No estoy seguro de que la anécdota sea cierta, pero se non è vera…
Con la irrupción de las nuevas tecnologías en consultorios y hospitales, son muchos los convencidos de que la asistencia médica ha dado unos cuantos pasos más por la senda de su progresiva deshumanización. Muchos pacientes consideran que el médico presta más atención a las pantallas, análisis y aparatos médicos que a la persona enferma que tiene delante; y, del otro lado, muchos médicos sienten que sus pacientes no se consideran bien atendidos hasta haber pasado por un escáner u otra prueba cualquiera de tecnología puntera.
Cuentan ―pero no he sido capaz de comprobarlo documentalmente― que en cierta ocasión un periodista preguntó a Gregorio Marañón cuál era, en su opinión, el avance médico más importante de los últimos años. Y que el gran médico humanista, tras reflexionar un instante, respondió: «La silla, que nos permite sentarnos junto al paciente, escucharlo y explorarlo».
Sea la atribución verídica o legendaria, lo cierto es que la silla de Marañón se ha convertido hoy en el símbolo del estilo tradicional de entender el ejercicio de la medicina: una medicina centrada en el paciente y lo que contaba en la anamnesis. Únicamente escuchando al enfermo y hablando con él puede el médico entender qué es lo que siente y cómo vive su dolencia. Solo entonces cobran sentido la exploración clínica y, en último lugar, las pruebas complementarias. La silla debe recuperar su protagonismo dentro del consultorio en esta época nuestra en que el médico se forma para lo objetivo: diagnosticar, informar y medicar; no para entender de modo cabal lo subjetivo: escuchar, comprender y comunicar.
Fernando A. Navarro
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