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miércoles, 11 de agosto de 2021

¿De qué murió Cervantes? (y III)

Fernando Navarro
Fernando Navarro
Mié, 11/08/2021 - 09:48
Firma invitada
Cervantes
Miguel de Cervantes Saavedra, el manco de Lepanto, murió en Madrid el día 22 de abril de 1616, a los 69 años de edad.

Si tomamos la hidropesía (ascitis) como cierta, en el sentido de existir colección de líquido en el organismo, hemos de dirigir nuestra atención hacia la cirrosis hepática, hacia la carcinomatosis peritoneal u otra patología que produzca ascitis, o bien hacia la insuficiencia renal o cardíaca.

Parece bastante improbable que la encefalopatía hepática grave, complicación con la que suelen concluir estos males hepáticos, le permitiera estar lúcido hasta casi última hora, lo que sí está demostrado documentalmente.

Sí es posible que a su edad padeciera cierto grado de insuficiencia cardíaca, pero también es lógico pensar que esta finalmente hubiera cursado con edemas ostensibles y disnea y ortopnea, síntomas que tampoco aparecen referenciados por parte alguna y que seguramente le hubieran impedido razonar bien y escribir lo razonado. Solo tres días antes de su muerte escribe al Conde de Lemos: «El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y con todo ello llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir, y quisiera yo ponerle coto hasta besar los pies de V.E.».

José Gómez Ocaña, en su Historia clínica de Cervantes (1899), en una época en que se desconocía la etiopatogenia de la diabetes, supone que muere de una enfermedad de corazón, que tampoco determina, pero relacionada con la arterioesclerosis: «Mas si pudo Cervantes vencer en los mil peligros que amenazaban su vida, no logró hurtar el cuerpo a la vejez, y esta hizo mella, no en el cerebro, de hermosa y sólida textura, sino en los vasos y en el corazón, de fábrica más endeble. Arterioesclerosis se llama técnicamente esta vejez del aparato circulatorio, y de la cual derivan multitud de enfermedades del mismo corazón y de otros órganos, que todos al cabo se resienten».

Cervantes hacia marzo de 1616 se siente mal. Ha de terminar el Persiles como sea. Tiene la sensación de que esta obra es su testamento literario: «la muerte, en cualquier traje que venga, es espantosa». El 26 de marzo contesta una carta de su protector el arzobispo de Toledo, don Bernardo de Sandoval y Rojas. La carta descubre el pésimo estado de su salud: «Si del mal que me aquexa pudiera haber remedio […], pero al fin tanto arrecia, que creo acabará conmigo, aun cuando no con mi agradecimiento». Termina el prólogo del Persiles despidiéndose: «Adiós, gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos; que yo me voy muriendo y deseando veros pronto contentos en la otra vida».

Cervantes sabe que se muere, pero sus ansias de vivir le hacen revelarse contra ello. Es la negación de un pronóstico letal y cierto. Pero es consciente de su gravedad, estado de ánimo que contrarresta con la esperanza de la recuperación (él que ha salido airoso de tantos avatares, confía también ahora en la curación). Gravedad y esperanza son sentimientos que manifiesta en el prólogo a las Novelas ejemplares (1613): «Mi edad no está ya para burlarse de la otra vida […]. Tras [este libro], si la vida no me deja, te ofrezco los Trabajos de Persiles».

Desechando, pues, la hidropesía como consecuencia de cirrosis hepática, y tomando como cierta la existencia de diabetes mellitus, sí podemos admitir, como causa intermediaria de su fallecimiento, la insuficiencia cardíaca. Claro que, a pesar del tiempo trascurrido (mucho ha llovido médicamente desde 1899), debemos estar de acuerdo con José Gómez Ocaña en culpar de la muerte de Cervantes a las arterias estropeadas, en comorbilidad con la diabetes e insuficiencia cardíaca, que ya sabemos cómo la diabetes no tratada mortifica las paredes de las arterias, las endurece y las angosta, entorpeciendo la circulación de la sangre, originando que las arterias más finas causen desastres histológicos y funcionales en el corazón (coronarias), el cerebro o los riñones.

Como conclusión, precisamos que Miguel de Cervantes, el manco de Lepanto, murió a los 69 años, hidalgo pero pobre, a consecuencia de las complicaciones de la diabetes mellitus que venía padeciendo dentro de un cuadro de insuficiencia cardíaca. Murió el día 22 de abril de 1616, siendo enterrado al siguiente día en el convento de las Trinitarias, en la calle de Cantarranas en Madrid. Estando seguros en la fecha del óbito, sin embargo, en lo que a las causas del mismo siguen siendo válidas las palabras de Federico Oloriz en su informe a la Real Academia de la Historia: «harto sabemos que mucho de lo consignado aquí es indemostrable, pero también creemos que lo sería mucho de lo que se expusiera en contrario».

Ángel Rodríguez Cabezas y M.ª Isabel Rodríguez Idígoras
Adaptado a partir de su ponencia «Reflexiones patográficas sobre Miguel de Cervantes», presentada en las Jornadas de Asemeya «Cervantes y los médicos» (Málaga, 2005)

Ángel Rodríguez Cabezas y M.ª Isabel Rodríguez Idígoras repasan los aspectos patobiográficos de Cervantes, y en especial las causas de su muerte. Off Ángel Rodríguez Cabezas y M.ª Isabel Rodríguez Idígoras Off

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