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sábado, 25 de febrero de 2023

Salud y enfermedad; humanismo y biologicismo: entrevista con Cristian Saborido, filósofo de la medicina (I)

Fernando Navarro
Fernando Navarro
Sáb, 25/02/2023 - 11:09
Firma invitada
Primera parte de la entrevista de Lois Balado a Cristian Saborido, para 'La Voz de Galicia'.
Primera parte de la entrevista de Lois Balado a Cristian Saborido, para 'La Voz de Galicia'.

Polarizar el mundo nos hace la vida más digerible. Izquierda frente a derecha, playa o montaña, Oasis o Blur. Así, todo es más fácil de encajar. También, por supuesto, ciencias frente a letras. Es algo tan común que apenas reparamos en ello. «Esta separación brutal de disciplinas no lleva a nada bueno», apunta Cristian Saborido (Errentería, 1981). Parece lógico escuchar estas palabras de la boca de un filósofo entre médicos. La voz del guipuzcoano, doctor en filosofía, profesor en la UNED y especializado en filosofía de la biología de la medicina, se tiene en cuenta en varios comités de bioética de España. Porque una bata blanca no protege a nadie de los dilemas morales y éticos de una práctica con tantas implicaciones en la vida del ser humano. La biología llega hasta donde llega. «La filosofía de la medicina no intenta enmendarles la plana a los médicos, intenta ayudar a la formación médica en este pilar. Pensar en para qué hacen lo que hacen. No se trata solo de saber hacerlo y cómo hacerlo, sino saber por qué hacerlo», dice.

¿Por qué debe existir la filosofía en la medicina?

La gente cree que la especialidad en filosofía de la medicina es relativamente moderna. Es cierto que, como una disciplina propia ―con revistas, manuales y congresos―, existe desde los años setenta u ochenta del siglo XX, desarrollándose principalmente en Estados Unidos. Pero es que en filosofía todo tiene más de dos mil años y la filosofía de la medicina existe desde siempre. Los primeros filósofos clásicos, o eran médicos, o tenían una formación importante en medicina. Filosóficamente, es muy potente hablar de medicina porque tiene una doble vertiente muy interesante: por una parte, tiene mucho contenido científico detrás; por otro, la medicina no funciona como una ciencia, funciona más bien como una especie de práctica que afecta de una manera clarísima a los seres humanos. Es una intervención que se hace en el mundo para cambiar cosas que consideramos que están mal. En último término, la medicina está totalmente imbuida de valores; se basa en intervenciones en las que cuestionamos continuamente estados que consideramos que son correctos o incorrectos, corrigiendo lo segundo para llegar a tener lo primero.

Habla de que la medicina son valores, opiniones sobre lo que es correcto o incorrecto. Se lo compro en campos como la psiquiatría, pero un coágulo, si no se extirpa, te mata. No hay vuelta de hoja.

La psiquiatría es el campo más complejo y polémico de la medicina porque es una especialidad en la que los aspectos «correctos» o «incorrectos» no se basan de una manera muy clara en una condición biológica. Cuando hablamos con médicos, generalmente nos encontramos con que hay una intuición que, en teoría, sirve para distinguir entre lo sano y lo enfermo. Una especie de lugar común. Lo acabas de decir tú: un coágulo, una fractura de rodilla o una diabetes. ¿Cómo no vamos a distinguir eso como un estado enfermo? Pero no deja de ser una intuición.

¿La enfermedad y la salud se basan en intuiciones?

