Como cada año, el 12 de mayo, día en que nació Florence Nightingale, celebramos en todo el mundo el Día Internacional de la Enfermería. Y este año 2020, además, ha sido declarado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) Año de la Enfermera y la Matrona, por coincidir con el bicentenario natal de Florence Nightingale (1820‑1910), una de las mayores heroínas británicas de la historia.
A los 23 años de edad, esta joven de clase alta desafió las convenciones sociales de la rígida época victoriana: contra los deseos de su familia —que consideraba la enfermería propia de «mujeres de la clase trabajadora y dudosa moralidad», y los hospitales, «lugares poco adecuados» para una señorita respetable y de buena familia—, la joven Florence rechazó la vida acomodada a que estaba llamada y, en lugar de casarse y tener hijos, optó por dedicarse al cuidado profesional de los enfermos.
Tras formarse primero en una clínica privada de Londres y más tarde en Alemania, en el afamado Instituto de Kaiserswerth dirigido por Theodor Fliedner, alcanzó fama mundial cuando, en noviembre de 1854, viaja a Turquía con 38 enfermeras voluntarias para atender a los soldados británicos heridos en la guerra de Crimea. Como enfermera jefe, impuso unas simples pero estrictas reglas de higiene (airear y limpiar a fondo las salas de hospitalización, lavar a los enfermos, cambiar las sábanas y preparar comidas sanas a diario…) que bastaron para que ese grupo de mujeres consiguiera resultados espectaculares en comparación con los obtenidos tradicionalmente por el cuerpo de sanidad militar, en un ámbito castrense que de siempre había sido exclusivamente masculino.
Su gesta sanitaria causó sensación en Inglaterra y cambió para siempre la forma de ejercer la enfermería. En países como Francia, Italia y España, no obstante, sus contemporáneos no salían de su asombro ni acababan de entender qué tenía de extraordinario la tarea de miss Nightingale. Porque en nuestro país no es que hubiera una, es que miles de mujeres de todos los estratos sociales (familias humildes, de clase media, acomodadas, de la alta aristocracia incluso) llevaban siglos renunciando a toda posesión y comodidad, renunciando a casarse y a tener hijos, para consagrar su vida al cuidado de los enfermos. Y estas mujeres llevaban aplicando las medidas modernas de higiene en nuestros hospitales desde mucho antes que Florence Nightingale…; pero no hablaban inglés, claro, y se llamaban Hermanitas de la Caridad.
¿No es llamativa nuestra tendencia a mirar la historia exclusivamente a través de las lentes monocromas de lo anglosajón? Llevo cuatro meses fijándome con atención en la gran cantidad de actos que vienen organizando este Año Mundial de la Enfermera y la Matrona los colegios oficiales de enfermería de toda España; en casi todos ellos se habla largo y tendido de Florence Nightingale y labor, mientras que me sobran dedos en una sola mano para contar los que han programado alguna actividad relacionada con la historia de la Compañía de las Hijas de la Caridad (cofundada por santa Luisa de Marillac [1591-1660] y san Vicente de Paúl [h. 1581-1660]) o en torno a la figura del portugués san Juan de Dios (1495-1550), que en el siglo XVI revolucionó en Granada el cuidado de los enfermos y hoy es el santo patrono de los hospitales, de los enfermos… y de las enfermeras.
Fernando A. Navarro
¿Verdad que han oído hablar de Florence Nightingale (1820-1910), una de las mayores heroínas británicas de la historia, que cambió para siempre el modo de ejercer la enfermería? ¿Y de Luisa de Marillac (1591-1660)? Ya, claro, es que esta no hablaba inglés. Off Fernando A. Navarro Offvia Noticias de diariomedico.... https://ift.tt/3fFg06t
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