El consumo regular de cannabis puede tener un impacto negativo en la sociabilidad. Su abuso favorece en algunos consumidores el ensimismamiento y una merma en la interacción social. Conocer bien la base bioquímica de este efecto puede servir para aprovechar el potencial terapéutico de los derivados farmacológicos del cannabis como analgésico, antiespasmódico o antiemético, entre otros.
A ello contribuye el trabajo de unos científicos que en una publicación reciente en Nature trazan el recorrido desde la molécula a la conducta mediada por el cannabis. De momento, los mecanismos bioquímicos de la aversión social causada por la droga se han demostrado en modelos experimentales in vitro y animales, pero constituyen una sólida base sobre la que continuar la investigación hacia el ámbito traslacional.
No hace falta recurrir a los estudios científicos para conceder que un consumo crónico del cannabis transforma el carácter en muchas personas. La desinhibición y la relajación pueden ser algunos efectos inmediatos de esta droga, pero su exposición prolongada también puede conllevar falta de concentración, pérdida de memoria, apatía e incluso brotes psicóticos y aversión social. (Por cierto que estos dos últimos rasgos no son los que sostienen la etimología de la palabra asesino, que procede del árabe “hassasin” y significa ni más ni menos que “fumadores de hachís”).
Para comprender mejor el fenómeno cerebral que conecta aislamiento social y cannabis, Juan Pedro Bolaños, jefe del grupo de Neuroenergética y Metabolismo del Instituto de Investigación Biomédica de Salamanca (IBSAL), y Giovanni Marsicano del NeuroCentre Magendie, del Inserm, en Burdeos, en colaboración con otros equipos de investigadores, analizaron el papel de las mitocondrias ( los orgánulos intracelulares que proporcionan a las células la energía que necesitan) de los astrocitos dentro de una cascada de señalización del metabolismo energético cerebral.
Los dos científicos han sumado fuerzas en un momento en que sus líneas de investigación resultaban complementarias, como expone a DM Bolaños. El investigador salmantino había identificado en trabajos previos que las mitocondrias de los astrocitos generan de forma no patológica una cantidad elevada de especies reactivas de oxígeno (ROS), debido a la peculiar organización de su cadena respiratoria mitocondrial (unos componentes proteicos presentes en su interior) , diferente a la de las neuronas. Gracias a esa capacidad para generar ROS, los astrocitos mantienen activa la compleja red de circuitos neuronales necesaria para el equilibrio funcional de nuestro cerebro.
Por su parte, el equipo de Giovanni Marsicano había descubierto en 2012 que los receptores de cannabinoides no solo están presentes en la membrana de las células, como se creía hasta entonces. Algunos de estos receptores también se encuentran en la membrana de las mitocondrias. Además, vieron que la activación del receptor cannabinoide tipo 1 (CB1) incide en la cadena respiratoria mitocondrial y, por tanto, en la generación de ROS.
La confluencia de ambas líneas de trabajo (sobre el papel de la mitocondria en los astrocitos y la de los receptores de cannabinoides expresados en la membrana mitocondrial) se tradujo en un proyecto que consistió en administrar el principal componente psicoactivo del Cannabis sativa, delta-9-tetrahidrocannabinol (THC), en ratones modificados genéticamente para que fueran, o no, sensibles a los efectos del THC en las mitocondrias de los astrocitos. Así, los investigadores observaron que este tratamiento desencadenó un efecto compatible con la insociabilidad en los ratones normales, pero no en los que eran insensibles a los efectos del THC.
“En este trabajo se demuestra que la administración de THC produce una disminución del suministro de lactato (utilizado como combustible energético) de los astrocitos a las neuronas adyacentes , lo que desencadena en las neuronas estrés redox, es decir, un aumento dañino de ROS por sus mitocondrias. Este estrés bionergético causa una disfunción en la neurotransmisión y, por tanto, en determinados circuitos neuronales, ocasionando la pérdida de sociabilidad en los ratones, como se observó en pruebas concretos”, explica Bolaños.
Otro de los autores del trabajo, Arnau Busquets, que dirige un grupo de investigación en el Programa de Neurociencias del Instituto del Hospital del Mar de Investigaciones Médicas (IMIM), apunta que este estudio, si bien se ha desarrollado en modelo murino, abre la puerta al diseño de fármacos más selectivos y eficaces. “Describir el mecanismo específico por el cual el cannabis produce un efecto en la interacción social nos permitirá en un futuro desarrollar fármacos cannabinoides que de alguna manera eludan esos efectos adversos”.
Además, el trabajo muestra que “en el astrocito, el cannabis produce unos efectos (estrés oxidativo), opuestos a los que causa en la neurona, lo que también puede contribuir en el diseño de fármacos, para concretar sobre qué diana específica debe actuar la molécula, tanto en qué la célula específica como en la localización concreta dentro de la célula”.
Por otro lado, continúa Busquets, el estudio indica que la relación entre astrocito y neurona es muy importante en el contexto del déficit social. “Esto tiene implicaciones en otras enfermedades como los trastornos del espectro autista”, apunta.
Y entre las líneas de investigación de Busquets también se encuentra lo que ocurre cuando el consumo crónico de esta droga se produce en edades vulnerables, como la adolescencia.
Los asesinos que fumaban hachís
¿Y la conexión entre los fumadores de hachís y los asesinos que se sugería más arriba? Forma parte de la leyenda más que de la ciencia. El término hassasin designa a una secta de musulmanes ismaelitas nizaríes que existió en Oriente Medio entre los siglos VIII al XIII. Fueron sus propios enemigos los que les dieron ese nombre, lo que no está documentado que fuera por su adicción a los derivados del cáñamo.
Cierto o no, Marco Polo alimentó las historias sobre esta secta, fundada por Hassan al-Sabbah, y cómo captaba a los jóvenes llevándoles a jardines que emulaban el paraíso, donde les hacían consumir hachís para someter así sus voluntades. A lo largo de los siglos ha trascendido, como bien saben los jugadores del Assassin's Creed, la fama de guerreros sanguinarios e implacables, capaces de acabar sigilosamente con la vida de reyes.
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