¿Un bootcamp, un sueño, una realidad alterna, una experiencia vívidamente intensa? Pienso en cuál sería la mejor forma de definir mi paso por el XIII Curso de Traducción Médica UIMP Santander, y es que definirlo simplemente como curso no captura todo lo que es. Se aprende dentro del aula, pero se aprende también muchísimo fuera de ella: desde la cena previa al día de arranque hasta el último viaje que compartimos juntos de regreso del Valle de Iguña.
Sin mucho más que conocer nuestros nombres, los profesores de esta edición no tardaron en abrirnos la puerta a su mundo, y cada uno lo hizo con un estilo distinto. Fernando Navarro, con sus historias, nos llevó a la Suiza de finales de los años noventa y principios de los dos mil, donde nació el Libro Rojo. A continuación, María Fernanda Lozano habló de la vocación de servicio que implica traducir en una organización como la Organización Panamericana de la Salud (OPS), y de lo complejo que resulta navegar proyectos de gran escala.
Después, el viaje continuó hacia otros territorios: con zapatillas y brújula en mano, Maite Aragonés nos invitó a explorar el intrincado mapa de las patentes, mostrándonos que, más que un trámite técnico, se trata de un arte con sus propias reglas. Muy distinto fue el tono de Xosé Castro, quien, con un humor tan afilado como práctico, nos recordó dos máximas que lo guían: «Ya me echarán» y «No pidas, ofrece». Entre risas, nos hizo reflexionar sobre la importancia de mostrarnos con seguridad y creatividad.
Y en un registro más pausado, Mar Jiménez Quesada nos compartió su tránsito de la química a la traducción. Con paciencia, nos animó a desconfiar de las calcas fáciles y a buscar términos que verdaderamente reflejen los procesos. No en vano es la autora del Diccionario de dudas de traducción de términos químicos, una obra que respalda con su rigor cada ejemplo que nos ofreció.
Ese primer día en el aula, tan cargado de ideas, tuvo como contraparte grandes momentos para socializar. A ritmo de trote caminamos en grupo por la orilla del Sardinero y luego subimos hacia el faro de Cabo Mayor, acompañados de vistas de revista de viajes. En la cima, como logro, pero también como pausa antes de emprender el regreso, nos sentamos a seguir platicando y a beber algo. Paso a paso, dejamos de ser extraños para empezar a encontrar nuestras afinidades.
Los días que siguieron mantuvieron el mismo ritmo y la expectativa. María Fernanda Lozano nos recordó que la terminología de salud pública puede parecer sencilla, pero esconde trampas; sus ejemplos nos hicieron estar alertas y, sobre todo, nos dejaron pensando en el poder de los adjetivos: con una palabra podemos transmitir un hecho o, sin querer, emitir una opinión. En esas mismas jornadas, Maite Aragonés volvió a demostrar que las patentes se entienden mejor si se abordan como un arte. Nos fue guiando paso a paso, hasta que las partes y complejidades de esos textos se nos revelaron como un entramado fascinante.
Mar Jiménez Quesada, por su parte, nos llevó a explorar las macromoléculas del cuerpo humano y, aprovechando la excusa de los huesos, abrió la puerta a la ciencia de materiales y la química: un puente entre disciplinas que rara vez pensamos junto con la traducción. Y como contraste, Xosé Castro desplegó toda su energía en sesiones que parecían más un performance que una clase. Nos mantuvo cautivados más allá del tiempo programado, entre consejos para ser más eficientes, trucos para sacar el máximo provecho de la inteligencia artificial y recordatorios de que también debemos cuidar nuestra mejor versión y aprender a vendernos. Sus enseñanzas, además de útiles para traducir, resultaron aplicables en cualquier ámbito de la vida profesional.
En Fernando Navarro, además de una cantidad impresionante de conocimiento —incluso de cosas que nunca nos habíamos cuestionado— descubrimos un interés genuino por compartir, por crear experiencias conjuntas y por devolverle a la enseñanza un lado más humano y cercano. Creo que eso difícilmente podría existir fuera de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, que cada verano abre sus puertas y nos permite convivir entre cafés, comidas y clases. Y esos cafés, siempre presentes gracias al apoyo de Cosnautas, Tremédica, las compañeras del curso pasado y de María Fernanda Lozano, se volvieron el combustible que me ayudó a sobreponerme al jet lag y a mantener el ritmo de la intensa semana.
Aunque el campus de Las Llamas fue nuestro hogar por una semana, nuestra visita el penúltimo día del curso al Palacio de la Magdalena no se quedó atrás. De la mano del vicerrector de Lenguas de la UIMP, Javier Rodríguez Molina, fuimos descubriendo sus rincones, las fotogénicas vistas e incluso sus fantasmas. La jornada culminó con una cena y un brindis por el gusto de coincidir en esta experiencia.
Manteniendo el cierre del curso en la misma nota, y con las emociones a flor de piel, el último día fue nuestro turno como alumnos de pararnos frente al grupo y compartir experiencias personales que nos han marcado. Espero poder recordar a Josu Basterra, el ganador de este concurso de monólogos, y a su profesora, «la muleta», cada vez que me enfrente a adversidades.
Pero como dicen por ahí, «esto no se acaba hasta que se acaba». Sin nuestro paseo por el Valle de Iguña la experiencia no habría estado completa. Muchas veces viajamos como turistas sin detenernos a pensar que cada lugar tiene su propia historia; por eso, más allá de haber estado en Santander una semana, visitar sus pueblos y tradiciones fue también una forma de retribución. Conocer y degustar la quesada y el sobao, o aprender de celebraciones como la Vijanera y la Maya de Silió, nos permitió comprender mejor la riqueza cultural que nos acogió.
Lo verdaderamente caleidoscópico del curso, más que el contenido, fueron los perfiles y personalidades tan variadas que coincidieron. Me siento agradecida por haber compartido con personas de gran trayectoria en el campo de la traducción, pero también con gente de enorme curiosidad y creatividad. Estar allí, disfrutar y aprender, todo fue posible gracias a la beca Medes de la Fundación Lilly, que tuve la fortuna de recibir y que hizo realidad esta experiencia para mí.
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Dunia Rassy es investigadora biomédica, periodista científica y traductora mexicana, beneficiaria de una beca Medes para asistir al curso.
Otras ediciones anteriores del curso en el Laboratorio del lenguaje:
—Duodécima edición (2024), reseña de Alicia Tapias (España-Alemania)
—Undécima edición (2023), reseña de Miriam M. Mora Mau (Perú)
—Décima edición (2022), reseña de Yamileth O. Flores (Perú-España)
—Novena edición (2021), reseña de Carla Vorsatz (Brasil)
—Octava edición (2020), reseña de Francisco Bautista (España)
—Séptima edición (2019), reseña de M.ª del Carmen Ruiz Alcocer (México)
—Sexta edición (2018), reseña de Antonio Láinez Ramos-Bossini (España)
—Quinta edición (2017), reseña de Teresa Pons Ferrer (España-Reino Unido)
—Cuarta edición (2016), reseña de Laura Pruneda González (España).
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