El Santuario de Nuestra Señora de Lourdes, en Francia, recibe cada año la visita de cerca de cuatro millones de peregrinos; la mayoría de ellos, por devoción mariana, pero muchos también por curiosidad turística y otros en busca de curación médica por obra de la milagrosa agua de la gruta de Lourdes, descubierta el 25 de febrero de 1858 por la pastorcilla Bernardita o Bernadette Soubirous. Ese día, en el transcurso de la novena aparición de una hermosa y misteriosa joven (que solo más tarde se identificaría como la Inmaculada Concepción), después de haber rezado juntas el rosario, la Señora pidió a la adolescente: «Vaya a beber del manantial y a lavarse». Bernardita interpretó inicialmente que debía ir a tomar agua del cercano río Gave, pero la Señora le señaló con el dedo que escarbara en el suelo de la gruta. Con las manos desnudas, solo pudo cavar un pequeño hoyo fangoso, pero poco después brotó allí mismo un manantial de agua limpia que sigue manando hasta hoy.
En este más de siglo y medio transcurrido, la oficina médica del santuario tiene recogidos miles de expedientes de curación (en su mayoría, por contacto con el agua de la gruta), pero solo 70 de ellos han sido reconocidos como curaciones inexplicables o milagrosas por la Iglesia católica.
¿El resto son o no verdaderos milagros? Bueno, como suele suceder en estas cosas de la fe, todo depende mucho de qué considere cada cual un milagro. Lo que sí está es todo documentado. Entre 1868 y 1944, los RR. PP. Misioneros de la Inmaculada Concepción publicaron los Annales de Notre-Dame de Lourdes, y en su séptimo volumen (correspondiente al año 1876), podemos leer el siguiente posible milagro narrado en primera persona por un sacerdote:
No sabría cómo agradecerle no solo que haya respondido a mi deseo, sino también que haya tenido la delicada atención de haberme enviado el agua milagrosa el día mismo de la Inmaculada Concepción. Uno de mis enfermos se ha beneficiado mucho. Se la he dado a beber, sin que lo sospechara, durante nueve días. Y este individuo, que durante catorce años ha estado entre la vida y la muerte, y que se me había resistido con una testarudez desesperante y con blasfemias que causaban escalofríos, expiró dulcemente después de la novena toma, dando sentimientos de una piedad tanto más consoladora cuanto que era inesperada.
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