La leche materna sigue siendo, en el siglo XXI, el mejor alimento para el recién nacido y el lactante, ya que cubre todas las necesidades nutritivas y se adapta a las características fisiológicas de su sistema digestivo. La leche humana no sólo contiene nutrientes, sino que también aporta enzimas digestivos, sustancias bacteriostáticas, factores bifidógenos, factores de crecimiento y desarrollo así como bacterias probióticas y sustancias bioactivas.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda la alimentación exclusiva al pecho durante los seis primeros meses de vida del niño y continuar el amamantamiento, junto con las comidas complementarias adecuadas, hasta los dos años de edad o más.
La leche materna está adaptada para el bebé nutricionalmente, se digiere mejor, tiene una escasa carga osmolar, contiene anticuerpos bacterianos y víricos, protege frente a enfermedades infecciosas, reduce el riesgo de alergias, produce menor incidencia de enfermedades como diabetes mellitus, obesidad, enfermedades cardiovasculares, enfermedad de Crohn, favorece un correcto desarrollo mandibular y favorece el desarrollo afectivo y emocional entre madre e hijo, entre otros aspectos positivos.
Y para la madre la lactancia disminuye la hemorragia después del parto, rebaja la incidencia de depresión posparto, facilita la recuperación del peso, no supone gasto económico y no precisa ningún tipo de preparación.
Las mujeres en edad de lactancia deben cuidar especialmente su alimentación, ya que realizan una gran actividad a lo largo del día estando casi diez horas al día de pie o en movimiento en contraste con las 8,5 horas de las mujeres embarazadas y las 9,1 horas de las mujeres en etapa preconcepcional.
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