¿Quién podría pasarse 7 años sin ducharse para validar una teoría? Solo alguien como James Hamblin, profesor de la escuela de Salud Pública de la Universidad de Yale. Este especialista en medicina preventiva saltó a los titulares en periódicos de medio mundo cuando anunció en 2015 que esa poco ecológica costumbre de ducharse todos los días no solo estaba sobrevalorada, sino que era hasta perjudicial para nuestra piel. Que no ha pisado el metro de Madrid en hora punta con sus deliciosos aromas es seguro; que su tesis tiene fundamento, también.
Siete años después, Hamblin sigue sin incluir en su rutina diaria esta fea costumbre de higiene personal, justificándolo con un divertido "soy minimalista de esa manera".
¿Su razonamiento? Que el microbioma de la piel se acostumbra a no oler mal sin necesidad de utilizar champús y jabones, que pueden ser incluso perjudiciales para nuestro organismo. El agua es lo único que utiliza solo cuando lo desea o tiene el pelo demasiado sucio, sin precisar el período de tiempo que puede pasar sin pisar la ducha.
"Al principio echaba de menos ducharme, olía mal y sentía que tenía la piel grasa, pero cada vez me pasaba menos. Cuanto menos usaba, menos empecé a necesitar", explicó Hamblin en un artículo para la revista The Atlantic. Ahora, según sus propias palabras, "huele a persona", algo que no parece desagradarle ni a él ni a su mujer… aunque habría que preguntarle a ella. Hay dos opciones: lo dice porque quiere mucho a su marido o porque se ha quedado sin olfato tras tantos años expuesta a semejantes aromas.
En todo caso, la de Hamblin es la última y más hedionda demostración de cómo, desde los remotos inicios de la ciencia, los científicos han ejercido en muchos casos como sus propios conejillos de indias. Y sí, premios Nobel como Pierre Curie están en esta selecta lista, gracias a su experimento con un trozo de radio en el brazo durante 10 horas, a ver qué pasaba (una bonita quemadura que nunca se le terminó de curar). Pero también otros más estrambóticos, como los que probaron a comerse cristales, proporcionarse descargas eléctricas por todo el cuerpo o someterse a velocidades superiores a la del sonido. ¡Todo por la ciencia!
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