Si charlamos con un adolescente de Buenos Aires y con otro de Tokio, prácticamente en las antípodas, comprobaremos que tienen en común las mismas o parecidísimas películas de Hollywood; las mismas o parecidísimas piezas musicales de trap, reggaeton, pop, jazz, indie, rap, rock a través de Spotify; los mismos o parecidísimos videojuegos y otras actividades de ocio; las mismas o parecidísimas marcas y logos multinacionales de ropa, de comida rápida, de zapatillas deportivas; las mismas mismas festividades gringolandesas importadas (San Valentín, Halloween, San Patricio, Black Friday, Santa Claus, Cyber Monday), en fin. Es lo que se ha dado en llamar cocacolonización mundial: un proceso de globalización cultural en virtud del cual las costumbres, ideas, referentes y valores culturales propios de los Estados Unidos han ido transmitiéndose al resto del mundo.
Iniciada tras la II Guerra Mundial, esta cocacolonización mundial se aceleró hasta límites insospechados a partir del último cuarto del siglo XX, y la medicina no se ha librado de ella. En todo el mundo, hoy las enfermedades se investigan, se clasifican, se diagnostican y se tratan en función de lo que se publica ―en inglés, por supuesto― en las grandes revistas médicas anglosajonas o inspiradas en el modelo anglosajón de la llamada «medicina basada en la evidencia». En el caso de las enfermedades orgánicas, como puedan ser las infecciones, el carcinoma broncopulmonar o el infarto agudo de miocardio, todavía la cosa podría tener un pase; al fin y al cabo, la vacuna antipoliomielítica funciona igual de bien en Massachussetts que en la Cochinchina; y la probabilidad de que un tumor maligno metastatice no depende, en principio, de nuestro estado de ánimo o nuestras creencias, de nuestras relaciones familiares o sociales, ni de nuestras tradiciones o entorno cultural.
Las enfermedades mentales, en cambio, nunca han sido iguales a través del tiempo y del espacio: tanto su prevalencia como sus formas de expresión varían mucho de una zona del mundo a otra; y también, dentro de una misma zona geográfica, de un momento histórico a otro. Las enfermedades mentales más prevalentes en Europa, por ejemplo, eran muy distintas y se manifestaban de modo muy diferente en el siglo XIX con respecto a la actualidad. Cada cultura concreta, en cada momento histórico determinado, dispone de su propio repertorio sintomático preferente para expresar a nivel físico los conflictos o trastornos psíquicos subyacentes.
Son muchos los filósofos, antropólogos y, sobre todo, psiquiatras transculturales convencidos de que la concepción occidental de la salud mental está cambiando la forma en que se expresan o manifiestan las enfermedades mentales en otras culturas. Junto a los impresionantes avances científicos y tecnológicos logrados, la psiquiatría occidental ha exportado al resto del mundo sus teorías de la mente, sus categorías o etiquetas nosológicas, y su concepción puramente biologicista. Las enfermedades mentales, se nos dice, son como otra cualquiera; en todo equiparables a las enfermedades hepáticas, musculares, pulmonares, renales, etc., pero a nivel cerebral. Obedecen, pues, a alteraciones genéticas, a desequilibrios bioquímicos en el sistema nervioso central, a lesiones orgánicas o alteraciones funcionales; no dependen, pues, de factores biopsicosociales, religiosos ni culturales, sino que constituyen entidades nosológicas de validez universal.
Para la psiquiatría transcultural, esta cocacolonización de la salud mental podría estar detrás de la expansión mundial de trastornos mentales como la depresión, el trastorno de ansiedad generalizada, la anorexia nerviosa y el trastorno por estrés postraumático, y también de enfermedades con importante componente psicosomático, como el síndrome de fatiga crónica.
Digo bien «cocacolonización» porque no estamos hablando de la psiquiatría occidental en general, sino más específicamente de la psiquiatría anglosajona de marchamo estadounidense. Desde 1970 ―lustro arriba, lustro abajo―, las otrora influyentes escuelas francesa y germánica de psiquiatría han desistido de debatir en plano de igualdad con la anglosajona, y hoy los psiquiatras de todo el mundo se guían de modo preferente ―cuando no exclusivo― por la clasificación de las enfermedades mentales propugnada por el DSM (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders o, en español, Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales) de la Asociación Psiquiátrica Estadounidense (APA, por sus siglas inglesas).
Entre las críticas que ha ido recibiendo de modo creciente el DSM en sus sucesivas ediciones destaca la de promover la patologización y medicalización de la vida cotidiana. El número de trastornos mentales contenidos en el DSM ha pasado de apenas un centenar en su primera edición (1952) a más de medio millar en la quinta (2013). Se ha propuesto que el próximo DSM-6 quizá debería añadir uno nuevo, obsessive categorization of mental conditions (OCMC), y autodiagnosticarse de él.
Si a ello añadimos que el umbral diagnóstico es cada vez más bajo para muchos trastornos mentales recogidos en el DSM, el resultado es que decenas o cientos de millones de personas anteriormente consideradas como simples variantes frecuentes de la normalidad, corren el riesgo de verse diagnosticadas de un trastorno mental que precise de medicación, con el consiguiente gasto económico y riesgo de toxicidad.
Cuando se desveló, además, que muchos de los integrantes de los grupos de trabajo que intervinieron en la elaboración del DSM tenían un conflicto de intereses por su relación con multinacionales farmacéuticas, no es de extrañar que algunos acusaran a la APA de parecer más «American Pharmacologic Association» que American Psychiatric Association.
Ojo, no se me malinterprete: en mi opinión, el desarrollo de los psicofármacos a partir de 1948 constituyó el mayor avance psiquiátrico de todos los tiempos. Que puede competir con la disminución de la mortalidad perinatal e infantil, con el espectacular progreso de las técnicas de diagnóstico por la imagen, con los antibióticos, con la revolución de la biología molecular tras desvelar la estructura del ADN y con los trasplantes de órganos como mayor avance médico de todo el siglo XX; si no superarlos a todos incluso.
Fernando A. Navarro
Los psiquiatras transculturales están convencidos de que la concepción occidental de la salud mental está cambiando la forma en que se expresan o manifiestan las enfermedades mentales en otras culturas. Off Fernando A. Navarro Offvia Noticias de diariomedico.... https://ift.tt/3bu9ez8
No hay comentarios:
Publicar un comentario