Delimitar el campo semántico exacto de una palabra nunca es sencillo, y ‘fatiga’ es un buen ejemplo. Entre médicos, la veo usar cada vez más como traducción directa del inglés fatigue, que corresponde más bien a lo que tradicionalmente llamábamos ‘cansancio’ o ‘astenia’. Me interesa señalar, en cualquier caso, que ni siquiera los especialistas saben bien qué quieren expresar exactamente cuando usan el término ‘fatiga’ en español. Abiertamente lo reconocen Íñigo Murga y José Vicente Lafuente cuando escriben: «Las definiciones de ‘fatiga’ son muy laxas. Se trata de un término polisémico, multidimensional y variable que va desde “sentimiento de agotamiento de mente y cuerpo que sigue a un esfuerzo, asociado a un deseo de descanso y a un rechazo o incapacidad para realizar cualquier otro esfuerzo” [Naia Sáez Francás] hasta “sensación subjetiva de falta de energía o agotamiento físico o mental, debilidad, durante o después de las tareas habituales, no necesariamente asociada a actividad física, que conlleva la disminución de la capacidad para hacer vida normal o el tener que esforzarse para realizar actividades habituales” [Mercedes Losilla Domínguez y Ana Sobrino López]».
Si en boca de los médicos no termino de ver claro qué es exactamente ‘fatiga’, en boca de los pacientes la cosa se pone aún más peliaguda. Según el Diccionario del español actual (2023) de Manuel Seco, Olimpia Andrés y Gabino Ramos, ‘fatiga’ tiene, entre otros, los cinco significados siguientes: 1) debilitamiento de la fuerza o la resistencia físicas o mentales, como consecuencia de un trabajo o de una tensión, y que normalmente se manifiesta con una sensación de malestar; 2) dificultad para respirar, causada por un esfuerzo o una enfermedad; 3) sufrimiento o penalidad; 4) angustia o congoja; y 5) hecho de sentirse violento o avergonzado.
El uso puede venir determinado por la zona geográfica. En su Atlas lingüístico y etnográfico de Andalucía (1961-1973), Manuel Alvar recoge que la voz ‘fatiga’ expresa náuseas o arcadas en la Andalucía occidental (Huelva, Sevilla, Cádiz y Málaga); asma o disnea en Jaén, Granada y Almería; y vergüenza en Huelva, Sevilla, Málaga y Granada. Y en su Tesoro léxico de las hablas andaluzas (2000) añade todavía otro significado más: «cualidad que indica la resistencia de algo o de alguien», en algunos puntos de la provincia de Jaén.
Así las cosas, tengo registrado, solo en España, el uso de fatiga con todos los significados siguientes, bien distintos unos de otros: cansancio (o astenia), disnea (o dificultad para respirar), náuseas (o arcadas), vómitos, hambre, dolor precordial, mareo, sensación lipotímica, vergüenza (o apuro, corte), asco, pereza, angustia, ansiedad y sufrimiento. Y no entro a comentar su uso en diminutivo («fatiguita»), que uno nunca sabe bien si expresa un matiz más leve o más grave: «¡Qué fatiguita más mala tengo!».
A veces, el propio paciente ayuda a interpretar el término añadiendo algún calificativo; por ejemplo, «fatiguita seca» (náuseas o arcadas) para distinguirla de la «fatiguita húmeda» (vómito). Pero normalmente es el médico quien se encarga de repreguntar para tratar de acotar el significado. Acude al consultorio de atención primaria una mujer de mediana edad y, a la pregunta «¿Qué le pasa?», responde: «Vengo porque hace ya tres semanas que siento fatiga». Su médica de cabecera repregunta entonces: «¿Fatiga de las piernas, fatiga de respirar o fatiga de vomitar?». Con lo que, normalmente, basta para distinguir entre las tres formas más frecuentes de ‘fatiga’ (cansancio, disnea y náuseas). Pero solo normalmente; porque ocurre a veces que la paciente replica «Ninguna de las tres, doctora: fatiga del alma es lo que siento», que no es un término al que dediquen muchas páginas ni ninguna los tratados de medicina interna.
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