tarde no remediaban porque tenían la certeza, -ya tenemos años para saber de qué va esto-, de que ninguna buena acción quedaría sin castigo.
Cuatro años después, lo de celebrar el día en que empezamos a no sé qué suena un poco insultante, la verdad. Aquel 14 de marzo fue el primero de muchos días en los que los profesionales sanitarios acudieron a sus puestos de trabajo sabiendo que les podía costar la vida.
Sólo 5 días después se produjo la primera muerte entre los sanitarios: Encarni, enfermera en Galdácano. A ella le siguieron otras 12 enfermeras y 125 médicos. La cifra no es exacta, porque no le sumo a los jubilados que se presentaron voluntarios, pero ya me entienden.
Estos 138 profesionales y el resto de los que sufrieron en la primera línea sí estuvieron a la altura. Y malditas las ganas que tenían de hacerlo. Que lo de la vocación asistencial está muy bien, claro que sí, pero aquellos días eran ellos los que se la jugaban, comprando boletos en la lotería de una enfermedad que nadie sabía como tratar.
via Noticias de diariomedico.... https://ift.tt/2UnEVGo
No hay comentarios:
Publicar un comentario