El gusanillo de la cooperación le entró mientras estudiaba Medicina en Santiago de Compostela. Entonces hizo sus primeras salidas con pequeñas ONG de ayuda humanitaria, que ahora ve con el filtro crítico de una sólida formación y amplia experiencia en Salud Global. Con todo, Marta Lado reconoce que si bien el sistema sanitario español es fantástico, el sistema educativo sanitario es “restrictivo y conservador”. “Mi padre todavía me recuerda que me saque la plaza en un hospital gallego”, comenta entre risas esta coruñesa, médica internista y especialista en Enfermedades Infecciosas. No fue una OPE sino su trabajo en un nuevo hospital madrileño lo que abandonó para iniciar toda una aventura profesional en África. Hoy es experta en Salud Global, directora de Programas Clínicos de la ONG americana Partners in Health en Sierra Leona y forma parte del equipo de emergencias de la Organización Mundial de la Salud (OMS) para articular brotes de enfermedades infecciosas emergentes; ese al que la OMS llama cuando hay un brote de enfermedad del Ébola. Mientras la humanidad privilegiada mira de reojo el telediario, médicos y enfermeros como Marta Lado trabajan en primera línea para contener la crisis sanitaria.
Nos atiende desde Sierra Leona, unos días antes de salir para Ruanda. Tienen entre manos un proyecto para que los países con escasos recursos cuenten con oxigenoterapia. Es solo uno de los proyectos de Partners in Health de los que habla ilusionada durante la entrevista: “Estamos diseñando la Unidad de Enfermedades Infecciosas del futuro, que pueda ser montada y desmontada muy rápido, y así disponer de un centro de tratamiento con alto estándar de calidad en todo el mundo”.
Le gustaría que el relato de su experiencia llegara sobre todo a quienes empiezan en la Medicina: “Yo aprendí cómo enfocar mi carrera a la Salud Global a marchas forzadas. Estaría bien difundir que existen otras salidas profesionales distintas a las establecidas”. Y subraya lo de profesionales, porque le horripila la confusión que a veces reina entre cooperación internacional, ayuda humanitaria, misiones y ONG. “Lo que hago es Medicina y me gano la vida con ello”, afirma con una sonrisa contagiosa la también docente universitaria y gestora clínica en tres hospitales.
PREGUNTA. Desde luego su carrera ha sido poco convencional. Incluso tiene en su currículum la puesta en marcha desde cero de un hospital en Madrid.
RESPUESTA. Esa es una de las experiencias más dulces que tengo a nivel profesional, y creo que al alcance de muy pocos. Abrimos el Hospital de Torrejón de Ardoz al inicio de la década de 2010, con el primer paciente ingresado en Medicina Interna, que es mi especialidad. Éramos un equipo joven, muy entusiasta, con mil ideas. Tengo que decir que la dirección de Torrejón se portó muy bien conmigo, me dio siempre facilidades con excedencias para formarme e iniciar mi carrera en cooperación.
P. Poco a poco se forma y encamina su carrera a las enfermedades infecciosas y la Salud Global, ¿cuándo tuvo claro qué quería?
R. Estudié en Santiago, hice la residencia en Medicina Interna en Vigo y quería especializarme en infecciosas. Estuve un año y medio en el Hospital Gregorio Marañón, de Madrid, con el equipo de Microbiología de Emilio Bouza, un equipazo, cubriendo un permiso y haciendo VIH, hepatitis C e infecciones en inmunodeprimidos (postrasplante, sobre todo). Cuando se acabó el contrato, Emilio [Bouza] solo me podría ofrecer una beca de investigación. Tuvimos una conversación que se me quedó grabada toda la vida. Me preguntó qué era más importante para mí: ser cabeza de ratón o cola de león. En ese momento pensé que debía escribir mi propia historia, y tras un año haciendo Urgencias en un par de hospitales, surgió la oportunidad de Torrejón.
“Abrir un hospital desde cero es una de las experiencias más dulces que tengo a nivel profesional”
P. Sin embargo, lo deja todo para marcharse a África.
R. Bueno, como buena gallega tenía un plan B (ríe). Mientras estaba en Torrejón, en 2012, hice un Máster de Medicina Tropical y Salud Internacional en la London School of Tropical Medicine. Al cabo de un tiempo, pedí un permiso sin sueldo y me vine a Sierra Leona, a trabajar en un proyecto de la Universidad Kings College de Londres en Freetown, en el hospital principal del país. Daba clases en la Facultad de Medicina, colaboraba en la asistencia clínica y en la puesta en marcha de un servicio de triaje y de Urgencias.
