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"Hay unos fortísimos incentivos al no análisis profundo de la problemática molesta". Así responde Javier Recuenco, director académico del Máster de Resolución de Problemas Complejos de la UNIR, cuando le pregunto por la reformulación del Sistema Nacional de Salud. Julio Mayol, profesor de Cirugía de la Universidad Complutense de Madrid y flamante nuevo director científico del Instituto de Investigación Sanitaria del Hospital Clínico San Carlos, sentado a su lado, asiente: "Si ni siquiera sabes cuál es el destino al que quieres llegar...."
Recuenco ilustra la situación: "Al general Stanley McChrystal, destinado en Afganistán, le preguntan qué hay que hacer para solucionar el problema de Afganistán. Y él manda un diagrama gigantesco, con 50 entidades, más de 120 relaciones y dice: hasta que no ataquemos esto, no hay nada que hacer. Con lo cual Estados Unidos reacciona de manera cordial a su reto trayéndoselo al Pentágono y colocando a otro en su lugar. A los 3 años, Estados Unidos sale de Afganistán con el rabo entre las piernas. Sin voluntad real de solventar el problema, esto va a estar ahí aguantando las capas de pintura hasta que se quiebre el casco".
Fenomenal. Empezamos fuerte. Pero sigamos: ¿para qué queremos un sistema nacional de salud?
Esta vez es Mayol el que tira una flecha que silba antes de clavarse en la diana: "Para poder vender paz social, no para obtener resultados. Si de verdad quisiéramos mejorar la salud de las personas, mediríamos los resultados en salud, pero lo que medimos es la cantidad de actividad que hacemos. No es un sistema de producción de salud, es un sistema de producción de tratamiento de enfermedad".
Recuenco le sigue: "El SNS es un call center de resolución de problemas que, en muchos casos, se producen aguas arriba y sobre los que el propio sistema puede influir poco".
Pero, aun así, les digo, el SNS es parte indisoluble de nuestro ADN como país y es un diferencial claro respecto a otros entornos, ¿verdad? Y que incluso con todos sus problemas, sigue añadiendo valor. ¿O no?
"Es una garantía de estabilidad porque permite que alguien enferme y no se arruine. Pero los médicos pasamos mucho más tiempo mirando pantallas que mirando personas; yo no sé si estudié medicina para eso", dice Julio.
Si quisiéramos mejorar la salud de la gente, mediríamos resultados en salud
Para Javier, "la alternativa es profundamente inhumana, pero parece que esto es una verdad revelada ante la cual sólo hay dos posiciones: o lo aceptas con todos sus defectos, sin cuestionar ninguno, o eres un malvado al que han echado neoliberalismo en el Cola Cao. Arrastramos un montón de modelos y arquetipos tayloristas que vienen de las fábricas".
Y el mundo ha cambiado, claro, pero el SNS no.
"Creemos que la transformación es voluntaria e indolora. A los conductores del taxi la aparición de Uber no les sentó nada bien. ¿Quién va a arriesgarse a tomar decisiones impopulares?", contesta Julio.
Sobran acciones inútiles, como teclear ignorando al paciente
"Plantear un sistema nacional de salud con luces largas cuando el horizonte de la voluntad política es de 4 años es incompatible", remacha Javier.
Ok, de nuevo. Vale, y entonces, ¿cómo lo arreglamos?, ¿qué palancas de cambio podemos activar?
"Desde luego los profesionales no vamos a transformar el sistema; no vamos a hacernos el harakiri. Y los pacientes tampoco: están dirigidos por un sistema de propaganda en el que se les repite continuamente que este es el mejor sistema del mundo. Y ya que no hay con qué compararlo, el paciente busca más de lo mismo, no quiere mejor. El hecho de que el sistema no consiga los resultados que debería buscar es irrelevante. Lo importante es que la gente crea que lo que tiene es lo que busca", explica Julio.
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