X (antes Twitter) es un buen espejo para sondear los argumentos sobre pseudoterapias. Hace unas semanas, un profesional al cargo del cuidado de mayores y dependientes en un centro se me quejaba amargamente de que pusiera el foco en las terapias complementarias de las que había testimonios más que sobrados de que aportaban más beneficios que perjuicios, en lugar de prestar atención a los verdaderos criminales de la farmafia. Solo entrar a analizar una frase así me dio en su día para escribir varios capítulos de mi libro ¿Qué sabes de las pseudoterapias? y la propia columna de El Lado Oscuro donde he resumido algunas de sus secciones y desarrollado otras.
En un medio tan limitado como X es complicado explicar todo lo que no está bien en esa frase, a saber: que si no ha demostrado ser terapéutico no se puede hablar de terapias, ni complementarias ni de ningún tipo; del truco de llamarlas complementarias para que cuelen mejor a los profesionales sanitarios; de que los testimonios no son una forma válida de demostración; que los perjuicios sí estaban plenamente constatados, incluso cuando no se pide abiertamente abandonar el tratamiento real, por interferencias bioquímicas, daño directo o derivas mentales que mueven a tomar la decisión de retrasar o suspender el tratamiento real; el problema del daño de la desinformación en sí, que el creyente esparcirá a su vez a otros que pueden adoptarlas como su primera opción; las medias verdades de que los laboratorios farmacológicos manipularan para embutir sus productos, a veces inflando sus resultados positivos y escondiendo los negativos, pero ignorando que entre esos laboratorios y el paciente se interponen agencias de control, profesionales sanitarios y farmacovigilancia, por lo que los desmanes (que los hay, y graves) se terminan detectando tarde o temprano (aunque siempre más tarde de lo que se podría y debería).
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