P. Y es cuando surge el brote de fiebre hemorrágica del Ébola de 2014.
R. Llevaba unos 6 meses trabajando allí y se produce el brote. No quieres irte, sino aprovechar para aprender. Nos quedamos muy poquitos; tampoco teníamos personal nacional preparado para el control de infecciones, ni para manejar patógenos altamente letales como era el Ébola. Con mis compañero del King’s montamos una unidad de aislamiento en el Hospital de Connaught, donde trabajaba, y luego otras siete unidades de aislamiento alrededor de Freetown. El año de permiso se convirtió en dos.
P. Durante ese tiempo también estuvo asesorando a los especialistas en España, donde vivimos el brote de una manera muy diferente, pero también con cierta preocupación.
R. Estuve en comunicación con el equipo del Hospital La Paz-Carlos III, de Madrid. Trabajamos juntos para establecer el flujo adecuado de los pacientes en las habitaciones de aislamiento, entre otras cosas. Y cuando Teresa [Romero] estuvo ingresada llegué a hacer una guardia.
P. ¿Cómo fue eso?
R. Vine de vacaciones en octubre, necesitaban alguien para la guardia de un domingo y yo me marchaba unos días después, así que me ofrecí. Iba con la idea de que comparado con mi labor diaria en Sierra Leona, en la que manejábamos a 50 pacientes con Ébola, eso estaría tirado… pero esa noche la paciente se complicó, tuvimos que tomar la decisión de intubarla o no. Finalmente, no fue necesario y todo salió bien.
P. ¿Hubiera sido posible intubarla?
R. El problema de la intubación es que no teníamos suficiente personal para mantener a un paciente con Ébola intubado; hicimos el cálculo y necesitábamos unas 70 enfermeras con EPI [equipo de protección individual] en los turnos para controlar el ventilador. Lo de la EPI no nos parece tan difícil ahora, después de la covid, pero entonces se usaba muy poco. Con el tratamiento deplectivo mejoró y a los dos días estaba bien; en realidad la indicación de intubación era bastante relativa.
P. Supongo que después de haber vivido la medicina de esa forma, es difícil volver a Torrejón.
R. Yo desde luego ya tenía el gusanillo, el hospital me dio la oportunidad de cogerme una excedencia de 5 años. Me quedé aquí, haciendo mucha práctica clínica y docencia. A medida que pasaban los años, también empecé con la parte de gestión de programas clínicos, que es algo que no nos enseñan en la universidad. Seguí con el King’s College hasta que en 2018 me ofrecieron una posición de directora médica de la ONG americana Partners in Health. Ellos estaban empezando en el país, pero tienen proyectos muy importantes en Haití, Ruanda, Malaui, México o Perú. Y así me lancé directamente a la parte de gestión.
“El sistema educativo sanitario es restrictivo; tuve que aprender a marchas forzadas cómo enfocar mi carrera a la Salud Global”
P ¿Cómo es tu día a día?
R. Damos soporte a tres hospitales en el país. Como directora de los programas clínicos y asesora de política y salud, me encargo del diseño de programas de salud y de práctica clínica, en colaboración con el Gobierno y el Ministerio de Salud, y coordino al personal. Por un lado, está el KGH, un hospital que pertenece al gobierno, en el este, con unas 250 camas. La subvención gubernamental es muy pequeña, así que acabamos sosteniendo casi todo. Hemos logrado montar un hospital terciario con todos los servicios; también tenemos clínicas de hepatitis B, de VIH y de tuberculosis. El reto es que sean mínimamente costosos, reducir los precios lo máximo posible, porque aquí toda la sanidad es out-of-pocket: tienes que pagar todo (jeringuilla, vía, sonda), ni siquiera hay un sistema de seguros médicos.
También damos soporte a un hospital de Tuberculosis Multirresistente, el Hospital Lakka, y a un centro psiquiátrico, el Hospital Kissy; nos hicimos cargo de este último en 2018 y lo hemos transformado completamente: trajimos fármacos para enfermedades psiquiátricas, tratamiento de electrochoque; terapia ocupacional; una unidad para tratar el abuso de drogas, y hemos conseguido que se deje de encadenar a los pacientes cuando están ingresados con brotes psicóticos o con trastornos agresivos.
Además de los hospitales, tenemos un programa de tuberculosis y de VIH en la comunidad y otro de psiquiatría y salud mental, con el que se trata de sacar a pacientes con enfermedad mental de la calle. Y ahora estamos también con el Maternal Center of Excellence, un nuevo hospital asociado al KGH, con 170 camas, que queremos que sea una súper maternidad, con UCI neonatal y todos los servicios de consulta perinatal. La idea es convertirnos en el hospital de referencia para toda la maternidad de nuestra zona de influencia, que cubre más o menos un millón de habitantes.