Es que cómo fundamentamos esto científicamente no está del todo claro. Generalmente, lo que uno asume es que hay una especie de disfunción biológica detrás. Algo que está en el cuerpo y que no funciona como debería. Esto quiere decir que no sigue la normalidad. Pero este concepto de normalidad da un montón de problemas. Volvamos a la psiquiatría, donde no tenemos muchas veces ese aspecto biológico claro y en el que hay muchísimas comorbilidades: gente que tiene una sintomatología que no sabemos bien cómo clasificar. No sabemos con precisión cuáles son los procesos mentales de las personas con depresión, por ejemplo. Pero esto no es algo exclusivo de la medicina. La gran mayoría de las ciencias tienen problemas muy importantes para definir sus conceptos más básicos. La biología es la ciencia de la vida; sabemos muchísimo de los seres vivos. Cómo clasificarlos, cómo ordenarlos, cómo se estructuran, cómo se aparean o cómo se organizan, pero no tenemos una definición de vida. No hay un consenso sobre qué es la vida. Sucede también en física; no sabemos cómo definir qué es materia o tiempo. En cualquier disciplina, los conceptos más básicos son ambiguos y en último término se basan en intuiciones y en medicina es brutal, porque no sabemos diferenciar lo sano de lo enfermo de forma definitiva.

Insisto, un coágulo, un resfriado o un cáncer sabemos que es algo «malo».

Porque lo que hacemos es biologizar la medicina. Fijar una especie de estándar de cómo es el cuerpo y cómo deberían funcionar los seres biológicos. La postura mayoritaria en medicina hace algo que puede parecer un poco naif, pero que es casi a lo único a lo que podemos aferrarnos: entender que el diseño biológico «correcto», lo sano, se corresponde con cómo es la mayoría de la población. Lo que esté fuera de esto, sería lo enfermo. Se trata de una distinción de valores, no científica. Hablamos de estados que son deseables y no deseables. Pero hay un montón de estados indeseables que no consideramos que sean enfermos: estar en paro, no tener pareja o un montón de cosas que no queremos, pero que no consideramos enfermos. Solo consideramos «enfermedad» cuando hay una especie de correspondencia biológica.

Y tiene sentido, ¿no?

Bueno, pues en la psiquiatría no tenemos una correspondencia muy clara con la biología. Lo que tenemos son síntomas, estados mentales que entendemos que debemos tratar, corregir y ayudar porque la gente sufre, así que hemos inventado una corriente entera llamada psiquiatría que está todavía en pañales y que busca una correspondencia biológica cuando algo está fallando. La prueba de que tiene una correspondencia biológica está en que estos estados los tratamos con fármacos, que actúan en el organismo. Se asume que la base de las enfermedades mentales está en el cerebro, que funciona como una especia de caja negra, aunque no entendemos muy bien cómo. Pero se ve que tratar el cerebro, de alguna forma, tiene repercusiones en el comportamiento. Es algo casi artesanal, creer que si tocas aquí y allá podrás observar cómo cambia la psicología de un paciente.

Pensemos en la lobotomía, que es algo que ahora nos parece marcianísimo. La lógica no era muy diferente a la de los tratamientos actuales. Egas Moniz planteó un modo de intervenir en el cerebro asumiendo que iba a cambiar el comportamiento psicológico. Ahora lo vemos como una barbaridad, pero se basaba en el mismo principio: actuar sobre el cerebro como si fuese una caja negra que no entendemos, pero que asumimos que tiene unas consecuencias para el comportamiento. El punto de todo esto es que no podemos olvidar que la distinción última entre salud y enfermedad no es una distinción como la que hay entre un protón y un electrón. No es descriptiva, es valorativa. Correcto o incorrecto; deseable o indeseable. Esto es una cosa de lo que los propios médicos son conscientes. Los humanistas que nos acercamos a la ciencia tenemos la tendencia absurda a pensar que los médicos son como minions, que aplican un libro de recetas que tienen sin pensar más allá. Esto no es verdad, por lo menos no es toda la verdad. De hecho, los médicos tienen diferentes formas de clasificar las enfermedades. La más famosa es el índice de clasificación de enfermedades de la OMS (CIE); en psiquiatría tienen el DSM que es el manual de trastornos psiquiátricos de la asociación americana. Son manuales que se revisan continuamente, los propios médicos asumen que su conocimiento es siempre provisional.

Lois Balado Tomé
Entrevista publicada originalmente en la sección «La Voz de la Salud» de La Voz de Galicia

Continúa en: «Salud y enfermedad; humanismo y biologicismo (II)»

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