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domingo, 13 de enero de 2019

El médico como artículo de consumo

La lógica es sencilla: existen bienes o servicios buenos, bonitos y gratuitos al alcance de cualquiera que los necesite; lo normal es que la demanda termine por superar a la oferta, y que haya que reponer y reponer… hasta que el mercado se sature. Se aprecia gráficamente en las colas que se forman en las casetas de cualquier feria comercial en la que regalan atractivas bolsas de tela, paraguas plegables o bolígrafos de propaganda. A caballo regalado… ‘efecto llamada’. En sanidad, tal efecto se suele cargar exclusiva y equivocadamente en los inmigrantes, cuando se sabe que no son los principales hiperfrecuentadores, y su peso poblacional es aún limitado con respecto al autóctono.

Hace pocos días, José Luis Jiménez, presidente del Consejo Gallego de Colegios Médicos, durante su comparecencia en la Comisión de investigación parlamentaria sobre los efectos de los recortes en la sanidad, hablaba, entre otros desafíos estructurales, de afrontar un “incremento de la demanda sanitaria que ha llegado para quedarse”, motivado sobre todo por la cronicidad y por el envejecimiento de la población.

Al cóctel añadía “factores sociales y culturales que sobrecargan las consultas”, una “sanitarización de la vida” en la que al médico se le considera “como un elemento más de consumo” y en la que “las consultas se hacen más por el miedo a enfermar que por la enfermedad misma”.

Si se quiere que en esa ‘caseta sanitaria’ haya para todos y encima que las colas no sean muy largas, habrá que aumentar la mercancía y el personal que la distribuye. Lo frustrante sería anunciar a bombo y platillo ‘paraguas gratis’ y dejar con las ganas a los demandantes, algunos de los cuales acabarían destrozando la caseta.

La ambiciosa sanidad universal es una maravillosa conquista del Estado de Bienestar, pero puede colapsarse, como un Big Crunch o Gran Implosión cósmica, si se abusa de ella o si su crecimiento, su velocidad de expansión, no va acompasado con las presiones que tienden a comprimirla.

En manos de la Administración sanitaria, central y autonómicas, está el equilibrar esas tensiones, bien reforzando o transformando las estructuras o limitando el peso que soportan. Defraudar las expectativas acarrea malestar e irritación. Si no hay paraguas o dependientes suficientes, sería mejor anunciar ‘oferta limitada hasta el fin de las existencias’ o ‘sanidad solo planetaria’ en lugar de universal. Es menos ambicioso y rentable políticamente, pero más honrado y realista.

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