P. Menciona la salud mental, algo que aquí en los últimos años ha ganado en visibilidad. ¿Cuál es la situación en la población de África Occidental?
R. Cada país, cada región tiene sus peculiaridades, pero lo que yo conozco de Sierra Leona, Liberia y Guinea es que son poblaciones muy resilientes. En Sierra Leona, han pasado por una guerra civil muy larga, que acabó en 2002. La mayoría de la gente tiene síndrome post traumático; cargan con el equipaje de haber sido niños soldados, sufrir violaciones múltiples o ver cómo matan a tu familia. Después de eso, viene la época del Ébola, otra experiencia traumática. Tras el brote se formaron enfermeras en salud mental para dar un soporte psiquiátrico a la población, pero en total eran 15 para todo el país, con 7 millones de habitantes. Hasta hace tres años no teníamos ningún psiquiatra. El primero, que se formó en Kenia, ahora está a cargo del Kissy. Ahora contamos también con dos psiquiatras nigerianos y estamos formando a la primera remesa de residentes en Psiquiatría, ocho médicos que han empezado este año.
P. Después de aquel brote del Ébola pasó a formar parte del equipo de emergencias de la OMS frente a enfermedades infecciosas emergentes, un grupo internacional de unos 15 expertos que articulan la respuesta de la organización cuando ocurre un brote. En esas respuestas, ¿alguna vez ha pasado miedo?
R. Evidentemente, le tienes respeto. Mi primer contacto con el Ébola fue sobrevenido; creo que ni mis compañeros ni yo lo pensamos mucho cuando nos quedamos. En los brotes posteriores, para los que vamos a montar centros de tratamiento, formar al personal sanitario y atender pacientes, como los de Uganda y Guinea, la situación es distinta: estás con tu rutina y de pronto recibes una llamada de que hay un brote en Congo, necesitan médicos y tienes que decir si vas o no en el momento. Más que miedo, surgen reflexiones sobre lo que debes dejar en ese momento, cómo se lo explicas a tus padres o cuánto tiempo serás capaz de estar allí. Lo cierto es que ya he hecho muchos brotes y después de tantos pacientes, si no ha ocurrido nada es porque hacemos las cosas bien. Así que yo no hablaría de miedo, sino de respeto. También en Sierra Leona hemos hecho mucha enfermedad de Lassa, y también Marburgo. No diré que me siento totalmente segura con esas enfermedades, pero sí que estoy cómoda trabajando en esto.
“La medicina basada en la evidencia es fantástica, pero ¿y si no hay evidencia? La covid nos ha recordado que no toda la Medicina está inventada”
P ¿Cómo se usan las vacunas contra el Ébola? ¿Qué resultados están dando?
R. La VSV-EBOV es la que más se usa porque requiere una dosis; está inoculada en el virus de la estomatitis y se tolera relativamente bien y estamos viendo que por lo menos tiene hasta dos años de efectividad, aunque todavía recabamos evidencia. Luego tenemos Ad26.ZEBOV y MVA-BN-Filo, que son dos dosis separadas al menos por un mes, y eso complica su uso en medio de un brote; normalmente, se emplea en los países vecinos. Realizamos la administración de la vacuna en anillo: al paciente, a los contactos cercanos y a los trabajadores sanitarios en riesgo; después, se ofrece la vacuna a la población próxima. Este sistema ha demostrado que reduce la mortalidad en un 40%. Además, tenemos dos anticuerpos monoclonales desarrolladas a partir de paciente convaleciente. En el estudio donde participamos con el consorcio PALM, publicado en The New England Journal of Medicine, se mostró que en pacientes que recibían que MAb114 y REGN-EB3 en los cinco primeros días de síntomas lográbamos reducir la mortalidad del 60-70% a un 20%.
P. Por si las enfermedades hemorrágicas fueran poco, estos años también ha vivido en primera línea la pandemia de covid-19. Se trasladó a Ginebra entre 2020 y 2022 para elaborar las guías clínicas de manejo de la infección. ¿Cómo fue ese trabajo?
R. Muy, muy complicado, porque cada seis meses había que actualizarlas, y todos querían incluir su antiviral en las guías. En ese tiempo estuvimos también trabajando en las guías clínicas del manejo del Ébola con los anticuerpos monoclonales. Justo a los pocos meses de tenerlas listas, en septiembre de 2022, empezó el brote de Ébola en Uganda con una cepa del virus que no responde ni a los anticuerpos monoclonales ni a las vacunas, y a volver a empezar de cero. De octubre a febrero, estuve allí y ahora está controlado, declaramos el final del brote el 15 de enero.
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