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martes, 30 de enero de 2024

La navaja de Ockham

Fernando Navarro
Fernando Navarro
Mar, 30/01/2024 - 09:51
Del hombre al nombre
El franciscano Guillermo de Ockham fue uno de los grandes filósofos medievales.
El franciscano Guillermo de Ockham fue uno de los grandes filósofos medievales.

Oriundo de Ockham, un pueblecito del condado inglés de Surrey, Guillermo de Ockham (1287-1349) ingresó de muy joven en la orden mendicante de los franciscanos y observó toda su vida una pobreza extrema. Formado en Londres y Oxford, está considerado como el máximo representante de la doctrina filosófica del nominalismo, y su nombre ha pasado a la historia ligado a un innovador principio metodológico según el cual, cuando se ofrecen dos o más explicaciones de un fenómeno, es preferible (o más probable) la explicación completa más simple. O, lo que es lo mismo, si un fenómeno puede explicarse sin suponer entidad hipotética alguna, no hay motivo para suponerla; siempre debe optarse por una explicación en términos del menor número posible de causas, factores o variables. La única entidad verdaderamente necesaria es Dios; todo lo demás es contingente.

Aunque no forma parte del método científico, el principio propugnado por Guillermo de Ockham fue fundamental para el desarrollo posterior de campos tan dispares como la medicina, la teología, la economía, la informática, la biología, la lingüística, la música y la estadística. Y el reduccionismo metodológico sigue siendo esencial en un mundo como el nuestro, caracterizado por la sobreabundancia y complejidad de la información.

En tiempos del buen monje, filósofos, teólogos y lógicos lo llamaron «principio de parsimonia» (lex parsimoniae) o «principio de economía», pero a partir del siglo XVII pasó a ser conocido como la navaja de Ockham, porque afeitaba como una navaja las barbas de Platón, fundamento de la escolástica.

Ockham ya sabemos, pero ¿se han preguntado alguna vez de dónde viene la palabra ‘navaja’? Afeitarse la barba o raparse la cabeza es una forma de renovarse; de iniciar, en cierto modo, una nueva vida. Tiene cierta lógica, pues, que el latín novatio designara en la antigua Roma tanto el acto de renovar algo como el de afeitarse; y al cuchillo empleado para esta novatio dieron en llamarlo novácula, que, a través del latín vulgar hispánico navácula, pasó a navaja.

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