Gracias a la investigación se han desarrollado nuevos tratamientos y ha aumentado considerablemente la supervivencia en cáncer. Sin embargo, cada año se diagnostican en Europa más de 4 millones de personas con algún tipo de tumor y 3 millones son tratados con antraciclinas, en combinación con otros fármacos, ya que son muy eficaces.
Usado desde hace más de 40 años, fue el primer quimioterápico que se utilizó y ha salvado millones de vidas, pero uno de sus posibles efectos adversos, conocido hace tiempo, es que tiene toxicidad directa para el corazón: uno de cada tres pacientes desarrolla esa cardiotoxicidad, aunque la mayoría es transitoria y no tiene consecuencias. Sin embargo, en un 5% (teniendo en cuenta las cifras de cáncer, es un volumen enorme) esa toxicidad resulta en un daño irreversible en el corazón. De esa forma, los supervivientes del cáncer que superan un proceso letal a corto plazo terminan viviendo con un proceso crónico como es la insuficiencia cardiaca, que les limita la vida.
Investigadores del Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC), centro dependiente del Instituto de Salud Carlos III (ISCIII), han caracterizado los procesos por los que las antraciclinas causan esa toxicidad cardiaca. "Se sabe que el mecanismo por el que las antraciclinas son muy eficaces contra los tumores es porque se unen al ADN nuclear y las células tumorales, que proliferan mucho, no pueden proliferar por tener dañado el ADN y acaban muriendo. Los cardiomiocitos no se replican, pero las antraciclinas se unen igualmente a su núcleo, lo que provoca un daño muy importante en la información de muchas células", explica Borja Ibáñez, director científico del CNIC que dirige este equipo del Laboratorio Traslacional para la Imagen y la Terapia Cardiovascular.
"El segundo mecanismo por el cual las antraciclinas provocan daño en el corazón es por un daño directo en las mitocondrias, que son estas pequeñas estructuras que están dentro de todas las células y son responsables de la producción de energía. Como el corazón necesita energía constantemente porque está latiendo sin parar toda la vida, cualquier daño a estas mitocondrias, que son las que producen la energía, tiene estos resultados tan dañinos", señala Ibáñez.
"Es parte todo del mismo mecanismo porque cuando se unen las antraciclinas al ADN nuclear de los cardiomiocitos lo que provocan es que no se pueden producir bien las proteínas que luego utiliza la mitocondria. Es parte todo del perjuicio que, al final por diferentes estadios intermedios, acaba convergiendo en un daño en esta mitocondria", añade el especialista, que también es cardiólogo en el Hospital Universitario Fundación Jiménez Díaz y jefe de grupo en el CIBER de Enfermedades Cardiovasculares (CIBERCV).
Falta de modelos animales
Hasta ahora no se habían podido desarrollar terapias eficaces para prevenir esa cardiotoxicidad por esa falta de conocimiento exacto de los mecanismos moleculares por los que las antraciclinas causan la toxicidad. Y porque no había muchos modelos animales que caracterizaran bien, apunta Ibáñez.
"Para eso hemos desarrollado un modelo en ratón, aunque con todas las diferencias que hay entre el ratón y el humano, que se parece bastante a cómo se genera la toxicidad en pacientes porque les hemos dado las antraciclinas una vez cada semana de forma acumulativa como se hace en humanos y hemos observado diferentes momentos tras darles el fármaco: de forma precoz cuando aún no hay alteraciones en la función del corazón, pero hemos podido ver cambios moleculares que se dan, y luego en un momento más avanzado, de forma que hemos podido identificar esos cambios muy precoces que pudieran ser dianas terapéuticas para evitar esa carga de toxicidad", explica.
Puede que este sea uno de los resultados más importantes a nivel traslacional de este estudio que se publica en la revista JACC: CardioOncology. "Hemos creado lo que llamamos la fase subclínica, cuando todavía el corazón es aparentemente normal, se contrae bien y la estructura es normal, pero ya se están produciendo estos cambios moleculares que no se pueden detectar con las técnicas habitualmente utilizadas", indica Ibáñez.
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