Estos días hemos conocido que, en 2022, solo doce pacientes fueron tratados con la MR Linac Unity en el Hospital de La Paz de Madrid, cuyo coste supuso unos nueve millones de euros que fueron generosamente donados por Amancio Ortega. No se confundan, no quiero generar polémica sobre la sanidad pública que tan mal lo está pasando en estos momentos. El ejemplo es solo para ilustrar dos características de la sanidad: es muy cara y es bastante ineficiente.
Tenemos una clara evidencia de la primera característica, aunque no tanto de la segunda. Afortunadamente, existen estimaciones de cuántos recursos se desperdician en los sistemas sanitarios. Un buen ejemplo es el estudio realizado en 2019 por William H. Shrank y sus colaboradores. Mediante una revisión sistemática los investigadores concluyen que, en Estados Unidos, se desperdicia aproximadamente el 25% del gasto total en sanidad. No existen estudios similares en España, pero, para hacernos una idea, si considerásemos que en nuestro país ocurre lo mismo, estaríamos hablando de algo más de 28.000 millones de euros. Por su puesto, es pura fantasía que un sistema de salud, o incluso un único hospital consiga ser totalmente eficiente haciendo que el desperdicio se reduzca a cero. No obstante, estoy seguro de que coincidirán conmigo en que hay margen de mejora y que, aparentemente, merece la pena intentarlo.
Si analizamos con más detalle el estudio de W.H. Shrank, se pueden obtener conclusiones interesantes -lógicamente salvando las diferencias existentes entre la sanidad española y la norteamericana-. El estudio clasifica las razones en seis ámbitos distintos. Uno de ellos es la atención sanitaria donde se identifican, entre otros motivos, la variabilidad de la práctica clínica -que puede causar errores- el uso inapropiado de tecnologías, o la asignación de tareas a profesionales sanitarios que pueden ser realizadas por empleados menos cualificados.
Otro ámbito donde existe un importante margen de mejora es la fragmentación del sistema, lo que lleva a visitas y reingresos innecesarios, repetición de pruebas diagnósticas, o falta de seguimiento apropiado a los enfermos crónicos. La complejidad administrativa también es una causa importante de ineficiencia tanto por el tiempo que consume a los sanitarios como por la falta de estandarización de procedimientos y trámites. Como pueden comprobar, pese a que se trata de un sistema radicalmente diferente al español, los problemas que tienen son muy similares a los nuestros.
Algunas soluciones
Afortunadamente, el estudio no se queda en describir las fuentes de ineficiencia, sino que también repasa algunas intervenciones realizadas para mitigarla y cuantifica su impacto en la reducción del despilfarro. De este modo, los investigadores concluyen que las intervenciones aplicadas permiten ahorrar un 25% del gasto que se desperdicia. Si trasladamos esa cifra a nuestro país, estaríamos ahorrando alrededor de 7.000 millones de euros que vendrían muy bien, por ejemplo, para mejorar las condiciones laborales de los profesionales sanitarios. El mensaje parece pues bastante claro: hay motivos para la esperanza si enfocamos nuestros esfuerzos en la dirección de ganar en eficiencia y mejorar la gestión de la sanidad.
Obviamente, las empresas privadas lo tendrán más fácil puesto que esa función la tienen en su ADN. Si despilfarran demasiado, simplemente desaparecen. En el caso de la sanidad pública es más complicado, pero no imposible. En mi opinión, hay dos grandes líneas de actuación para alcanzar este objetivo.
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